Es complicado valorar lo hecho por Kobe Bryant, aún hoy su retirada queda demasiado cerca. Una generación entera, la mía, crecimos admirando al único jugador que ha soportado con decencia la comparativa con His Airness. No es moco de pavo.

Hablar de Kobe es hacerlo de un jugador especial, no por su descomunal talento (como es habitual), sino por su desmesurada capacidad para explotarlo y exprimirlo hasta la última gota. A través de su trabajo, lejos de los focos y allí donde nadie podía valorar su lucha, Kobe trasladó un amor por nuestro deporte como pocos se han visto nunca. Un amor que, sin embargo, no todos supieron apreciar.

Su carácter extremadamente competitivo, sus problemas lejos del parquet y su dura e impertérrita personalidad hicieron el resto. Con Kobe no existían medias tintas, o lo amabas o lo aborrecías.

Esa capacidad de producir un efecto dual, convirtió a Bryant en un auténtico villano. Provocó en el escolta la creación de un personaje incomprendido, y que únicamente era capaz de romper su cascarón con un balón en la mano. Un villano a quien ahora, a la postre, todos empezamos a apreciar; un villano al que todos reconocemos querernos parecer.

Sus detractores no tardarán en negarme la mayor, en apuntar cada día a su desmesurado ego, a su falta de compañerismo en ocasiones, todo aquello que su último contrato parecía dispuesto a revalidar. Su gira, durante toda la pasada temporada, despidiéndose en cada campo que visitaba, era la enésima manera de demostrarnos su poder. De hacernos entender que él había sido capaz de ser vuestro villano favorito. ¡Maldito engreído!

Pero sus simpatizantes no tardarán en apuntar a sus numerosos logros, a su capacidad de ganar aún no teniendo un buen equipo y a su evidente superioridad en el juego. El de Philadelphia había cuidado cada movimiento de su juego, perfeccionando hasta el más mínimo detalle, para conseguir brillar con luz propia cada noche. ¡Bendito genio!

Con Kobe no hay dudas; solo cabe odiarlo o amarlo.

Quien os escribe es un ferviente e incondicional adepto de la figura del “24” Laker, me quedé prendado de aquel “8” exuberante y terminé de enamorarme de aquel obseso del trabajo cuando llevaba el “24” en la espalda. Llegué demasiado tarde a mi pasión por la pelota naranja como para disfrutar del reinado de Jordan, pero habiendo visto lo suficiente como para considerarlo el mejor jugador de la historia de este deporte; lo suficiente como para, años después, establecer la famosa comparación entre Jordan y Kobe.

Nadie, ha sido capaz de acercarse con tanta fidelidad a la maestría de Michael Jordan. Su obsesión era calcarle, aprender de él, el resultado cada uno debe valorarlo bajo su prisma. Yo no creo que alcanzase a MJ23, pero sí creo que fue capaz de acercarse tanto a su figura como para soportar su comparación; algo que de lo que no creo capaz a nadie más.

Un día para recordar

Pero si pretendemos recordar a Kobe, merece la pena rememorar la última gesta de uno de los mayores villanos de nuestro deporte. Su enésima demostración de estar en otra dimensión.

El pasado 14 de abril de 2016 será recordado como el día que Kobe Bean Bryant se retiró del baloncesto profesional, tras 20 años al más alto nivel, y anotando 60 puntos. Su última temporada, además de estar cargada de emotividad, estuvo marcada por ser una de las peores a nivel individual de la estrella angelina. Las lesiones, especialmente aquella rotura del Aquiles en 2013, habían lastrado el físico del escolta de Philadelphia.

Kobe, obstinado como pocos en la historia del baloncesto, trató de evolucionar una vez más, de transformar su juego una última vez. Sin embargo, el cuerpo ya no le respondía.

Pero siempre había reservado fuerzas para un último baile, para una última noche de trance emocional con el amor de su vida: el baloncesto. Ese fue su regalo para todos, ese fue su último coletazo para demostrar que seguía siendo la Mamba Negra: 60 puntos,  22/50 en tiros de campo, 4 rebotes, 4 asistencias y 1 tapón.

Una noche para la historia, "El final perfecto hubiese sido un campeonato", decía Bryant con una sonrisa. "Pero hoy intenté salir, trabajar duro y dar tanto espectáculo como pude. Se siente bien poder hacerlo una última vez".

Sus compañeros, su técnico e incluso el equipo rival, Utah Jazz, aplaudieron la última gesta del genio. Kobe sonreía, pícaro una última vez:

"Toda mi carrera queriendo que pase el balón y esta noche no querían que lo soltase"

¿Héroe o villano?

La Mamba Negra se fue, y con él se marchó un jugador que siempre será ejemplo de esfuerzo y sacrificio. Con Kobe no existían grises, solo amor u odio. Pero, al final, ¿qué distingue al héroe del villano más allá del bando?

Kobe fue mi héroe, mi inspiración en la infancia y uno de mis mayores ejemplos de superación y trabajo. Pero tras su retirada, ha pasado al siguiente nivel.

Como bien dijo él una vez: “Los héroes van y vienen, pero las leyendas son para siempre.”

Héroe o villano, eso ya quedó atrás…