En los últimos años parece habitual ver a Argentina como una gran potencia del baloncesto mundial. La presencia de numerosos jugadores albicelestes en la NBA y la Euroliga ha sido una constante, así como sus éxitos en competiciones internacionales en forma de medallas. Apellidos como Scola, Nocioni, Oberto, Jasen, Montecchia o Prigioni, o los más actuales Garino, Brussino, Campazzo, Laprovittola o Delía, han sido o son habituales cada fin de semana en las canchas de la ACB. Pero esto no ha sido siempre así.
Y es que hasta principios de la década de los 90, la gran potencia del baloncesto sudamericano era la Brasil de Óscar Schmidt. Liderados por la Mano Santa, la verdeamarelha coleccionaba medallas de todos los colores en los Juegos Panamericanos y Copas Sudamericanas, lo que le convertía en una habitual de Mundiales y Juegos Olímpicos. Sin ser casi nunca candidatos a las medallas (el bronce en el Mundial de 1978 es la última medalla de Brasil en un torneo intercontinental), los brasileños casi siempre rondaban los cuartos de final, antes de ser eliminados por la Yugoslavia, Unión Soviética o Estados Unidos de turno.
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No ocurría lo mismo con Argentina, cuyos éxitos más importantes se remontaban a la prehistoria del baloncesto FIBA (campeona en 1950 del primer Mundial de baloncesto, subcampeona de los Panamericanos en 1951 y 1955). De hecho, la de Helsinki 1952 fue la última presencia olímpica argentina hasta Atlanta 1996. La medalla de plata obtenida en el FIBA Américas de 1995 clasificó a esos Juegos a una albiceleste liderada por dos nombres conocidos en Europa: el escolta del Baskonia Juan Alberto Espil, y el ala-pívot Marcelo Nicola, que llevaba en el club vasco desde 1989, y que acababa de firmar por el Panathinaikos. El resto del plantel que disputó los Juegos de Atlanta 96 estaba formado por algunos de los mejores jugadores de la liga argentina de la época, con clásicos como Marcelo Milanesio o Héctor Campana. Pero además, en aquel roster ya aparecían los nombres de Fabricio Oberto y Rubén Wolkowisky, aún desconocidos fuera de Argentina, pero futuros integrantes de la conocida como Generación Dorada. La selección entrenada por Guillermo Vecchio no fue capaz de superar la primera fase del torneo olímpico pese a los 22,6 puntos promediados por Espil, cerrando con un noveno puesto su primera participación olímpica desde 1952. Sin embargo, era un hecho que el nivel de la selección estaba creciendo, y más aún con la camada de jugadores que estaban por llegar.
Una camada que comenzó a darse a conocer en el concierto internacional en el verano de 1997, un momento sin duda clave en el devenir de la Selección. En agosto de ese año se disputó en Australia el Mundial sub 22. Un campeonato al que Argentina, bajo la batuta de Julio Lamas, llevó nombres tan importantes, aunque hasta entonces desconocidos, como los de Pepe Sánchez, Palladino, Leo Gutiérrez, Gaby Fernández, Lucas Victoriano, Manu Ginóbili, e incluso un Luis Scola de 17 años. La albiceleste consiguió llegar a las semifinales y, pese a no obtener ninguna medalla, puso la primera piedra de lo que sería la Generación Dorada.
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1999 supuso la llegada al equipo nacional de otros dos jóvenes y prometedores jugadores, que finalmente se convertirían en imprescindibles en los éxitos argentinos. Hablamos nada menos que de Luis Scola y Andrés Nocioni. Ambos pertenecientes, cómo no, a un TAU Cerámica cuya fama de cazatalentos de jugadores albicelestes viene de bien lejos, como ven. Sus debuts llegaron en el FIBA Américas de 1999, en el que estaban en juego dos plazas para los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. La mala noticia, que una de ellas estaba prácticamente asignada para los Estados Unidos, que tras no asegurar su presencia en los Juegos por su bronce en el Mundial 98, llevó al torneo americano un combinado repleto de estrellas NBA: Tim Duncan, Kevin Garnett, Gary Payton, Jason Kidd, Elton Brand… Los norteamericanos eran los claros favoritos al primer lugar, por lo que el objetivo argentino era evitarles en los cruces y así llegar a la final para al menos asegurar la segunda plaza. Pero no lo consiguieron. Una derrota ante la Canadá de Steve Nash en la primera fase (77-70) llevó a los argentinos a enfrentarse en semifinales a EEUU, sin poder hacer apenas oposición ante los Duncan, Garnett y compañía (88-58). Los dos equipos norteamericanos, Estados Unidos y Canadá, se enfrentaron en la final (con victoria USA por 92-66), obteniendo ambos los pasajes para los Juegos de Sídney. Un revés para los argentinos que, no obstante, estaban en la antesala de los grandes éxitos.
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Ya con los Milanesio, Nicola o Espil fuera de la selección, Argentina encaraba el campeonato FIBA Américas de 2001 como local (celebrado en la ciudad de Neuquén), tras haber ganado con un equipo B el Campeonato Sudamericano apenas unas semanas antes, y con el objetivo de clasificarse para el Mundial de 2002 en Estados Unidos. Un propósito en principio bastante factible, pues en este caso eran cinco las plazas que daban derecho a jugar el torneo mundial, sin contar el billete que la selección de Estados Unidos ya tenía asegurado, por ser el anfitrión del Mundial y el vigente campeón olímpico. En esta ocasión, los norteamericanos se presentaron con un equipo de jugadores totalmente desconocido, procedentes todos de competiciones estadounidenses juveniles, por lo que no fueron candidatos al título. Por su parte, los Oberto, Nocioni, Scola o Sconochini ya formaban el núcleo duro de la albiceleste, liderados, eso sí, por un Manu Ginóbili que ya estaba considerado como una estrella europea, tras coronarse campeón de la Euroliga con la Kinder de Bolonia, y MVP de la final.
Éste fue el torneo en el que Ginóbili se consolidó como el líder de la Selección Argentina. El escolta bahiense de la Kinder ofreció un espectacular recital de entradas y triples y, con 17,4 puntos de media, y 25 en la final, llevó a Argentina a su primer título de campeón de América, derrotando en la final a Brasil (78-59). La albiceleste no solo aseguró su pase al Mundial de 2002, sino que lo hizo de forma brillante, ganando todos los partidos del torneo por una diferencia media de 22,3 puntos y ofreciendo un juego espectacular. El quinteto titular formado por Pepe Sánchez, Manu Ginóbili, el Chapu Nocioni, Fabricio Oberto y Rubén Wolkowisky garantizaba un ritmo de juego frenético en el inicio de los partidos, mientras que los relevos desde el banquillo (Sconochini, Victoriano, Farabello, Scola, Gabriel Fernández y Leo Gutiérrez) garantizaban la continuidad de ese ritmo y la intensidad en la cancha. El seleccionador Rubén Magnano había construido un auténtico equipazo, con jugadores contrastados en los mejores equipos de Europa: además de Ginóbili y Sconochini en Bolonia, Oberto y Scola despuntaban en el Baskonia subcampeón de Euroliga. También, para aquel entonces, se había producido el debut de los dos primeros jugadores argentinos en la NBA: Rubén Wolkowisky en Seattle Supersonics, y Pepe Sánchez en los Philadelphia Sixers. Argentina, en resumen, miraba con optimismo a un Mundial en el que ya no se contentarían con los cuartos de final: habría que aspirar a las medallas.
En este vídeo del canal de YouTube Cestoball Argentino se muestra íntegro el partido de la final del Campeonato de América de 2001, con la victoria de Argentina ante Brasil por 78-59.