Mientras su padre acapara portadas, llama la atención por su habilidad de abrir la boca y sembrar el caos, o simplemente se dispone a criticar a jugadores mejores que lo que él nunca ha sido, Lonzo Ball calla.

Y ya saben, el que calla otorga. A Lonzo no le interesan las palabras, él se limita a observar el circo que le rodea, impávido ante todos los focos que le apuntan. Él lo tiene claro, su manera de hablar está con un balón en la mano y pisando el parquet; no habla él, habla su baloncesto.

Si nos abstraemos de su entorno, y simplemente nos limitamos a observar a Lonzo Ball, nos encontraremos con un jugador especial, con unas habilidades fascinantes y con un altísimo conocimiento del juego, que le envuelven en esa aura particular que desprenden los jugones.

Lonzo es un jugador diferente, que se ha plantado en las puertas de la NBA y las ha empezado a aporrear. Su baloncesto destila genialidad, su visión de juego nos hace sonreír y verle en acción en esta Summer League de las Vegas ha sido realmente impresionante. Su facilidad para controlar los partidos, para leer las ventajas y ejecutar en beneficio de los suyos, han conseguido el efecto deseado: dominio.

El mayor de los Ball es un talento especial,  que llama la atención por su capacidad de pase, una habilidad de la que demuestra tener miles de recursos y en la que pone en virtud su magia. Magic Johnson, el día de su presentación, decía de Lonzo que “viendo vídeos de él, te ves a ti mismo. Ves a Jason Kidd.” Y destacaba su liderazgo” y su “increíble IQ, explicando que “es el jugador sobre el que queremos construir un equipo de éxito. Volver a ganar. La nueva cara de los Lakers, el jugador que nos llevará a donde queremos estar.

La presión sobre él es enorme, las expectativas infinitas, sin embargo, su última temporada en UCLA fue así, y su respuesta no pudo ser mejor. Pese a estar rodeado por uno de los entornos más contaminantes posibles, Lonzo demuestra una madurez impropia; es imposible encontrar declaraciones salidas de tono de su boca, mientras que su juego no deja de brillar. En UCLA firmó unos excelentes 14.6 puntos, 7.6 asistencias y 6 rebotes de media, pero ni los excelentes números son capaces de reflejar todo lo que emana su baloncesto. Hay que ir más allá.

Ball cumple con todos los requisitos para tener un impacto real en la NBA de hoy en día, posee un buen físico, marca diferencias gracias a su lectura de partido y es capaz de anotar con solvencia desde más allá del arco. Además, como bien apunta Magic, es capaz de liderar y comandar a sus equipos gracias a su juego.

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Quizás, la faceta que más asombra del baloncesto de Lonzo Ball se su capacidad de pase, su visión de juego y su gusto por los altos ritmos de juego, le permiten encontrar con facilidad a sus compañeros en campo abierto. Una virtud que, a buen seguro, Luke Walton no tardará en explotar, en su intento por buscar un equipo coral que mejore las prestaciones de los Lakers.

Además, pese a lo poco estético de su tiro, Ball tiene un rango enorme y ejecuta con facilidad. Su 41.2% en triples con UCLA le avala, y tiene la capacidad de saber escoger su momento para anotar cuando más lo necesita el equipo.

Ha asombrado a propios y extraños en la Summer League de Las Vegas, pese a que comenzó con mal pie, su dominio ha sido aplastante y aunque no disputó la final fue nombrado MVP de la competición gracias a sus 16.3 puntos, 7.7 rebotes y 9.3 asistencias.

Ball es un jugador especial, marcado por el aura de los jugones, rodeado por el más tóxico de los entornos, pero dispuesto a dejar que sea el baloncesto que corre por sus venas el que hable por él. Lonzo se ha plantado en las puertas de la NBA, y las está atronando a mamporros.