El rechinar de las zapatillas retumbaba como un huracán en un Staples abarrotado por el color amarillo de una nueva era dorada para la franquicia más glamurosa de todos los tiempos. Aquel equipo comandado por Phil Jackson respiraba aire de triángulo ofensivo, mostrando al mundo que los Lakers volvían a sonar con fuerza y que la ciudad de Los Ángeles no había perdido ese algo especial, ese toque hollywoodiense y mágico que lo envolvía todo. Sentado en el banquillo de aquellos Lakers de sabor español, un esloveno de melena larga y barba de varios días esperaba el momento indicado para salir a pista y poner su granito de arena a una historia que ya ha quedado grabada en los libros de la NBA.
Sasha Vujacic nunca fue el jugador que más minutos jugó en esos Lakers, tampoco el máximo anotador ni siquiera el mejor pasador, pero su misión no estaba falta de complejidad, dar cobijo y descanso al que por entonces era el mejor jugador del mundo: Kobe Bryant. Talento no le faltaba, lo tenía y lo puso siempre a disposicón de los suyos para que la maquinaria angelina no se desengranara, algo que pocas veces se valora. Esa sangre balcánica, esa pizca de mente fría y carácter ardiente le hacían alguien especial dentro de un equipo especial, un actor secundario capaz de rentabilizar sus minutos en pista siguiendo el guion a la perfección.
Dos anillos y tres finales vividas le sirvieron para demostrar que, por pequeño que fuese, Vujacic también iba a tener en su mano un pedacito de historia Laker. Sus años de oro y púrpura terminaron cuando un traspaso en diciembre de 2011 le enviaron directamente a New Jersey, terminando con una relación que había durado casi siete años de recuerdos memorables para su memoria y empezando con un camino de rosas y espinas a partes iguales que parecía no tener fin.
Partidos como este eran los que convirtieron a Vujacic en pieza clave de aquellos Lakers:
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La hecatombe turca
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Tras una temporada con los Nets, el destino de Vujacic daría una vuelta de ciento ochenta grados tras aceptar una oferta proveniente de Turquía. Sasha había decidido dar ese paso a veces costoso, a veces necesario, con la idea de sentirse importante dentro de un proyecto con tintes faraónicos. Allí esperaba un Anadolu Efes que le había ofrecido un contratazo y un proyecto que buscaba como loco la consolidación en Europa mediante la consecución de un billete a la Final Four, todo un lujo para un recién aterrizado. Las expectativas eran altísimas, el gigante otomano había hecho una inversión económica muy alta para construir un equipo de garantías, pero los resultados no acompañaron ni en las competiciones domésticas ni en la propia Euroliga.
El Efes naufragó con una plantilla que había coleccionado cromos sin importar nada más, sin importar el equipo ni su organigrama. Se la pegó en dos ocasiones en la máxima competición continental, la primera de forma estrepitosa cerrando el Top16 con cinco derrotas consecutivas y la segunda en una eliminatoria de Cuartos de Final ante el Olympiacos que no solo acabaría con el Efes en Europa, sino con la trayectoria de Vujacic en el equipo dirigido por Mahmuti aquella temporada. Una bronca con su entrenador durante aquella serie sería el detonante definitivo para que el club se lavara las manos y decidiese cortar por la sano con el jugador de manera fulminante.
La situación del equipo le estaba pasando factura a un Vujacic que no estaba demostrando para nada lo que le estaban pagando. El esloveno se introdujo en un vaivén de sensaciones que lo convirtieron en un jugador irregular que se dejó arrastrar por la presión y los focos que lo habían iluminado a su llegada. De llegar como una estrella que dejaba EEUU para ser un líder en Europa paso a salir por la puerta de atrás como un bocazas al que una última pataleta le había pasado factura. Después de eso, sólo hubo oscuridad. Un profundo agujero negro se encargó de volatilizar lo que quedaba de Sasha Vujacic, llegando a olvidar incluso su talento.
Aún así, Vujacic también tuvo tiempo de brillar en Estambul:
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Éxodo a Vitoria

La carrera de Vujacic se había estancado y ni siquiera dos partidos en los Clippers ni unos cuantos en Venecia le sirvieron para que algún equipo importante volviese a confiar en sus servicios. Su marcha del Efes y el poco rendimiento ofrecido siendo uno de los primeros espadas de aquel equipo le habían marcado en plena madurez deportiva, abriéndole de par en par las puertas del infierno baloncestístico. Con las puertas de la selección cerradas a cal y canto, Sasha tuvo la sensación de que lo mejor que podía hacer con su verano era entrenar como un loco para volver más fuerte que nunca. La idea era ser el mismo Vujacic en cuanto a prestaciones, pero con un cambio de mentalidad que era necesario.
Los años en los Lakers como secundario pudieron pasarle factura a la hora de volar alto en Europa, algo que sumado a la atención que reclamaba se terminaron por convertir en cóctel molotov que le impidió brillar en Turquía. Con la temporada ya empezada, a Josean Querejeta no le cuadraban las cosas en su nuevo proyecto baskonista. El máximo mandatario vitoriano buscó en el mercado una pieza importante que sumar a un proyecto que todavía estaba cogido con pinzas todavía, y encontró a un Vujacic con ganas de redimirse consigo mismo y con los que un día lo enterraron.
El pacto estaba hecho, Sasha vestiría de blaugrana y Josean tenía el fichaje al que aferrarse, aunque los fantasmas de Odom se volvieran a posar sobre su cabeza como si de un buitre se tratase. Algunos ya hablaban como de otro fracaso más sin ni siquiera probarle, estaba vetado para estas cosas y el público iba a estar atento a cualquier movimiento cuando saliese a calentar. Aún así, por lo visto en estos partidos, lo de Vujacic va más allá de los fríos números, es más una cuestión de sensaciones, de los gestos y el lenguaje corporal que transmite en la cancha y fuera de ella. Se le ve con ganas de reivindicarse tras unos años un poco de travesía en el desierto.
La complicidad con sus compañeros es total, así como con Crespi, al que al final de su debut en Euroliga le fue a buscar para pegarle un fuerte abrazo. Todo el rato está departiendo con sus compañeros, corrigiendo, dándoles consejos merced a su larga trayectoria y experiencia en el baloncesto que le aplican como un alumno avanzado. Se siente feliz en Vitoria. Quiere asumir el liderazgo del equipo, liderazgo compartido y positivo. En su segundo partido en Baskonia, ya era capaz de leer las situaciones y de ser él mismo el que marcaba la jugada ofensiva del equipo, con tan solo tres entrenamientos escasos.
También ha marcado un discurso impropio de sus anteriores experiencias en el baloncesto, apostar por la defensa y lo ha dejado claro sobre la pista. Viene con intención de ser lo más activo y sacrificado posible. Ante Galatasaray ya asumió por momentos la defensa contra Carlos Arroyo. Mientras las piernas le aguantaron, apenas le dejó recibir el balón. Su conexión con la grada parece total. El Buesa Arena se pone en pie para despedirle en el partido ante Manresa y él lo agradece. Ya en Euroliga, se acercó en los momentos finales a la zona de animación haciendo gestos al público para que se viniera arriba. Quiere ser líder, tiene madera.
Para Vujacic está no es una simple experiencia más, debe ser la oportunidad de volver a estar con los más grandes, un sitio en el que, por talento natural, nunca debió de desocupar. El tiempo le dará o le quitará la razón a aquellos que han apostado por él para este Laboral Kutxa, pero parece que, por el momento, se está redimiendo de las heridas de su pasado.