Unos se jugaban todo, los otros casi nada. Para los de Bilbao era el partido que los podía colar en la Copa del Rey, para los blaugranas, un partido más de liga. La mirada al cielo de Mumbrú en el final lo resume todo. Es el punto cúlmine de eso que inició el día que se retiró y en el que decidió tomar las riendas de un equipo que acababa de descender para devolverlo a la máxima categoría. Porque ganarle al mejor Barça de muchos años, y en el Palau, no era suficiente premio para él, y por eso decidió que sería hoy cuando los suyos se colaran a la Copa del Rey.
Mumbrú ha dotado a este Bilbao de una identidad de juego impropia de un equipo con muchos jugadores nuevos y que viene de la Leb Oro. Consignas claras, jugadores entregados y, sobre todo, confianza en el proyecto. ‘Morir por la camiseta’, algo que él llevaba a la práctica de forma exuberante y que parece haber trasladado a la perfección a sus jugadores.
Del otro lado, un Barça aún sin ideas claras. Un equipo que cuando pone el pie en el acelerador es una máquina, pero que sigue sin ponerlo con mucha frecuencia. La Ferrari de Pesic aún parece una incógnita. No se sabe ni cuantas marchas tiene, ni a que velocidad llega, a pesar de que salta a la vista que es una Ferrrari.
El partido no tuvo la intensidad que ameritaba un duelo así. Quizás porque los de Pesic se autorregularon teniendo en cuenta que vienen de jugar en Europa y que volverán a hacerlo, y por partida doble, la semana próxima. Por ello fue baja Brandon Davies, reemplazo por Pustovyi. El ucraniano, a pesar de disputar muy pocos minutos, fue muy efectivo mientras estuvo en pista. Quizás este tipo de partido es en el que los suplentes deberían agarrar ritmo de competición.
Los bilbaínos contaron con algo que otras veces echaron en falta, puntos. A los ya conocidos Bouteille y Brown, se sumaron nombres como Rafa Martínez y Lammers, que lograron que su equipo fuera a la par de los locales durante todo el encuentro. Partido de rachas, pero en el que ninguno logró una ventaja notable en ningún tramo del encuentro.
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Mirotic, el mejor una vez más, aportó puntos cuando su equipo más lo echaba en falta. Oriola, con su carácter y su olfato reboteador, fue de los que aguantó el tipo cuando los locales se vinieron arriba y pusieron las cosas más que complicadas para Pesic y compañía.
Ni siquiera una buena versión de Cory Higgins y de Abrines fueron válidas para que los suyos pudieran llevar el partido a su terreno, porque los de Mumbrú no dejaron de creer en ningún momento. En el punto álgido de los megaequipos y de la mercantilización del deporte, el Bilbao devolvió la fe a los amantes del basquet de siempre, del de barrio.
Una apuesta valiente, de juego de igual a igual, que obligó al Barça a exprimir al máximo sus armas. Pero ni siquiera con todo ese arsenal fue suficiente. Porque los bilbaínos fueron más valientes que nadie, fueron los que más ganas demostraron y, sobre todo, los que mejor jugaron a este deporte.
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Lograron forzar una prórroga milagrosa, y ahí culminaron lo que empezaron hace ya muchos meses cuando se consagraron campeones de la Leb Oro. En el Palau, escenario casi inmejorable, Mumbrú y los suyos volvieron a hacer historia. No lo pudieron festerjar con los suyos en Miribilla, pero seguro que no les faltará tiempo para eso. Porque ganaron un partido increíble en el que se dejaron alma y cuerpo, y su recompensa la recogerán en Málaga, donde se medirán los mejores ocho del torneo, y el Bilbao de Mumbrú será uno de ellos.