El producto NBA
Una vez los jóvenes talentos logran sus objetivos son presa fácil de los grandes capos que manejan la NBA. David Stern, comisionado de la National Basketball Association, es uno de los máximos exponentes de los empresarios del deporte americano. Su mano derecha es Russ Granik, presidente de la USA Basketball. En la última década, Stern se ha dedicado a mercantilizar el basket, a convertirlo poco a poco en un filón con cuantiosos beneficios. Su propósito es convertir al “basketbolismo” a todo el mundo. Traspasar fronteras, exportar el espíritu americano a cualquier rincón del planeta. En una especie de imitación del free flow of information. Pero para eso, ha utilizado a las superestrellas de la NBA. Michael Jordan, Shaquille O’Neal o Vince Carter son algunos ejemplos. Jordan fue la cara del Dream Team I, O’Neal se convirtió en el cabeza de cartel de los Juegos de Atlanta, y Vince Carter (según algunos expertos, el sucesor de Jordan) encabezó la nueva hornada de la NBA en Sydney.

Pese a tener una temporada tan larga – 82 partidos de fase regular, más los playoff -, los jugadores son conscientes de su papel: vender baloncesto. Por ese motivo, tienen que jugar torneos en Europa como el Open McDonald’s o partidos amistosos en ciudades con poca tradición basketbolística como México o Tokyo. Precisamente, el próximo octubre, Los Ángeles Lakers y los Golden State Warriors disputarán un partido en la capital nipona. ¿Los jugadores tienen ganas de ir? Posiblemente no, porqué están cansados del ritmo trepidante de partidos. Pero a quién menos gracia les hace es a los propietarios de los equipos. Gente que paga miles de millones por una franquicia, y que no ven con buenos ojos que sus grandes estrellas se expongan a una grave lesión en un partido amistoso, hecho que podría truncar la temporada regular. Sin duda alguna, la mundialización de la NBA es imparable, por el momento, y tanto los propietarios de los equipos como los jugadores están condenados a pasar por el aro del gran domador del basket mundial, David Stern.

Podríamos decir que todo comenzó en 1988, tras los JJ.OO. de Seúl. La selección estadounidense de basket regresó sin la medalla de oro. Daba igual el metal que hubiera conseguido. No conseguir el oro era un rotundo fracaso. Éste fue uno de los episodios más tristes de baloncesto olímpico americano, puesto que desde que debutaron en Berlín’36 habían ganado 11 medallas de oro, una de plata en Munich‘72 y una de bronce en Seúl’88. Sólo una vez no han estado presentes en el podio, debido al boicot a Moscú’80.

Un país tan prepotente y arrogante como EE.UU. no toleraba que nadie les humillase. No soportaban que alguien pudiese jugar mejor a basket que ellos, la mejor liga del mundo y, todavía menos, que su verdugo fuera la tan odiada URSS. Por esta razón, los dirigentes de la NBA y de la USOC (Comité Olímpico de Estados Unidos) se pusieron manos a la obra para intentar colocar las cosas en su sitio, es decir, demostrar al mundo quién era el único y gran dominador del baloncesto. Contaron con la inestimable colaboración de Juan Antonio Samaranch que, desde su elección como presidente del CIO en 1980, había estado llevando a cabo una política en favor de la gradual entrada del profesionalismo en los JJ.OO. No cabe duda de que Samaranch advirtió que el olimpismo romántico basado en el amateurismo tenía que ceder terreno a la nueva dinámica mundial fundamentada en el marketing.

Y llegados a ese punto, se creó el mejor equipo de baloncesto que jamás haya pisado una cancha. Así, todos salían beneficiados. Por una parte, el CIO obtenía suculentos contratos económicos procedentes de la venta de los derechos de TV. De la otra, EE.UU. podría demostrar en un escenario global que seguía siendo el rey. Tampoco hay que olvidar que los espectadores obtuvieron su recompensa con grandes dosis de espectáculo visual.

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