La selección española de baloncesto, en una travesía idílica por el Olimpo, no sólo del mundo de la canasta, sino probablemente del deporte profesional durante la última década (y media, que pasan los campeonatos y ahí siguen) da sus últimas remadas con una generación inolvidable a bordo. Es José Manuel Calderón el grumete que se ha convertido en capitán y que, desde ayer, se despide “un poquito” del baloncesto con su retirada de la selección. Es el final anunciado desde ese primer partido ante Croacia durante estos Juegos, en el que el de Villanueva de la Serena ni siquiera fue una opción dentro de la rotación del equipo.

La vida es un ciclo y la carrera de Calderón con la camiseta nacional así lo demuestra. Debutó en 2002 con tan solo 19 años, precisamente ante una Croacia que vio el amanecer y el ocaso de un jugador que se ha quedado a tan solo 4 partidos de llegar a las 200 internacionalidades (196). Pero antes incluso de su debut, José Calderón ya había triunfado con la selección, siendo campeón de Europa Junior con esa inolvidable generación del 80, siendo él un año menor. Llegaría unos meses más tarde el primero de los grandes obstáculos que tuvo que superar el extremeño para poder jugar con España: una lesión le impedía ser parte de la plantilla que a la postre ganaría el Mundial Junior de Lisboa en 1999.
Su participación, casi tan testimonial como durante este verano, en el Mundial de 2002, fue el punto de partida de una carrera en la que, reiterando, el grumete acabó siendo el capitán. El ascenso de Calderón en la selección ha sido firme y constante durante los años, siempre que las lesiones se lo permitieron. Con 21 años ya fue el base más utilizado en el Eurobasket de 2003 en el que España logró la plata. Siempre marcado por ser el “parche” que debía tapar el enorme agujero que dejaba un Raül López al que las lesiones impedían cumplir su tan esperada llegada para ser el timón de España. Ajeno a todo ello, Calderón no solo hizo olvidar al Mago de Vic, sino que probablemente se acabó convirtiendo en el mejor base que haya vestido jamás la camiseta de la selección. Para el recuerdo, sus dos erupciones como internacional.
En primer lugar, la impecable dirección, su potencia para finalizar las bandejas y ese inolvidable tiro libre que puso el 74-75 en la semifinal ante Argentina que nos catapultó hacia el cetro mundial en 2006. Desde entonces, bautizado como “Mr. Catering”, por Andrés Montes.
En segundo lugar, la voracidad con la que ametralló los aros del Madrid Arena en 2007, donde únicamente aquel fortuito tiro de Holden en la final dio el oro a Rusia y, probablemente, le privó de convertirse en el primer español en ser el MVP de un Eurobasket desde Corbalán en el 83. Fue ese verano cuando vimos la mejor versión nunca vista de un base que, apenas tres años antes, en su primera temporada en la NBA, anotó ¡7 triples (16%) en 64 partidos! Calderón se transformó como jugador en apenas unos meses, con una mecánica de tiro que es y será ejemplo para muchos entrenadores, que le llevó a firmar un sobresaliente 50% desde la larga distancia (19/38) en los 9 partidos que jugó en ese Eurobasket. No había nada más que decir, estaba a los mandos de la nave.

Pero José Manuel Calderón, además de jugador, también ha sido persona, maestro y ejemplo para muchos vistiendo la camiseta nacional. Tras unos brillantes Juegos en Pekin, una nueva lesión le privaba de jugar la semifinal ante Lituania y la tan ansiada final ante Estados Unidos. Nunca sabremos si el color de la medalla hubiese sido otro si Calderón, que esa temporada estuvo cerca del All-Star de la NBA, hubiese disputado la final. También fue persona cuando otra inoportuna lesión le obligaba a parar durante el verano siguiente y, de una manera tan bonita como cruel, narró con La Sexta como España lograba por primera vez en la historia la medalla de oro en un Eurobasket. “Me vais a perdonar, pero yo me voy para abajo”, dijo en directo aquella noche ante las cámaras tras el culmen de sus compañeros. El éxito también era suyo y, aunque no podría llevarse la medalla, sintió ese oro tan suyo como un jugador más del equipo. Sin embargo, y de manera anecdótica, se llevó el emotivo recuerdo de haber estado presente en el último plano de Andrés Montes en televisión.

Durante los siguientes veranos, las nubes se cernieron sobre él. A tan solo una semana para el comienzo del Mundial de Turquía en 2010, en un amistoso contra Estados Unidos, Calderón volvía a sufrir una lesión que, de nuevo, dejó un agujero en el equipo irremplazable dentro del grupo.
El sol volvió y Calderón sonrío, probablemente más que nunca durante esta historia, cuando España volvía a coronarse en el Eurobasket de 2011. Esta vez, vestido, jugando, asistiendo y siendo partícipe en la final, donde jugó su mejor partido del campeonato (17 puntos, 4 rebotes y 2 asistencias) frente a la Francia de Tony Parker. Tampoco fue casualidad.

La plata de 2012 en Londres, el bronce de 2013 liderando la inevitable transición, el experimento en el que se vio invuelto en 2014 siendo trasladado a la posición de escolta, que no salió nada bien, y el éxtasis tras lograr un bronce en el que se sintió como empezó todo, desde el banquillo, siendo el penúltimo jugador de una rotación ya establecida, pero con la satisfacción del trabajo bien realizado. Durante este verano, la última transformación: Cambió su papel de timón por el de brújula.
Este verano, escuchamos en otra selección de nuestro deporte que “es difícil venir a la selección para hacer grupo”. Que se lo digan a este Calde, que ha sostenido con mano de hierro una situación envenenada. Hace unas semanas, las redes sociales eran un vendaval de críticas sobre Scariolo. Entre otras cosas, por no contar con él en pos de un Ricky Rubio al que no le salían las cosas. El de El Masnou pasa un complicadísimo momento personal que, lógicamente, le afectó a su rendimiento en cancha. Pero cuando se marchaba al banquillo, lo que encontró siempre fue la mano en el hombro del que le ha pasado el testigo en el puesto de playmaker. Un apoyo cuando más se necesita es clave para mantener el camino al éxito. Es la última clase del mejor base que ha jugado para España: aportar y ser partícipe de un logro sin pisar el parqué.

Por última vez, se quita la camiseta roja, esta vez para ponerse una púrpura y oro. Nunca más le veremos representando a España, pero deja para siempre el recuerdo de haber sido el timón que dirigió a la mejor generación que ha tenido nuestro baloncesto.