Al FC Barcelona se le resistió durante buena parte de la década de los 80 y de los 90 la Copa de Europa (actual Euroliga). Hasta tres finales perdió en esa época, una ante el Banco di Roma de la "libélula" Larry Wright (1984) y otras dos ante la inolvidable Jugoplastika de los Kukoc, Radja, Savic, Ivanovic y compañía (1990-1991). La propia Jugoplastika les dejaba fuera de juego en las semifinales de la competición en 1989 y en 1994 lo hacía en Tel Aviv el Joventut de Badalona. En todas ellas el FC Barcelona partía como favorito y el cúmulo de fracasos encadenados pesaba como una losa en el club catalán.
Los de Aito García Reneses volvieron a la carga en 1996, logrando el pase a la final en la F4 disputada en París tras deshacerse en las semifinales del entonces vigente campeón y archirrival, el Real Madrid (76-66), con Arturas Karniovas y Dan Godfread superando la veintena de puntos. En la final, solo una jugada marcada a fuego en la memoria colectiva de los aficionados del club azulgrana impidió que el FC Barcelona lograr, al fin, su tan ansiado entorchado continental.
La gran cita del basket continental se celebró un 11 de abril de 1996 en el Palacio de Bercy. El rival del FC Barcelona era el Panathinaikos griego, entonces entrenado por Bozidar Maljkovic, que en semifinales había dejado en la cuneta a el CSKA de Moscú (81-71). El conjunto heleno contaba en sus filas a jugadores europeos curtidos en mil batallas como los bases Panagiotis Giannakis y John Korfas, el escolta Kostas Patavoukas o aquel pívot frío como el tempano pero tremendamente intimidador que respondía al nombre de Stojko Vrankovic. Junto a ellos, valores en alza del basket griego como Nikos Ekonomou y Fragiskos Alvertis y, por encima de todos, el legendario Dominique Wilkins quemando sus últimas etapas de su longeva carrera. Un Wilkins que ya demostró en semifinales su ambición por el título (le endosó 35 puntos al CSKA).
El ritmo del partido favoreció en todo momento al Panathinaikos, que supo llevar la batalla al basket control y a la baja puntuación. El FC Barcelona fue a remolque prácticamente todo el encuentro, pero logró situarse a un punto dentro del minuto definitivo liderado por un gran Arturas Karnisovas (23 puntos). La última posesión correspondía al Panathinaikos que amasó la bola hasta enredarse en su propio ovillo. La presión blaugrana lograba su objetivo y los de Aito recuperaban la bola, que llegaba a José Antonio Montero. El base catalán se lanzó hacia el aro rival (¿cometiendo pasos?) a por la canasta de la victoria. Pero desde atrás llegaba un Stojko Vrankovic que realizaba un esfuerzo sobrehumano para llegar a defender su canasta. Montero dejaba una bandeja contra el tablero que era repelida por el pívot croata claramente una vez que hubiera tocado el cristal. Un tapón nítidamente ilegal que, sin embargo, la pareja arbitral (Dorizon y Virovnik) no percibió o no se atrevió a señalar. Se montaba un barullo y con 67-66 para el Panathinaikos se acababa el partido ante la estupefacción de los blaugranas.
Días después, los árbitros reconocerían su error y la propia FIBA pediría perdón por ello al FC Barcelona. Pura compensanción moral, porque el resultado era inamovible. Nada podía aliviar la desazón azulgrana.
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