Que el bote del balón fuese el único sonido que durante unos minutos se escuchase aquella mañana de domingo era, cuanto menos, lo más extraño del mundo. El silencio se había apoderado de todos los allí presentes, la tensión alcanzó límites insospechados y el protagonista disfrutaba más que nunca de la soledad de la línea de personal, aunque seguramente no fuese el más indicado en ese lugar y en ese momento. La gran mayoría no querían mirar, otros simplemente se mordían las uñas en busca de esa pizca de relajación con el único fin de hallar la calma aún pareciendo imposible. Un bote, otro bote y el tirador se preparó para lanzar, deteniendo por completo el mundo y el tiempo antes de que fuese el aro el que ejerciera de juez y jurado en un partido que tenía toda la pinta de querer entrar en la historia.

Los duelos entre Gran Canaria y el Joventut se habían convertido en habituales a mediados de la primera década del siglo XXI. Esos partidos eran derbis de la época, respiraban un aire de partido diferente a los demás, un aire de guerra noble, de sentimientos encontrados y con un choque de estilos que mostraban la identidad de cada uno. El destino quiso que por un tiempo fueran un poquito más que rivales, pues tantos enfrentamientos acaba por extraerle algo de especial a cada partido. El camino de Penya y Granca se vio cruzado durante dos temporadas consecutivas en los Playoff, lo que alimentó y generó una de esas rivalidades que siempre dota al deporte de una expectación y una belleza extra. El amarillo y el verde volvían a ser enemigos, otra curiosa coincidencia que añadir.

Aquel Joventut del juego rápido y de la Doble R vivía sus mejores momentos con la ayuda de un Aíto García Reneses que estaba sacándole el jugo a una cantera prolífera en talento desde tiempos inmemoriales. El matrimonio Aíto-Joventut era lo que se conoce como un binomio perfecto y sin fisuras, algo que se notó desde el primer día. En la isla de Gran Canaria la vida pasaba, los jugadores iban y venían pero el club mantenía un excelente camino hacia una gloria que llegaría, aunque tardase más de lo esperado. Salva Maldonado aterrizó en la redonda para establecer una comunión casi perfecta con lo que el Gran Canaria había sido en los últimos tiempos: un equipo aguerrido y comprometido con la defensa más férrea que había en la competición.

Los Playoff del 2006 serían el punto de partida de esta historia, pues este primer enfrentamiento entre Penya y Granca había dejado en los amarillos una herida abierta que aun habiendo empezado la siguiente temporada costaba cicatrizar. El Joventut los barrió de la eliminatoria sin ni siquiera preguntar y ni el Centro Insular de los Deportes fue capaz de frenar a un Joventut que llegó, vio y venció con soltura; los de Aíto se habían paseado aunque acabaran sudando. Esa eliminatoria alimentó las ansias de los grancanarios por una vendetta que llegaría en la liga regular pero que alcanzaría su éxtasis en unos Playoff imprevisibles, emocionantes y de locura.

Aquella maravillosa guerra iba a ser como la película donde la atención debe estar centrada en el desarrollo de los hechos y no en un desenlace que puede llegar a ser previsible. 

UN PLAYOFF Y DOS TIROS LIBRES

Tanto Joventut como Gran Canaria nos enseñaron desde el primer partido que esto se iba a aferrar al cliché de “no apto para cardíacos”, y es que Elmer Bennet dinamitó el asalto inicial como buena leyenda que es. Los amarillos pusieron en muchos problemas a los badaloneses, pues el partido estaba en el camino que el Gran Canaria quería y el Joventut tuvo que forzar la maquinaria en un último cuarto de locos. Con cinco puntos de ventaja llegaban los isleños a diez minutos para el final, pero el conjunto de Aíto salió como un vendaval a por el triunfo aunque el Granca se mantuvo firme gracias a Jimmie Hunter. Con el empate y la prórroga sobrevolando el Palau Olimpic apareció un Elmer Bennet que agarró el balón, fintó a Jim Moran y clavó un canastón sobre la bocina que decidía el primer partido. 

El CID se engalanó para recibir un segundo combate que iba a mostrar como al Gran Canaria se le iba escapando el partido con el paso de los minutos. El equipo amarillo se hizo muy fuerte en un primer cuarto donde la ventaja que alcanzaban era de catorce puntos, pero una vez más el Joventut retomaría la calma rápidamente para dilapidar el colchón del Gran Canaria antes del descanso y hacerse con el control del encuentro. Maldonado intentó revertir la situación sin mucho éxito, el Joventut se mostró muy fuerte y puso un 2-0 que parecía definitivo. El Deja Vú estaba en el ambiente, la historia se repetía sólo un año después y el Granca estaba a cuarenta minutos del K.O. Nadie daba un duro entonces porque la eliminatoria se alargase más allá del tercer encuentro en Badalona.

Con el recuerdo de los Playoff del 2006 en la mente de ambos equipos, la serie volvía al Olimpic con ese olor a partido solventado. Los dos habían realizado un esfuerzo titánico en los primeros choques y todo parecía prever una eliminación amarilla por la vía rápida, aunque ocurriría todo lo contrario. El Granca salió con la lección aprendida y mordió desde el inicio con muchísimas ganas. Dominaron el partido con claridad y sostuvieron las embestidas del Joventut en todo momento gracias a una gran defensa que iba a salvarles de la eliminación tempranera otra temporada más. El enorme partido de Sitapha Savané, bien acompañado de Moran y Hunter, valía salvar una bola de partido caliente.

Otra vez, el CID, otra vez, el ambiente de tambores de guerra que en la pequeña cancha se vivía en cada cita grande. ¿En juego? La historia. La épica sobresaldría por encima de cualquier cosa en este cuarto encuentro, era el todo o nada del Gran Canaria ante su gente y no quería defraudar. Aún así, el Joventut mantuvo a ralla cualquier resquicio amarillo durante treinta minutos casi sin despeinarse, aferrados a su juego y exponiéndonos su identidad como principal aval para el triunfo. El Granca necesitaba algo más para salvar de nuevo su eliminación.

Como en otras ocasiones, Maldonado recurrió a un Mario Fernández que se sabía mover muy bien en estos finales apretados. Los amarillos, llevados en volandas por un público que nunca dejó de creer en la victoria, apretaron en defensa como nunca y empezaron a ver aro en ataque. Poco a poco, la ventaja verdinegra fue disminuyendo, con Jimmie Hunter y Jackson Vroman muy inspirados. El Granca se lo creyó, tuvo fe y un triple a tabla de Roberto Guerra rompió el dominio de un Joventut que no se lo podía creer, los grancanarios le habían dado la vuelta al partido.

Los tiros libres devolvieron la ventaja a los visitantes justo antes del milagro, un milagro grabado a fuego en la memoria de los aficionados del Gran Canaria. Con todo perdido y apenas unos segundos por jugar, los amarillos jugaron su última posesión en las manos de Marcus Norris, defendido por Elmer Bennet. El norteamericano del Granca recibió un bloqueó de Savané para quedarse en el cambio de marca con Robert Archibald, momento que aprovechó para lanzar un triple que no acabaría entrando. Sin embargo, el rebote caería en manos de un Savané que iba a recibir una de las faltas más polémicas de la historia de la ACB.

Los árbitros señalaron una falta sobre Taph que volvió loco a los jugadores del Joventut y al propio Aíto, que indicaban que dicha infracción había sido fuera de tiempo, y razón no les faltaba. No obstante, los colegiados se mantuvieron impasibles y mandaron a la línea a un senegalés que no era el más indicado. El siete amarillo nunca fue un especialista desde el 4,60, es más, era su mayor defecto a la hora de jugar, pero ahí se plantó, con el reloj a cero dispuesto a lanzar. En el CID se hizo un silencio que jamás se había podido escuchar, un silencio majestuoso y que evidenciaba un momento de alta tensión. Bajo la atenta mirada de cinco mil almas, Taph Savané tenía la oportunidad de volver a dejar huella en la historia del club de sus amores.

Con los decibelios a cero, se podían escuchar los botes del balón y los latidos del capitán amarillo, que se atrevió a anotar el primero para un estallido medido del público, pues quedaba otro por lanzar. Taph se preparó y lanzó para detener el tiempo, para dejar uno de esos momentos que parecen de película y que no quieren acabar nunca. El mundo dejó de rodar en Gran Canaria aunque fuese sólo por unos segundos. El CID se vino abajo por completo con ese segundo tiro libre anotado, la prórroga era ya una realidad y la leyenda de ese pequeño pabellón podía volver a escribir otro gran capítulo en su historia. El Gran Canaria reventó la prórroga con un Jimmie Hunter tocado por una varita mágica, los amarillos se vieron ganadores gracias a una afición que tenía claro que este partido se iba a ganar.

Tras la victoria, los jugadores del Granca fueron recibidos en las puertas del CID como si de dioses se tratase al grito de “sí, sí, sí, nos vamos a Madrid”, en referencia a esa semifinal de Playoff que había en juego. Savané era vitoreado como nunca, Vroman salió con dos bufandas amarillas amarradas a las muñecas y saltando con los aficionados, Maldonado también tuvo su protagonismo… fue una mañana de domingo más que especial e inolvidable, una mañana de domingo para la historia. En el quinto y último el Joventut fue mejor y se llevó una eliminatoria increíble, memorable y donde la épica se impuso en muchos momentos al baloncesto. Este tipo de series son las que llevan el fervor por este deporte a límites insospechados.