Como jugador, era apodado con toda justicia “el asesino silencioso”. Pese a jugar en los Bad Boys, era educado y hasta tenía cara de buen chico. Pasaba casi desapercibido pese al daño que hacía a sus rivales en ambos lados de la cancha; ya estaba Isiah Thomas y, en menor medida, Laimbeer y Rodman para llevarse toda la antención mediática de aquellos Pistons. Como General Manager, es el arquitecto de uno de los proyectos más sólidos, exitosos y duraderos de la última década, elección de Darko Milicic aparte. Su nombre: Joe Dumars.

En el año 2000, sólo una temporada después de su retirada de las canchas, Dumars era nombrado General Manager de su equipo de toda la vida. La situación deportiva de la franquicia no era muy halagüeña que digamos. Acababan de perder a Grant Hill, su gran estrella en los últimos años. Ni los más optimistas del lugar pensaban que, en apenas cuatro años, el equipo iba a ganar un anillo dando además una de las mayores sorpresas de la historia al ganar a los Lakers de los cuatro magníficos.

Dumars basó la construcción de los Pistons campeones en premisas similares a las ya utilizadas en la formación de los Bad Boys ochenteros: fichar a jugadores comprometidos con el equipo y con la victoria y desprenderse de los que no lo son. En 2001 otorga el puesto de entrenador a Rick Carlisle, con el que la defensa y el juego de equipo pasarían a ser las claves de Detroit y, de repente, Ben Wallace pasa de ser un “relleno” en el traspaso de Hill a convertirse en el mejor defensor y reboteador de la liga. De la misma manera que Jack McCloscky, GM de los Pistons en los 80, se deshizo de jugadores eminentemente anotadores, pero sin mucho recorrido, como Kelly Tripucka o John Long, no le tembló la mano en traspasar al mejor anotador del equipo, Jerry Stackhouse, por Rip Hamilton ni en fichar a un Chauncy Billups que aún no había encontrado estabilidad en la NBA. Cuando Carlisle fue despedido por desavenencias con Bill Davidson, propietario del equipo, ficha a Larry Brown, un técnico de ideas similares pero mucho más curtido en la liga. Y por último, se adelanta a todos en el fichaje de Rasheed Wallace, por entonces casi un proscrito en Portland.

Seis temporadas seguidas con 50 o más victorias, cinco títulos de división de los últimos seis (curiosamente, el único que no ganan es el año que consiguen el anillo) y cinco finales de conferencia consecutivas (algo que no se veía en la NBA desde que Chicago lo hiciera entre 1989 y 1993), incluyendo el ya comentado título de 2004 y la final de 2005, son los números que presenta Detroit. En una NBA actual donde la gloria es efímera (que se lo digan a Miami) y en la que muchos equipos se encuentran en permanente reconstrucción, es admirable cómo los Pistons siguen manteniéndose en la élite año tras año. Detroit es, junto con San Antonio, la franquicia más sólida de los últimos años.

Desde que Larry Brown dejó en 2005 el banquillo Piston, siendo sustituido por Flip Saunders, un entrenador con mayor vocación ofensiva, pero que ha seguido manteniendo intactos los principios del conjunto, hay una cierta tendencia a enterrar antes de tiempo a los Pistons. Si bien es cierto que no han vuelto a pisar una final y que el equipo ha dado síntomas de cansancio en los dos últimos play-offs, los Pistons han seguido estando al pie del cañón. Incluso con la notable baja de Ben Wallace, al que no se le pudo renovar (su renovación hubiera implicado el pago de la Luxury Tax). No obstante, perder la final de conferencia el pasado año ante los Cavaliers de un impresionante Lebron James, un rival que, sobre el papel, era inferior, fue un golpe muy duro para la franquicia. Si además añadimos la ya acusada veteranía del equipo, los rumores veraniegos sobre una posible marcha de Billups y la falta de acuerdo para renovar a Chris Webber, todo olía a fin de ciclo en Detroit.

Nada más lejos de la realidad. Transcurrida casi la mitad de la temporada regular, los Pistons lideran cómodamente su división con un excelente balance de 29 victorias y 10 derrotas, siendo el único equipo del este que aguanta el ritmo de Boston. Presentan además la segunda mejor defensa de la liga y también son segundos en diferencia entre puntos anotados y recibidos. Y es que Detroit es uno de los equipos más difíciles de ganar de la liga. Cuando les ves jugar te das cuenta de que son una máquina perfectamente engrasada y, si el rival no mantiene la concentración durante todo el partido, le pasan por encima como un rodillo

Si bien tanto Billups como Hamilton han bajado sus números, siguen estando entre los mejores jugadores de la liga en sus respectivos puestos y seguramente veamos a Chauncy en New Orleans el próximo mes de febrero. Sheed sigue siendo un auténtico lujo de jugador, completísimo a la vez que bastante infravalorado, al igual que Tayshaun Prince, el cual no obstante, no ha dado el salto de calidad que se esperaba, pese a seguir siendo un jugador muy importante en los esquemas del equipo. La baja de Webber, por el momento, está siendo muy bien cubierta por el veterano Antonio McDyess y por el sorprendente Jason Maxiell. Está por ver cómo se acoplan al equipo los recién llegados Walter Herrmann y Primoz Brezec; lo que puedan aportar los suplentes de Detroit se antoja muy importante de cara a futuras series de play-offs donde el cansancio de unos titulares que, salvo Prince, pasan la treintena, podría ser una losa para el equipo.

Personalmente, ver jugar a los Pistons me sigue pareciendo uno de los mayores placeres que nos ofrece la NBA. Entiendo que es un equipo ya muy veterano y que eso puede pasarles factura en los play-offs. Entiendo también que Boston está muy fuerte y que, tras lo del año pasado, Lebron y los Cavaliers se han hecho mayores. Pero creo que nadie debería descartar a Detroit como candidato a ganar el Este y, ¿por qué no?, el anillo.