"Se dejaba llevar,
se dejaba llevar por ti,
no esperaba jamás
y no espera sino es por ti,
nunca la oyes hablar,
solo habla contigo y nadie más,
nada puedes sufrir
que ella no sepa solucionar."
Así reza la letra de un conocido tema compuesto por uno de los mayores talentos musicales que ha dado nuestro país en los últimos 50 años: Antonio Vega. El triste, el melancólico, el soñador. Son muchos los adjetivos que se han utilizado para definir a Vega, todos ellos cargados de razón, pero tal vez ninguno como el "genio conquistado". Conquistado por un demonio de apetito voraz, que se disfrazaba de ángel para llegar al corazón de los incautos, y que durante un tiempo hizo verdaderos estragos en todas las sociedades del primer mundo. Solo años después supimos que en aquellas tiernas letras se escondía el testimonio en primera persona de un esclavo, sometido a los mandatos de una terrible adicción: la heroína.
Cuánto talento secuestró aquel diablo. Cuánto se perdió que, ni tan siquiera la música o el deporte, pudo recuperar. Historias nacidas del rincón más lugubre. Historias de la vida. Esta es una de ellas.
En el año 1967 la escuela Miami Archbishop Curley High, instituto católico localizado en uno de los barrios residenciales más conocidos de Miami, se alzaba con el campeonato estatal de baloncesto. Hasta ese momento, el centro no había experimentado un éxito de ese calibre en dicha disciplina deportiva. Aquella inolvidable hazaña hubiera resultado imposible sin el liderazgo de su gran superestrella, un chico que rondaba los 2,08 metros pero que parecía moverse con la agilidad y la gracia natural del mejor base. Respondía al nombre de Cyril Baptiste, y ya por aquel entonces se le empezaba a considerar como el mejor talento baloncestístico que la zona sur de Florida había sido capaz de engendrar en toda su historia. Así lo atestiguaba al menos sus más de 25 puntos y 16 rebotes por noche, números de otra galaxia que sirvieron para alcanzar las mayores cotas colectivas. Incluso el Miami Herald, referencia máxima en cuanto a medios de comunicación se refiere, le nombraría "Atleta del Año" en aquel 1967. El mayor honor que un deportista de instituto en Florida puede recibir. Nadie ignoraba ya que Baptiste era un jugador especial. Distinto al resto.
Como no podía ser de otra manera, tantos méritos provocarían una disputa entre algunas de las universidades más afamadas de Estados Unidos por hacerse con los servicios del crack. Finalmente, sería la prestigiosa universidad de Creighton, localizada en la zona de Nebraska, la que se llevaría la palma. Ningún hombre se alegró más de aquella noticia que Ed Sutton, el entrenador de Creighton, convencido de que con la adquisición de Baptiste tenía entre manos al mejor talento joven de toda la nación. Una afirmación que, si bien era exagerada, escondía parte de verdad.
Así pues, con el futuro inmediato resuelto, y con la perspectiva de una carrera deportiva que se antojaba prometedora, Cyril Baptiste acudiría a la ceremonia de graduación en Curley High irradiando una felicidad difícil de contener. Algunos de los que le conocieron llegaron a afirmar que su sonrisa era capaz de iluminar la noche más oscura. Cyril tenía una personalidad jovial, alegre y carismática. Lejos de endiosarse por sus éxitos individuales, una característica demasiado común entre los chicos de su edad, siempre estaba dispuesto a festejar de tú a tú con sus compañeros de equipo. A los que, por encima de todo, consideraba sus amigos.
La felicidad pronto mutaría en excitación para después pasar a desenfreno. Un proceso que se iba desarrollando conforme pasaban las horas y la fiesta de instituto alcanzaba su climax. En algún punto de la velada Cyril se apartaría, junto a un par de colegas, a un rincón del salón de baile. Uno de sus compañeros, Mike Reilly, se cruzaría en su camino y sería testigo de lo que allí estaba aconteciendo:
- "Baptiste, ¿qué estás haciendo tío? Ten cuidado, anda."
- "Tranquilo Mike, es la primera vez que lo pruebo. Me han dicho que un poquito de esto no hace daño a nadie. Estoy en la gloria."
No mentía. Era la primera ocasión en la que Cyril Baptiste entraba en contacto con la heroína, una droga potentísima capaz de generar la peor de las adicciones. Pero en aquella época aún no se conocían verdaderamente sus efectos. La tradición del momento, inspirada por el leitmotiv del movimiento hippie, concebía a las drogas como una forma de contestación cultural, un mecanismo mediante el cual liberarse de las fuertes correas de sujección moral que la sociedad conservadora americana se empeñaba en seguir utilizando. La cocaína, el LSD, la heroína...para muchos eran el transporte hacia otro plano onírico que debía visitarse en pos de la evolución personal. Pocos sospechaban entonces que aquel viaje no contaba con billete de regreso.
Con todo y con eso, Baptiste triunfaría en Creighton, mostrando exhibición tras exhibición, y siendo continuamente mencionado como una de las grandes joyas del baloncesto universitario. Uno de sus momentos cumbre llegaría en diciembre de 1969, cuando el espectacular ala-pívot se iría hasta unos portentosos 33 puntos y 21 rebotes para vencer a California State, rival de enjundia y contrastada dificultad.
No obstante, y entre medias de tanto éxito, empezaron a llegar las primeras pistas de que algo no iba del todo bien. Indicios que nacieron ya en la temporada sophomore, y que no hicieron más que multiplicarse en la junior. Había días que Baptiste no daba señales de vida, se saltaba entrenamientos, llegaba a deshora o lo hacía en unas condiciones lamentables. Pálido y desorientado, sin saber como reaccionar a las fulgurantes miradas de su entrenador. Sutton sospechaba que su mejor pupilo escondía un secreto que poco a poco iba reconcomiéndole por dentro. Desde que empezara a realizar aquellos misteriosos viajes a Nueva York, junto a su hermano Leroy, su rendimiento había descendido progresivamente. En la ciudad que nunca duerme conoció a uno de esos arrogantes traficantes de barrio, más sanguijuela que persona, que le proporcionaba la mercancía. Todo cuanto necesitaba salía de sus bolsillos. Pronto el baloncesto dejaría de ser una prioridad.
A pesar de todo, era tal el talento que atesoraba Baptiste que ni tan siquiera sus acuciantes problemas con la heroína le impedían seguir destrozando rivales portando la casaca de Creighton. Aunque empezaba a marchitarse la frescura de antaño, seguía siendo capaz de dominar. Como aquel estudiante de inteligencia superlativa que, sabedor de su aptitud, se permite el lujo de aprobar el trimestre haciendo el mínimo esfuerzo. Ese era Cyril. El mundo profesional, por lo tanto, no tardaría demasiado en llamar a su puerta.
En septiembre de 1971 la NBA celebraría su famoso "hardship draft", una ceremonia de selección de jugadores complementaria a la ceremonia principal llevada a cabo en marzo, que servía para escoger a jóvenes talentos que aún no se hubieran graduado en la universidad. Antes de esta fecha los equipos NBA tenían terminantemente prohibido seleccionar jugadores que no hubieran completado su formación universitaria. Sin embargo, el sonado caso de Spencer Haywood vendría a ponerlo todo patas arriba. Había jugadores que renegaban de la espera, y la nueva medida venía a hacer de parche, y al mismo tiempo tabla de salvación, para esos jóvenes impacientes que ansiaban alcanzar la fama y el dinero cuanto antes. En aquel hardship draft de 1971 serían seleccionados cinco jugadores: Nate Williams, Tom Payne, Phil Chenier, Joe Hammond, y Cyril Baptiste, este último escogido por los pujantes Golden State Warriors. Una generación que, sin saberlo todavía, se confirmaría como maldita.
Tom Payne, seleccionado por Atlanta Hawks, duraría un suspiro en la NBA al ser acusado de violación y secuestro en 1972. Serviría cinco años en una cárcel de Georgia, solo para volver a ser condenado por el mismo délito al salir libre. Joe Hammond, leyenda del playground, pudo haber desarrollado una digna trayectoria en los Lakers, pero prefirió concentrarse en su "carrera" como traficante de droga en las calles de Harlem, priorizando el dinero del crimen por encima del que le ofrecía el deporte profesional. Nate Williams estaría 8 años en la liga, aunque nunca cumpliría con el potencial que se le presuponía en un principio. Al final, tan solo Phil Chenier gozaría de una carrera remarcable, siendo pieza principal de Washington Bullets durante un largo periodo, y alcanzando el campeonato en el año 1978.
En cuanto a Baptiste, los Warriors le habían firmado un contrato multianual fijado en 450.000 dólares, una cifra nada desdeñable para la época. El objetivo de los californianos era incorporar a la joven promesa a una plantilla que ya contaba con jugadores de la talla de Nate Thurmond, Jerry Lucas, o Cazzie Russell. Incluso la franquicia quería refrendar las esperanzas puestas en el futuro formalizando un cambio de nombre histórico, pasando de ser los San Francisco Warriors en la 1970-1971, a ser los Golden State Warriors en la 1971-1972. En el corto-medio plazo aspiraban a convertirse en una de las grandes potencias del Oeste.
Baptiste acudiría al rookie camp en unas condiciones físicas que superaban con creces lo insultante. Nadie en la gerencia deportiva de Warriors se esperaba una aparición así, a pesar de que los rumores provenientes de Creighton no habían hecho más que crecer en los últimos años. Pero lo peor de todo es que, en un control rutinario establecido para jugadores novatos, daría positivo incontestable por consumo de drogas. En concreto heroína. El resultado: suspensión inmediata y rescisión del contrato. Los Warriors nunca quisieron saber más de él, y su entrenador, Al Attles, calificaría de "tragedia" lo sucedido. Una más de tantas.
Desde ese punto en adelante, la vida de Cyril Baptiste se iría sumergiendo progresivamente en un abismo infinito, del que era imposible escapar. Seguía jugando al baloncesto en una liga semi-profesional, con la esperanza de volver a recibir otra llamada de la NBA, pero siendo una mera sombra de si mismo, dicha llamada no llegaría nunca. Su entrenador en uno de tantos equipos, Stan Novak, llegaría a describir fielmente la situación:
"Cyril tiene la capacidad para jugar en la NBA, pero emocionalmente tiene que lidiar con muchas cosas. Le cuesta mucho ordenar su vida. Cuenta con todas las habilidades físicas imaginables, pero es él mismo quien se pone frenos."
Cada vez más hundido y desmotivado, Baptiste renunciaría definitivamente al baloncesto y se entregaría en cuerpo y alma a satisfacer su adicción. Una oscura necesidad que le llevaría a cruzar la raya para siempre. Rodeado de las sempiternas malas compañías, empezaría a complementar su uso de la droga con actividades delictivas de primer orden. En noviembre de 1971 era arrestado por robo y por prenderle fuego al piso de un antiguo amigo en Maryland. Al año siguiente, en julio, recibiría una sentencia de 180 días por tentativa de robo, al tratar de sustraer un equipo de televisión y estereo del piso de otro antiguo conocido, al que también prendió fuego. Era como un ritual macabro. No dar pistas, pero también una forma simbólica de purgar sus propios pecados dejando arder la escena del crimen.
"Es todo por culpa de las drogas, no hay más. Esta cosa te destruye completamente. Como toques una jeringuilla tu vida se acaba para siempre. Es muy triste. Estamos hablando de un chico que ha sido utilizado toda su vida debido a sus cualidades como jugador de baloncesto. Es un tipo tranquilo y afable, nada violento, una persona amigable. Pero la droga le está transformando", afirmaría rendido a la evidencia su abogado.
Al poco de leer las noticias de lo ocurrido en los periódicos, su antiguo entrenador en Creighton, Ed Sutton, vendría a confirmar de primera mano lo que se sospechaba desde hacía tiempo:
"Cyril era muy hábil a la hora de disimularlo, pero a partir de su año junior empecé a sospechar seriamente de que algo estaba sucediendo. Conforme terminaba la temporada empezó a jugar peor y a perder mucho peso. Tratamos de diseñarle dietas pero no respondía a ninguna de ellas."
Cumpliría condena en la prisión estatal de Maryland, atormentado diariamente por los recuerdos de una vida echada a perder, y viendo como los Warriors, equipo que había suspirado por hacerse con sus servicios algunos años atrás, se alzaban con el título de la NBA en 1975. Pudo haber estado ahí, y lo sabía. Incapaz de conquistar sus demonios, la existencia de Baptiste no ofrecería oportunidad alguna para la redención. La heroína era demasiado poderosa en él, y su fuerza de voluntad apenas perceptible.
Décadas después, tras malvivir gracias a la humilde ayuda económica proporcionada por familia y antiguos conocidos del mundo baloncestístico, Cyril Baptiste fallecería a la edad de 56 años, víctima de un cáncer de próstata. A pesar de todos sus problemas y tribulaciones, al funeral acudirían un total de 120 personas para brindarle el último adiós. Síntoma de que, a pesar de todo, seguía evocando un cálido recuerdo en los corazones de las personas que le conocieron.
"Lo que más recuerdo de él es su espectacular sonrisa. Ese es uno de los motivos por el que tanta gente le adoraba. ¿Fracasó Cyril en la vida? No. Quizás no pudo alcanzar su potencial en lo relativo al baloncesto, pero en general no creo que fracasara. Mira lo que ha ocurrido en este funeral, la cantidad de gente que ha venido. Le querían muchas personas. Era un gran tipo. No, definitivamente, Cyril no fracasó en la vida", esgrimía su antiguo entrenador de instituto, Phil Petta.
"Creo que es el jugador más talentoso que yo haya entrenado jamás", añadiría Ed Sutton.
En la lápida ya solo quedaría el recuerdo de otro genio secuestrado por un demonio sin alas. Polvo blanco y jeringuilla. Cyril Baptiste no pudo ganar la batalla, al igual que Antonio Vega y tantos otros. Demasiado duro ser esclavo de uno mismo.
Se dejaba llevar.