Jimmy Baron de treeees y… ¡Se sale de dentro!. Oír esta frase no es lo habitual. O deberíamos decir no lo era. La pasada campaña el Búho de Rhode Island aterrizaba en San Sebastián para hacer historia. Otra competición, otro país, y las mismas ganas de mirar al aro desde los 6’75. La distancia es lo de menos. Lo único que importa es clavar los pies más allá del perímetro y poner el aro en el punto de mira. Baron no es de los que se permite fallar, no entra en sus planes.

La primavera del 86 veía nacer a un niño con una muñeca privilegiada. Cierto es que convertirte en un tirador excelso no es algo que salga regalado por tus genes sobresalientes. 500 lanzamientos al día y constantes citas nocturnas en solitario con el Ryan Center de Kingston han perfeccionado la mecánica de tiro del escolta. No, ¿a quién le importa la mecánica? De lo que hoy hablamos aquí es de la confianza, de la fe, de la seguridad… de la actitud de un ganador.

Para ser un tirador, tienes que creerte un tirador. La duda no cabe en el vocabulario de hombres como Reggie Miller, Ray Allen, Peja Stojakovic, Steve Nash, Larry Bird, Glen Rice, Dell Curry, Dan Majerle… Un tiro. Una oportunidad. Un segundo para lanzar. Cuando el final está ajustado, cubre bien a estos hombres, porque si les llega el balón, si llegan a tocar la bola, estás fuera. Has perdido el partido.

Baron no es solo un tirador, es un especialista en bolas calientes, en tiros comprometidos, extremos, que muy pocos se atreven a afrontar. Un clutch shooter no piensa, aniquila al rival; sin miramientos, sin temblores de rodillas. Todo esto depende casi en su totalidad de una sola cosa: la cabeza. Si esto falla, falla todo lo demás.

105 de 231. El récord con el que cerraba sus tiros de tres el pasado curso –un magnífico 45%–, demuestra que Baron no solo se asegura un buen tanto por ciento para su estadística, sino que tira, tira mucho; la friolera de casi siete intentos por partido y más de tres convertidos en cada jornada 2010-2011. Esta campaña la cosa ha empezado diferente. Con un balance de 7/39 (18%), y cuatro derrotas en el casillero donostiarra, la muñeca, perdón: la cabeza, de Baron preocupa a toda la afición del Lagun Aro GBC.

En cada intento, nos llevamos las manos a la cabeza, nos tapamos los ojos; no queremos mirar, no queremos ver a nuestro tirador errar una vez más. La necesitamos dentro. Queremos verla acariciar la red. ¿Llegará el momento? Yo no tengo dudas. El sino de cualquier buen tirador pasa por cumplir una mala racha sin dejar de intentarlo, sin dejar de tirar.

Todo el mundo recuerda la paupérrima racha de Ray Allen en los playoffs de 2008, prácticamente hasta las finales. Pero veamos un ejemplo cercano: el comienzo de la campaña 2008-09 para Luke Recker y su 3/23 entre las jornadas dos y cinco; la larga crisis de Rubén Douglas en esa misma campaña; o Janis Blums y su 2/17 entre las jornadas 25 y 30 del curso pasado. Hasta una estrella de la magnitud de Juan Carlos Navarro ha pasado por situaciones parecidas. Estas cosas pasan. A veces –como en nuestro caso– pasan una factura más cara de lo que un club modesto se puede permitir, dejan huella; pero vienen, y tal como llegan, se van.

Baron no tiene ningún problema. O sí, pero nada que deba preocuparnos para siempre. Solo es un mal comienzo, un mal número, una mala estadística. Las derrotas del equipo no están determinadas por el fallo o acierto del escolta; puede ser un condicionante, una manera de restar, o de dejar de sumar; pero todo el peso del equipo no debe caer sobre la espalda de Jimmy. Ni es, ni debe ser la responsabilidad de un solo hombre.

Necesitamos una victoria como el comer. Y es cierto, necesitamos los tiros de Baron; pero también necesitamos ver un equipo compenetrado, adaptado; la mejor versión de Salgado, un paso al frente de Raul Neto; los puntos de David Doblas de espaldas al aro, que aparezca el juego interior… necesitamos pelear, creer y ganar. Dejemos de buscar culpables. Vamos a por ello.