Cuenta la leyenda, que cuando un cisne se dispone a morir, emite el canto más bello y hermoso imaginable. Es como un genial epíteto que anuncia el ocaso inminente. Esta escena ha servido de inspiración para poetas durante siglos, representación perfecta de la simbiosis entre romanticismo y tránsito, indescifrable paradoja que enfrenta a la vida y la muerte. La dualidad suprema.

Traducido al universo NBA, el 23 de Abril de 2011 pudimos presenciar en directo un acontecimiento de este tipo. Es de esos momentos en los que uno intuye que algo maravilloso está por suceder, y se siente privilegiado por ser testigo in situ de los hechos. Registrado por la televisión, e inscrito en la memoria de todos los fans, ya nada ni nadie nos podrá arrebatar este recuerdo por mucho tiempo que pase.

Recapitulemos.

La temporada 2010-2011 no había resultado nada fácil para Brandon Roy. La degeneración de sus rodillas era progresiva y se multiplicaba con el transcurrir de los partidos. El escolta debía convivir con la insoportable amargura de ver como su prometedora carrera se iba al traste por culpa de las lesiones, y el desgaste mental producto de las recaídas y los procesos de rehabilitación, suponía una losa demasiado pesada. Era caerse y tratar de levantarse, para volver a caer de nuevo. Así en un bucle inacabado que minaba la autoestima del jugador.  

De los 82 partidos de liga regular, Roy solo pudo disputar 47 y salir como titular en 23. Un dato devastador que nos arroja un saldo muy negativo, sobre todo en comparación con las tres temporadas anteriores, y con especial atención para la 2008-2009, en la que el jugador fue incluido en el segundo mejor quinteto del año y lideró a los Trail Blazers a cosechar un record de 54 victorias y 28 derrotas. El sistema de Nate McMillan, con un estilo pausado, muy cerebral y buscando el control permanente del juego, casaba a la perfección con las cualidades de Brandon, que se adaptaba como un guante a lo que su entrenador le exigía. Portland renegaba de la frescura, el caos y la imprevisibilidad en ataque. Más bien al contrario, el juego era un soliloquio permanente de su superestrella, que sin embargo, lograba que el engranaje funcionara debido a sus fundamentos e inteligencia a la hora de escoger la decisión correcta. No es casualidad que los medios le apodaran el "Tim Duncan de los jugadores exteriores". Por si fuera poco, una personalidad introvertida, sobria y poco dada a la morbosa polémica, refrendaban este acertado símil.

No obstante, con el rosario de lesiones acaecido en 2011, McMillan tuvo que reconvertir en cierta medida su juego e implantar un método que implicara al colectivo, y que tuviera a LaMarcus Aldridge como punto de focalización. Otros miembros de la plantilla como Gerald Wallace, Andre Miller o Wesley Matthews se vieron obligados a dar un paso al frente, y nuestro Rudy Fernandez se seguía marginando por un desentendido existencial con su entrenador a la hora de concebir y entender este juego.

Así las cosas, los Blazers bajaron hasta las 48 victorias y se vieron abocados a enfrentarse a Dallas Mavericks en los Playoffs de 2011, un rival superior en comparación.

La serie marchaba 2-1 a favor del equipo tejano, que había resuelto satisfactoriamente sus dos partidos en casa, y caído en el tercero como visitantes. Por lo tanto, se avecinaba un crucial cuarto partido en el Rose Garden. Dallas podía dar la campanada definitiva y prácticamente cerrar la eliminatoria, pero por otro lado, Portland tenía la oportunidad de hacerse con su segunda victoria como locales e igualar el enfrentamiento. Todo estaba listo y el ambiente en el pabellón era espectacular, uno de los más sonoros y animosos de toda la NBA.

El encuentro transcurrió muy bronco y feo durante la primera mitad, con unos Mavericks que aplicaban estoicamente su libreta táctica, y los Blazers ofreciendo una imagen nefasta y pútrida en ataque. No había inventiva ni imaginación. El plantel estaba realizando uno de los peores partidos del año y en el peor momento posible. La falta de ideas resultaba insoportable, y como consecuencia, el resultado era de un 67-44 a pocos segundos de finalizar el tercer cuarto. La enorme diferencia en el marcador abrumaba a los seguidores de la ciudad de las rosas. Roy maquillaría a duras penas el resultado con un alley-oop destinado a su compañero Aldridge, para posteriormente encestar un triple que se colaba in extremis tras mantener una encarnizada batalla con el aro. Rueda y rueda, por fin entra.

Final del tercer cuarto. 67-49 a favor de Dallas. Nadie creía en la remontada, resultaba una utopia irrealizable. Sin embargo, había una persona que no opinaba lo mismo. Su nombre era baluarte en la hinchada local. Brandon Dawayne Roy, nacido en Seattle. Con las rodillas hechas trizas, la moral del equipo por los suelos, y ante el peor rival posible. Pero en su fuero interno aún moraba la esperanza. Es esa fe irracional que tienen los ganadores.

"Hay algo especial en los finales de partido…es en esos momentos cuando siento que aflora mi mejor versión".

La frase era suya.

Arrancaba el último cuarto, y Roy ya dibujaba el plan en su mente, sabedor de que nada ni nadie le impedirían llevarlo a cabo. El equipo, los sistemas, la táctica y todo eso está muy bien, pero ahora todas las posesiones pasarían por sus manos. Era el desesperado recurso final: dádsela al genio y que invente.

Batum inyectaría un rayo de esperanza con un triple tras pase medido de nuestro protagonista, que hacía las veces de base y escolta al mismo tiempo, de guía y ejecutor fundido en uno solo.

Tras la respuesta de Dallas, Brandon lograba una bandeja en penetración cum laude ante la insuficiencia defensiva de Terry, que no alcanzaba a comprender de donde brotaba la motivación de un tipo que ya era casi un ex-jugador.

Acto seguido, el crack de los Blazers posteaba a su defensor, en este caso Jason Kidd, para culminar en un ganchito de manual. Dos puntos más. El marcador se situaba en un 73-62, y el recorte en la diferencia de puntos ya era considerable. La afición de Portland en pie y rugiendo como nunca, buscando transmitir toda la energía posible a su estrella, en un fenómeno que solo puede entenderse desde la óptica de la metafísica deportiva. El narrador del encuentro exclamaba un emotivo: "flashback!", retrotrayéndose a la mejor versión del que antaño fuera uno de los reyes de la NBA.

Tiempo muerto en el Rose Garden.

En la reanudación, Roy seguía creando y creando sin parar. La ofuscación de los Mavericks era evidente, y se veían obligados a centrar toda su atención en las internadas del dorsal 7, lo que abría muchos huecos para sus compañeros. Aldridge anotaba el tiro de media distancia y colocaba otros dos más.

Daba igual que Rudy fallara un triple, porque Roy agarraba el rebote. Daba igual que Dallas cambiara continuamente de defensor para despistarle, porque Roy enchufaba otra canasta, y esta vez en la misma cara de Dirk Nowitzki. Y pocos segundos después, despertaba el delirio incondicional de la gente con un step-back jumper ante la buena defensa de Marion. Las víctimas se iban apilando sin cesar. Todos sucumbían al verdugo vestido de blanco y cuyas alas comenzaban a desplegarse poco a poco, pronunciando las primeras notas de un canto prodigioso.

Jason Terry cortaba abruptamente el sueño con un triple sobre la bocina que dejaba la diferencia de nuevo en diez puntos. Vuelta a empezar.

Los tres minutos que restaban de partido se iban a convertir en uno de los momentos más increíbles que se recuerdan en la historia reciente de la liga. Otra vez respondían los Blazers, esta vez por medio de Matthews que echaba un cable a su líder.

En la siguiente jugada, Roy llevaría a cabo una penetración kamikaze que sorteó a toda la defensa de azul y dejó la bola suave contra el tablero. El jugador daba con su malogrado cuerpo en el suelo al tiempo que exclamaba un grito de furia tras conseguir una canasta imposible. La defensa permanecía impávida ante las acometidas de este elegido.

Otro tiempo muerto y seis abajo en el luminoso. Poco más de dos minutos para el final.

Aldridge colocaba otros dos gracias a un gancho lejano que seguramente despertó el orgullo del mismísimo Kareem Abdul Jabbar, y en la siguiente acción, Roy remataba la sangría con un tiro en suspensión tras el tuya-mía con Wallace.

A cuatro.

A continuación llegaría la posesión que seguramente marcó el punto de inflexión definitivo en el partido. El momento álgido de una narrativa épica. Todos permanecíamos como acólitos frente al televisor, deseosos de presenciar algo de esta magnitud. El bota que te bota de Brandon Roy mareaba y desesperaba al rival, que ejecutaba cambios en las asignaciones defensivas, fruto en realidad del nerviosismo, y no de un plan premeditado. Nuestro héroe se sacaría un triple imposible ante el brazo perfectamente extendido de Marion, especialista defensivo en el perímetro, que al intentar molestar el lanzamiento realizaba la falta y veía como el balón entraba ante el clamor de un público entregado por completo a la causa. En el banquillo de Portland no había un alma indiferente, y los gestos de incredulidad de los jugadores nos legaba momentos de deliciosa hilaridad.  

Tres más uno y jugada de cuatro puntos. Partido empatado y el milagro a punto de consumarse.

Daría la puntilla a los pocos segundos, tras encestar un canastón a tabla, de nuevo ante la cobertura de Marion. Ya era una realidad palpable: los Blazers habían remontado y se situaban dos puntos por delante a falta de 39 segundos para el final. El último intento de Terry de arreglar el estropicio fue en vano, y el arbitro decretó el final del partido.

El cisne de Seattle emitía la última nota de su particular canto y se erigía en protagonista absoluto de una escena mágica. Por unos instantes, doce minutos concretamente, Roy se reconcilió con el baloncesto y decidió ser el catalizador del destino. Sabedor de que su final era inminente, quiso que le recordáramos en la cúspide de sus posibilidades, postrado en su reluciente trono de oro.

En la rueda de prensa pos-partido, Batum llegaría a declarar lo siguiente:

"Le dije: ‘todavía eres el hombre, todavía eres Brandon Roy. Confiamos en ti. Creemos en ti’. Y al final conseguimos ganar el partido. No estoy muy seguro de cómo lo hicimos, pero lo logramos".

Una muestra clara del entusiasmo que se vivió en el vestuario local.

Los Mavericks eliminarían, a la postre, a Portland y acabarían proclamándose campeones de la NBA en unas finales muy recordadas ante los Miami Heat. Por su parte, Brandon Roy terminaría colgando las botas definitivamente al poco de empezar la temporada 2012-2013, vistiendo la camiseta de los Minnesota Timberwolves en un intento futil por desafiar su propia genética. Sus rodillas ya no daban más de si. Era el final.

Pero nadie olvidará jamás lo que ocurrió aquella noche de Abril en el Rose Garden, en el que la locura fue ley, y la leyenda del canto del cisne se hizo realidad por medio de un jugador de baloncesto.

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