Cuenta la leyenda que bajo aquellas murallas todo era especial. Sin saberlo, aquel recinto levantado en una tierra que besa el mar acabaría siendo la segunda casa de más de cinco mil almas a lo largo de de veintiséis años de vida. Los que la custodiaban de los foráneos sabían de la existencia de esa magia, de esa conexión especial entre aquellas cuatro paredes y lo que allí sucedía, que era, en ocasiones, hasta surrealista. Ese sitio se convirtió en lugar de peregrinación para muchas personas que amaban el baloncesto y, después de tanto tiempo encandilando a aquellos que lo visitaban, cierra sus puertas para siempre.

El Centro Insular de los Deportes tenía fecha de caducidad para ver el baloncesto de élite en España. El paso del tiempo ha forjado sobre él un aura legendaria, fundamentada básicamente en que los equipos y jugadores más grandes de Europa han hincado la rodilla en el pequeño fortín de la isla redonda. El respeto que se ha ganado no se basa en casualidades. Todo lo que allí ha sucedido ha puesto un punto y aparte a una historia tan bella y llena de relatos que hace complicado volar para dejar el nido, aunque la nueva casa amarilla tenga una pinta más que excelente.

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Son muchos los momentos que se han vivido el CID desde aquel partido ante el Maristas de Málaga, el primero que allí se jugó, pasando por los primeros pasitos del Gran Canaria en la élite  hasta la disputa de unas semifinales de la Liga Endesa por primera vez en la historia. El ruido siempre ha sido su mejor aliado, de tal manera que los decibelios destrozaban la barrera de lo humanamente soportable cuando era más necesario. El embrujo estaba en cada grada, en cada asiento, en cada persona que entraba por las puertas del CID, sabían que allí dentro se respiraba algo especial.

Sin embargo, todo principio tiene su final, incluso un pabellón donde se juega al baloncesto. El Centro Insular dará carpetazo final a una vida intensa y que deja huella, ya que el CID es parte del ADN del Gran Canaria. No obstante, esto no termina aquí. La magia del CID continuará viva mientras los aficionados mantengan en sus corazones un pedacito de esos recuerdos que nos han hecho llorar, reír y saltar de alegría. Las gradas del Gran Canaria Arena serán la nueva caldera, pues el alma del CID la llevan los aficionados en la mudanza.

Ya no hay marcha atrás, las luces se apagan poco a poco y el telón se baja. Nunca olvidaremos lo que el CID nos ha dejado y las batallitas ya quedarán para los hijos y los nietos. Este pabellón ha marcado un antes y un después en la historia del Gran Canaria y las lagrimas que brotarán de los últimos cinco mil que estén allí presentes reflejaran el amor y el cariño por algo más que un edificio. El futuro del Gran Canaria es incierto, pero su pasado merece memoria, una memoria que bien merece ser recordada siempre.

El CID es ese lugar donde dos tiros libres de Savané forzaron una prórroga para ganar un cuarto partido del Playoff ante el Joventut de Rudy y Ricky. El CID es ese lugar donde Jaycee Carroll se convirtió en leyenda amarilla. El CID es ese lugar donde Jim Moran y Savané forjaron una amistad para toda la vida. El CID es ese lugar donde Stewart, Vandiver y Morton maravillaron a España. El CID es ese lugar donde Brad Newley apareció tras ser padre para dedicarle una victoria a su recién nacida. El CID es ese lugar donde los sueños de toda una isla  se han hecho realidad.