Kobe Bryant vive, a sus 34 años, el curso ofensivamente más productivo de su carrera. Con los mejores porcentajes de su vida y metiendo 30 puntos por noche. Además, Metta World Peace anota prácticamente el doble que la temporada pasada, también ha subido sus porcentajes e incluso ha aumentado su regularidad y control sobre sus emociones.
Sin embargo, 15-21 de balance. Siete derrotas en los últimos ocho partidos. Fuera de PlayOff. ¿Qué ocurre en Lakerland? ¿Por qué un rendimiento tan pobre esta temporada? ¿qué falla?
Uno. Lo colectivo vs lo individual.
El baloncesto es un deporte colectivo. Un juego en el que cinco grandes individualidades no forman automáticamente un gran equipo. Por ello, pretender trasladar lo individual a lo colectivo, así sin más, es un error. Los Lakers aún no se han comportado como un equipo y pese a tener a jugadores individualmente de élite, son incapaces de generar una unidad estable.
Así, cuatro jugadores que podríamos catalogar como fueras de serie, cada uno en lo suyo, no son suficiente para ganar. Un equipo es una compleja mezcla de roles y química para desarrollarlos, no una mera suma de individualidades. Es obvio que en los Lakers hay potencial, pero no existe química y los roles aún estar por establecerse. Por tanto, son una masa de talento desorganizado. Un brillante conglomerado de estrellas jugando con la misma camiseta, que no juntos. Y mientras el baloncesto sea un deporte colectivo, jugar juntos será imprescindible para ganar.
No ha habido ni un solo equipo dominante (o ganador) en la historia del baloncesto moderno en el que no se pudieran identificar unas bases colectivas. Hubiera una o más estrellas que resuelvan de forma individual, es necesario desarrollar un poder colectivo para llegar al éxito. Los Lakers, de momento, no son un equipo, sino un grupo de jugadores que juegan juntos. No es lo mismo.
Dos. La defensa.
Aunque los Celtics de 2008 significasen la excepción a la regla, generalmente para defender a alto nivel se necesita, aparte de condiciones (físicas y técnicas) para hacerlo, comunicación y tiempo para corregir errores y generar hábito. Los últimos años, los Lakers han sido una de las peores defensas de perímetro de la NBA. El puesto de base era (con Fisher) un agujero y lo sigue siendo (con Nash). En ambos casos una desventaja de piernas abismal con prácticamente la totalidad de sus pares, que genera un desequilibrio constante. Se pensó que la llegada de Dwight Howard, el hombre alto que más condiciona el ataque rival, solucionase por si solo el problema, ya que cualquier penetración se encontraría directamente con él debajo del aro. Pero no.
Una penetración contra la defensa de los Lakers se encuentra, efectivamente, la amenazante presencia de Howard (rápido de pies, rápido de manos, gran salto) en la ayuda. Pero no hay nunca segunda ayuda. Howard abandona su par para tapar el desequilibrio pero nadie tapa entonces al par de Dwight. Cubrir un agujero para descubrir otro, el pan de cada día. La manta se mueve y va destapando partes, generando problemas.
Los Lakers, cuya defensa especulativa no ataca prácticamente en ningún momento las líneas de pase (por lo que no generan pérdidas y por tanto tampoco contraataques a favor), exhiben una constante falta de comunicación, llevada al extremo en las transiciones defensivas, otra de las grandes lacras del equipo. No es ya que reciban muchos puntos (102), circunstancia que podría explicarse en parte por un elevado ritmo de juego (los Lakers son el tercer equipo que mayor número de posesiones juega por partido, sólo superado por Rockets y Spurs), como que sean el octavo peor equipo en puntos recibidos por cada 100 posesiones. Los Lakers defienden muchas veces por partido, por encima de la media, pero es que además lo hacen muy mal.
Tres. Expectativas.
Desorbitadas. Hasta cierto punto, algo inevitable para un equipo que en un verano mágico junta a Steve Nash, Kobe Bryant, Pau Gasol y Dwight Howard. Es entendible y exigible que se espere lo máximo, de acuerdo. Pero, ¿debe exigirse de inmediato? ¿Es lógico esperar que un grupo de jugadores que jamás han jugado juntos ganen 70 partidos? Una expectativa previa desorbitada aumenta la presión, genera ansiedad y pretende acelerar el cumplimiento de un objetivo planteado, no olvidemos, a ocho meses vista.
El objetivo de los Lakers era (es) ganar el título. Pero nunca lo fue hacerlo en noviembre ni en diciembre, sino en junio. La máxima exigencia externa desde el inicio ha derivado en la creación de una bola de nieve de precipitación de la que aún no se ha sabido salir. Un equipo construido para ganar en junio, trata de sobrevivir noviembre y diciembre y está con el agua al cuello en enero. Las expectativas previas eran tan desmedidas que han engullido por completo la realidad. La han sepultado.
Cuatro. El entrenador.
Primer punto. Si por algún motivo piensas que Mike Brown es el hombre ideal para llevar a tu plantilla a la conquista del título, ¿qué sentido tiene despedirlo tras una semana de competición oficial? Cabe la posibilidad de que misteriosamente durante esa primera semana (1-4 de balance en el momento del despido de Brown) te des cuenta de que él no es el técnico ideal para lo que quieres. Pero, un momento, ¿no es eso algo que se debería haber meditado durante el verano? Es decir, si crees en el proyecto de Brown, no puedes despedirlo tras una semana de competición oficial (la pretemporada no lo es). Y si no creías en su capacidad desde el inicio, no tiene sentido mantenerlo todo el verano, realizar la pretemporada y comenzar (mal) lo oficial antes de buscar a otro, con todos los equipos ya en marcha y sacándote ventaja.
Segundo punto. Tras el disparate anterior, te lanzas a por el que, sin duda, parece ser el hombre ideal para lograr el éxito con una plantilla plagada de estrellas (y distintos caracteres que domar): Phil Jackson. Pero las conversaciones se convierten en un duelo de orgullo en el que los Lakers pasan a ser lo menos importante. Cuentas pendientes, ego y dos partes dispuestas a ceder lo menos posible. Sin acuerdo, sin Jackson.
El plan B es Mike D’Antoni, elegido por gozar de una buena relación con Kobe Bryant (requisito imprescindible) y ser el gran valedor de Steve Nash en Phoenix, con el fin de desterrar cualquier indicio de un sistema que dejaba a menudo a uno de los mejores pasadores de todos los tiempos sin el balón. Un técnico ofensivo que llega, teóricamente, para hacer que el equipo aproveche su punto fuerte (el talento en ataque).
Pero de nuevo, un momento. Con Mike Brown (técnico de perfil defensivo) los Lakers eran uno de los equipos más eficientes de la NBA en ataque (top 10 en eficiencia ofensiva). El problema estaba en defensa, en la falta de adaptación y rendimiento en tu zona, no en la del rival. Es decir, fichas a Mike D’Antoni para corregir una faceta (el ataque) que funcionaba medianamente bien, necesitando sobre todo que mejore otra (la defensa) en la que su reputación es muy pobre. Un sinsentido. Precipitación, falta de rumbo e improvisación.
Cinco. El banquillo.
Antawn Jamison llega con la idea de ser un sexto hombre de lujo. Primero, es (mal) usado por Mike Brown como alero (pierde su poder de generar espacios como ‘cuatro’ tirador y descubres aún más su pésima defensa); después, desaparece de la rotación con D’Antoni tras una serie de partidos horribles, lo que le lleva a quejarse públicamente de su situación. Ése es el camino hasta ahora del teóricamente mejor reserva de los Lakers.
Aparte de Jamison, los angelinos disponen, como hombres útiles, de un gran reserva interior en Jordan Hill (en este caso han dispuesto, porque el jugador estará de baja durante lo que queda de temporada por su lesión en la cadera), otro aceptable como Steve Blake para el puesto de base, pero con el que no has podido contar por lesión y a Jodie Meeks, un tirador de rachas, para las alas. Banquillo corto, que suma poco en ataque (quinto peor banquillo anotando de la NBA, con solo un punto más que el penúltimo) y tampoco da ritmo defensivo (ni un solo especialista en esa faceta). Es decir, el banquillo es un problema gigantesco pero teóricamente asumible considerando que para contrarrestarlo tienes un quinteto con (posiblemente) cuatro futuros Hall of Famers.
Seis. Las lesiones.
Tener una gran plantilla (o al menos un gran quinteto) es fantástico. Pero que además puedan jugar y no sólo cobrar ya debe ser maravilloso del todo. En los Lakers sólo se cumple lo primero. Steve Nash se ha perdido 24 partidos. Dwight Howard, lesionado de larga duración (espalda), llegó a tiempo para comenzar el curso pero anda muy lejos de su mejor forma y Pau Gasol (10 partidos sin jugar) comienza el año en el peor estado físico de su carrera hasta que tuvo que parar por la evidencia (tendinitis). Luego, además, se le descubre una fascitis plantar.
Es decir, tres de tus cuatro grandes bazas, o bien están muy por debajo de su nivel físico o directamente están no disponibles. A eso se suma la baja para lo que resta de temporada de Jordan Hill por su lesión en la cadera y que Steve Blake se ha perdido 29 partidos, por lo que los Lakers han tenido que jugar bastantes encuentros con Darius Morris y Chris Duhon como únicos bases disponibles. Si lees esto último y no sientes ganas de reír o de llorar, posiblemente no seas humano.
Siete. Howard.
El pívot más dominante de la NBA los últimos años y, con diferencia, el factor interior defensivamente más determinante de la competición. Ideal para solucionar tus problemas defensivos y aprovecharse de jugar al lado de dos creadores de élite como Nash y Gasol. Eso en la teoría.
En la práctica, Howard no está físicamente a su mejor nivel. Regresó a tiempo para iniciar la temporada pero no es el mismo jugador que antes de su lesión. Han sido muchos meses parado y se nota en su rapidez de desplazamiento. Defensivamente ayuda, por supuesto, pero no es el factor que se esperaba. En parte por él y en parte porque el nivel defensivo colectivo es horroroso. Y Howard, aún estando en plenitud (que de momento no lo está), no podría hacer milagros.
Con él, además, sucede algo a reseñar. En defensa es más útil a medida que se siente más involucrado en ataque. Si percibe que es una pieza importante del ataque, en defensa se multiplica su acción. En Orlando eso sucedía de forma habitual, en los Lakers es algo puntual. Recibe menos balones, dispone de menos tiros y eso se traduce en que su energía defensiva no se libera. Pasa desapercibido más de la cuenta. No encadena acciones positivas que le vayan motivando. Y, además, tampoco conecta con Gasol.
Ocho. Gasol.
Pasando el balón y leyendo situaciones de juego, uno de los mejores hombres altos de los últimos 20 años. Un interior de infinitos recursos en poste bajo y un jugador habitualmente perseguido por su falta de energía jugando. Ése es el Pau Gasol que conocemos. El que hemos visto este año, sólo cumple la tercera característica.
Físicamente muy mal, seguramente en el peor estado de su carrera, castigado por no descansar en verano y aquejado de continuas molestias físicas que le impedían prácticamente saltar y desplazarse bien en cancha. Su comienzo de temporada estuvo marcado sobre todo por no encontrarse bien físicamente, por lo que le resultaba muy difícil aportar como debiera. Además, con Howard no solo no recibe en poste bajo (donde sigue siendo uno de los mejores interiores del mundo), sino que cada vez juega más lejos del aro y se nota mucho más su falta de explosividad, perdida (lógicamente) con el paso de los años.
Es decir, el Gasol menos físico de su carrera juega más lejos de la canasta que nunca. Tan duro como real. No se ha encontrado sitio en el sistema para él, por lo que sus aportes están minimizados y además condicionados por su aun renqueante estado físico. Su peor versión imaginable para su peor aprovechamiento posible. Y, de fondo, su gran contrato (noveno salario más alto de la NBA) que le sitúa en el ojo del huracán al mínimo problema, circunstancia que ahonda en la herida.
Nueve. El ritmo.
Los Lakers juegan a un ritmo más elevado que, por ejemplo, Warriors o Thunder, paradigmas del juego en transición. Solo Houston y San Antonio emplean más posesiones por partido que los angelinos. Teniendo a Mike D’Antoni como técnico, no es un dato que sorprende. Pero, ¿controlan realmente los Lakers los partidos?
Usar muchas posesiones no va exactamente en beneficio de un equipo que no corre el contraataque y además cuya defensa es un agujero casi perenne. Tampoco para un equipo que no suele exhibir energía o despliegue físico en los partidos. Entonces, ¿por qué juegan los Lakers así? Dejando aparte el dato, en los partidos de los Lakers se aprecia que pese a poner por defecto un ritmo elevado (juegan a muchos puntos), nunca dominan el tempo. Es decir, si los Lakers se miden a un equipo que comparte idea de emplear muchas posesiones, se jugará así. Pero si su rival prefiere tanteos cortos, los Lakers acabarán adaptando su propuesta a la del rival. El ritmo siempre es del otro. El mando del partido, también.
Además, hay que tener en cuenta que, con todos sus efectivos, los Lakers son uno de los equipos con más tamaño en su juego interior. Gasol y Howard son dos interiores grandes y pesados que, aunque móviles, sufren en contextos de transición, sobre todo defensiva. Si los Lakers buscan precisamente ese tipo de ritmo que ayude a la transición, pierden precisamente uno de sus puntos más letales, la superioridad por tamaño interior ante prácticamente todos los rivales a los que se enfrenten. Minimizar un punto fuerte, vaya.
Por otro lado, el despliegue de intensidad en los partidos retrata a los Lakers no tanto como un equipo muy veterano (que lo es) sino como uno con falta de predisposición. El propio Kobe Bryant ha levantado la voz para alertar de que las piernas de los jugadores de los Lakers no tienen la frescura, explosividad o intensidad que sí tienen las piernas de otros rivales. El juego físico supera a unos Lakers que, además, optan por esa idea. Steve Nash dirigió con excelencia una propuesta frenética en Phoenix, es cierto. Pero de eso hace ya unos años y, sobre todo, tenía a su alrededor una serie de compañeros de perfil totalmente diferente a lo que tiene en los Lakers.
El problema de querer jugar rápido no es Nash, ya que él sigue siendo uno de los jugadores que más rápido es capaz de ver y ejecutar situaciones de ataque. El problema es no tener las herramientas necesarias para que ese estilo sea realmente útil. Más claramente, si tienes a Nash pero no le puedes acompañar de aleros terroríficos en transición, disponiendo además de (posiblemente) la mejor pareja interior de la NBA, por qué no plantearse un ritmo que explote esas virtudes. No es tanto ser veteranos como no querer reconocerlo y querer practicar un juego que no conecta con las características de lo que sí tienes en plantilla.
Diez. La competencia.
Mayor y más temible que nunca. Los Thunder parecen haber crecido aún más incluso a pesar de haberse desprendido de James Harden. Los Spurs sigue realizando un baloncesto de muchos quilates, con Tim Duncan a lo Benjamin Button. Los Clippers, tradicionalmente vecinos pobres, lideran la NBA, y los Grizzlies son más maduros y correosos. Por si esos cuatro fueran pocos, se está viendo a los mejores Warriors que se recuerdan, Harden ha levantado a los Rockets y los Nuggets en casa siguen siendo un rodillo. 
El tiempo corre en contra de los Lakers y los rivales funcionan. Los angelinos llevan viviendo prácticamente toda la temporada fuera de PlayOff y comienza a temerse incluso por su presencia en la post-temporada. Aun clasificándose, deberían superar tres eliminatorias de infarto antes de visitar las Finales. Demasiado castigo para un equipo veterano nadando en un mar de dudas.
Y, con el sabido registro de 15-21, incluso la clasificación para la fase final peligra. En los últimos cinco años, en el Oeste han sido necesarias 48 de victorias de media para jugar (como octavo cabeza de serie) los PlayOffs. La progresión actual de este curso marca que serían necesarias 47 victorias para lograr el último billete que permite competir en las eliminatorias por el título. Es decir, los Lakers necesitarían firmar un 32-14 hasta final de temporada para alcanzar las 47 victorias. Un propósito exigente y, ya sí, sin margen de error alguno. ¿Serán capaces de lograrlo?
Con semejante panorama, ¿hay aún cabida para la esperanza? Decía Samuel Johnson, un hombre agarrado a la melancolía y uno de las más brillantes figuras en la historia de la literatura británica, que siempre era necesario esperar. Porque aunque una y otra vez la esperanza se viese frustrada, sus fracasos siempre serían menos traumáticos que su extinción. En los Lakers, parece haber esperanza. El tiempo, que vuela, dirá si hubo o no motivos para tenerla