Cuando salen a la palestra dos conceptos tan archiconocidos como “Los Ángeles Lakers” y “década de los 80”, es casi imposible no establecer una relación instantánea, automática, con Magic Johnson. Fue el representante máximo del equipo angelino en el lustro más exitoso y laureado de su historia. Su portavoz más significativo, la esencia pura de lo que el equipo que viste los colores oro y púrpura transmitió al mundo en aquella maravillosa época, recordada con mucho cariño y nostalgia por los incondicionales del baloncesto NBA. Al igual que hoy en día, el binomio Kobe/Lakers se torna en irrefutable y está solidamente anclado en el subconsciente colectivo, lo mismo ocurría con Magic tres décadas atrás. Incluso diría que, en el caso que nos ocupa, el fenómeno era de un calado y de una trascendencia aún mayor, de una profundidad inimaginable.
Pero, ¿qué pensarían si les dijera que esto fue así por una mera casualidad? ¿Y si les digo que el genio de Lansing estuvo muy cerca de vestir la camiseta de otro equipo? No es un delirio producto de mi imaginación. Más bien, es la constatación de que en toda vida, en toda historia, existe un componente inevitable de azar que modifica y dicta el destino final de sus protagonistas. Un elemento que escapa a todo mecanismo de estudio, planificación o control, y que tal vez, es por esa condición innata de caos imprevisible, que provoca tanto miedo e incertidumbre en las personas.

Pero entremos en faena.
En 1979, se vivían tiempos de cambio en todo el mundo. Unos cambios que no estaban exentos de cierta inestabilidad. Se finalizaba un lustro y comenzaba otro, uno que alumbraría una revolución en la mentalidad colectiva, en la música, la cultura, la política…etc. La segunda crisis del petróleo hacía estragos en la economía de todo el planeta (aunque no al nivel de la primera), y en los EEUU, tras el trauma de la guerra de Vietnam (finalizada en 1975) y los escándalos del Watergate que salpicaron a la Casa Blanca (ocupada, en ese momento, por el presidente Richard Nixon), parecía que se quería llegar a 1980 cuanto antes, buscando dejar atrás una década confusa y ambigua.
Este cambio general no fue ajeno a la NBA, que en consonancia con el sentir colectivo, necesitaba comandar una revolución que transformara el aspecto del producto que exportaba a sus consumidores. Era preciso buscar nuevos medios para impulsar la popularidad de una liga que había experimentado una acusada decadencia, en su seguimiento, con respecto a los gloriosos sesenta. Se puso la primera piedra fundamental con la fusión de la NBA y de la ABA en 1976, que dotaba de una frescura modernizadora a la liga y concentraba a todas las estrellas del universo baloncestístico americano en un solo campeonato. Además, como interesante novedad fruto de la herencia ABA, se acordó la introducción de la línea de triple para la temporada 1979-1980.
Por otro lado, el draft de 1979 se presentaba muy esperanzador por la considerable carga de talento que traía consigo. El torneo de la NCAA de ese año resultó un magnífico escaparate para que las futuras estrellas del país se exhibieran, coronado con una final de muy alto standing entre la Michigan State de Magic y la Indiana State de Larry Bird. El jefe supremo de los Celtics, Red Auerbach, en un astuto movimiento muy propio de su ser, y de los tiempos, se las agenció para hacerse con los derechos del “pájaro” en el draft del año anterior. Por lo tanto, Larry quedaba excluido de las selecciones para la ceremonia de 1979. No obstante, se presentaba una nómina interesante de jugadores entre los que se encontraban: Sidney Moncrief, Bill Cartwright, Vinnie Johnson, Calvin Natt, Cliff Robinson, y por supuesto, el más atractivo de todos, Earvin “Magic” Johnson.
Los Lakers se encontraban en una etapa de transición que duraba más de lo deseado. Se mantenían relativamente competitivos gracias a la enorme labor del que era una de las grandes figuras de la competición, Kareem Abdul Jabbar. Comandados en los banquillos por Jerry West, el equipo no tenía grandes aspiraciones más allá de una participación en Playoffs, pero no se postulaban como aspirantes reales al título. Por si fuera poco, West había acabado quemado y en un estado de hartazgo por conflictos externos e internos con el equipo, que sumados al famoso incidente del puñetazo de Kermit Washington a Rudy Tomjanovich en 1977, hacían que el conjunto angelino se encontrara en una situación de apatía y mediocridad.
Era preciso introducir cambios importantes. Llevar a cabo un lavado de cara en la franquicia, y además, conseguir alguna pieza adicional para acompañar al gigante de Harlem y reverdecer viejos laureles en el Forum de Inglewood. Con el paso de Jerry West de los banquillos a los despachos, se empezó a abrir el camino. Para entonces, en el plantel no quedaba ningún nexo de unión con el maravilloso equipo de 1972 que había ganado el campeonato y establecido el record de victorias consecutivas en 33. El último vestigio de aquello era un Gail Goodrich, que en 1976 se convertía en agente libre y decidiría enrolarse en las filas de los Jazz (por aquel entonces, emplazados en la ciudad de Nueva Orleans). La normativa NBA de la época exigía que, cuando un jugador cambiara de equipo como producto de la agencia libre, esta franquicia que perdía al jugador debía recibir un paquete de compensación por parte del otro conjunto implicado.
Como resultado, Jazz y Lakers llegaron a un acuerdo:
Los Jazz recibían a Goodrich más una segunda ronda del draft de 1977 y una primera ronda de 1978, y a cambio, el conjunto angelino se hacía con una primera ronda de 1977, 1978 y 1979, más una segunda de 1980. Una operación que resultaría decisiva para comprender lo que estamos tratando.
En un principio, la gerencia deportiva de los Lakers, encabezada por Bill Sharman, pero en la que Jerry West ejercía un papel fundamental como ‘scout’ y consejero, se sentaron a barajar las opciones. West mostraba un interés vehemente por el jugador de Arkansas, Sidney Moncrief. Era una apuesta personal suya, y veía en él un complemento perfecto para Kareem y para el base titular del equipo, Norm Nixon, que estaba ofreciendo un rendimiento excelente en la cancha. La idea de decantarse por Magic no estaba desterrada de su cabeza, pero recelaba del hecho de hacerse con otro base, que bajo su punto de vista, podría no complementar bien a Nixon por la falta de un recurso indispensable: el tiro en suspensión. Algo con lo que, por otra parte, Moncrief sí contaba.

En la biografía que Roland Lazenby le dedicó a la figura de Jerry West se expresa con toda claridad lo que opinaba sobre el asunto la leyenda de West Virginia:
“West podía observar fácilmente que Moncrief estaba destinado a ser un gran base de la NBA. Johnson, por otra parte, era más, por sus condiciones, un bicho raro. Johnson manejaba el balón de forma extraordinaria pero poco ortodoxa, y estaba lejos de contar con un juego refinado. Moncrief era una elección mucho más segura”.
Sin embargo, en el verano de ese mismo año, entra en escena un hombre clave, el arquetipo hollywoodiense de entusiasta triunfador, con un don de gentes inaudito y una mentalidad modernizadora adelantada a su propia época. Ese hombre era el carismático Jerry Buss, el que, en detrimento de Jack Kent Cooke, se hacía con las llaves de los Lakers y pasaba a controlar una de las entidades deportivas más ilustres de los Estados Unidos, y del mundo. Buss, hombre proyectado hacia la nueva década, de ideas y planteamientos renovadores, si vio en el joven Magic Johnson una oportunidad de oro. Representaba, con suma perfección, todo aquello que anhelaba para sus Lakers. Era la fantasia, la sonrisa, lo celebre y contagioso. El espectáculo puro. Por lo tanto, en su mente, no cabía otra posibilidad más que la de ir con todo a por el playmaker de Michigan State.
De inicio, aparecía un conflicto de intereses que era necesario atender. El debate estaba en la mesa. ¿Por quién se apostaba? La discusión duró días, semanas incluso, con un Magic Johnson que llegó a concertar varias reuniones con Sharman y la dirección deportiva del equipo. Pero finalmente, Buss, el nuevo propietario, un hombre de fuerte personalidad y que tenía muy claro lo que quería, le lanzó la siguiente advertencia a la franquicia:
“Les dije: ‘o cogéis a Magic, o ya estaís buscándoos otro comprador’, y finalmente, aceptaron”.

Así pues, con West convencido y el organigrama institucional al completo remando en la misma dirección, se determinó que, de tener la oportunidad, se elegiría a Magic Johnson en el draft de 1979. Pero aún quedaba lo más importante, el elemento clave, y este no era otro que discernír si iban a contar con el privilegio de escoger primeros. Una tarea que no estaba en sus manos.
Trece años antes, en 1966, se implantó un sistema para decidir que equipo, de los dos que habían quedado últimos en sus respectivas conferencias, podía elegir primero en el draft. El método escogido era muy simple, rudimentario inclusive, y consistía en lanzar una simple moneda al aire. Cara o cruz. La suerte mas aséptica y primaria, sin edulcorantes. Fifty-fifty.
La temporada 1978-1979 había concluido con los Chicago Bulls y los New Orleans Jazz como últimos de sus respectivas conferencias. No obstante, la elección de los Jazz le pertenecía a los Lakers como consecuencia de la operación Gail Goodrich, que ya expliqué anteriormente. De tal manera que, en esta pugna por hacerse con los favores del azar, se situaban, a un lado, el director deportivo de Chicago, Rod Thorn, y al otro, el tándem West/Sharman y Chick Hearn, mítico narrador del Forum, en calidad de representante angelino al teléfono.
Thorn quería elegir cruz desde un principio, como en una especie de pálpito intangible que no podía explicarse por lo racional. Pero curiosamente, una encuesta realizada a los aficionados de Chicago concluía que estos deseaban escoger cara. Por lo tanto, no quedaba otra que hacerle caso al pueblo. ‘Es deber intrínseco de un buen gerente’, pensó él. Se estaba jugando su popularidad.
Todo estaba preparado. Larry O`Brien, entonces comisionado de la NBA, lanzó una moneda al aire.
Cruz.
Thorn, que prestaba atención a la ceremonia a través del auricular, emitió un sollozo de amargura y dio con su cabeza en la mesa del despacho maldiciendo su suerte, según relata el Los Ángeles Times. Al final, fruto de la desidia, acabó declarando lo siguiente:
“La moraleja de la historia es que, si haces caso a los fans, acabas sentándote junto a ellos”.
Los Lakers, como resultado, se hacían con Magic Johnson y refinaban las bases de un proyecto que dominaría la liga en la década que estaba por comenzar. Por su parte, Chicago escogía en la segunda posición al pívot de UCLA, David Greenwood, que acabó resultando un enorme fiasco. En cuanto a Moncrief, se iba a Milwaukee con la quinta posición.
Años después, ya durante las Finales de la NBA 1991 entre Bulls y Lakers, el propio Magic, preguntado por el hecho en cuestión, afirmaba lo siguiente:
“No hubiera jugado allí. La única razón por la que me presenté al draft fue para poder jugar con Kareem y los Lakers”.

En cualquier caso, Thorn y los suyos aseguran que, si hubieran elegido los primeros, habrían convencido a Magic para que liberara sus recitales de creatividad y fantasía en el Chicago Stadium.
Lo que está claro es que, de haberse producido así, el destino de la NBA no hubiera sido el mismo , y tal vez, muy probablemente, un tal Michael Jordan no habría aterrizado en la ciudad del viento. Imagínense el efecto mariposa que hubiera desencadenado un hecho de este calibre. Habría dibujado una configuración de la liga, y del baloncesto, totalmente distinta.
Por último, es menester apostillar, que si Magic se hubiera esperado al año siguiente para presentarse al draft, es decir, en 1980, en esta ocasión eran Warriors (vía Boston) y Utah Jazz los que gozaban del privilegio de elegir en las dos primeras posiciones (Joe Barry Carroll y Darrell Griffith). Por lo que, jugar en los Lakers, hubiera resultado una quimera casi imposible.
El otro protagonista de esta historia, y que acabó disfrutando de una carrera maravillosa con los Milwaukee Bucks, Sidney Moncrief, dejaba una interesante reflexión en una entrevista reciente realizada por Sports Illustrated:
“La vida es graciosa. Una decisión lo puede cambiar todo. Si me preguntas que hubiera pasado de haber acabado en los Lakers…te seré honesto. Quizás hubiéramos ganado algún campeonato, pero de ninguna manera los Lakers habrían logrado conmigo lo que lograron con Magic. Ese equipo necesitaba a alguien que hiciera jugar a todos como un equipo, y él era ese tipo. Hay una razón por la que Magic Johnson ha pasado a la historia como uno de los jugadores más grandes. Podía hacerlo todo”.
La NBA, al final, acabó eliminando este cruel y desgarrador sistema de la moneda en 1985, introduciendo el primer “Lottery System”, que también dependía en gran medida de la suerte (los siete equipos que no habían alcanzado los Playoffs introducían una pelotita y todos contaban con la misma probabilidad de salir primeros), pero al menos, su relativa sofisticación y mayor complicidad, evitaba la infantil ironía de perderlo todo por el capricho de un penique.
Magic Johnson, por su parte, terminaría disputando nueve finales con los Lakers, ganando cinco campeonatos, tres MVPs y tres MVPs de las Finales. En resumen, un currículum majestuoso, inalcanzable. Y todo por un insignificante trozo circular de metal.
Así opera la suerte. Fría, directa, desalmada. Siempre imprevisible. Siempre presente. Incluso en los grandes momentos deportivos