Igor Rakocevic es un jugador muy peculiar. Poseedor de un talento que le convierte en uno de los mejores anotadores del viejo continente, combina sus habilidades con una potencia de piernas que lo convierte en imparable cuando decide cortar la zona para encarar la canasta. Además, su tiro de tres es muy fiable, con lo que defenderle de manera efectiva se convierte en una quimera.

Sin embargo, también es poseedor de una mentalidad y un carácter especiales, lo que hace que su capacidad de adaptación no esté al mismo nivel que sus habilidades baloncestísticas. Esto se pudo comprobar el pasado año en el Real Madrid, cuando Boza Maljkovic le pidió que desempeñara el papel de base y que no fuera el único foco anotador como en el Pamesa, sino que tuvo que compartir galones con Bullock.

Su rendimiento sufrió un bajón muy considerable, igual que el de todo el equipo blanco, y en verano la junta directiva decidió que lo mejor sería dejarlo ir al Baskonia para liberarse de su sueldo.

En Vitoria, Rakocevic ha encontrado un nuevo entorno donde desarrollar sus cualidades. En una rotación que lo ha definido claramente como escolta, el serbio podría ser considerado como un electrón en ataque, un jugador que no está en el núcleo duro del equipo pero que brillará más que nadie cuando que el “plan A” no pueda ser llevado a cabo.

Ayer fue uno de esos días. El ViveMenorca sufrió una metamorfosis impensable con la llegada de Ricard Casas, y liderado por un Sam Clancy que no se parece en nada al jugador apático de hace un mes, puso contra las cuerdas al Baskonia, que a falta de cinco minutos veía como los locales habían empatado el partido.

Entonces apareció Igor, que en una serie casi consecutiva anotó un triple, se cobró una falta (un tiro anotado) y anotó otro triple en la siguiente jugada para dar el salto de calidad definitivo que otorgó la victoria al Baskonia.