Bill Russell ha tenido muchos apodos en su historia como jugador y entrenador, el más conocido es el de “El Señor de los Anillos” al ser el deportista que más anillo de Campeón de la NBA atesora, tanto como jugador como ejerciendo de entrenador, toda una institución en Boston, pero lo más importante, fue el precursor del cambio en el deporte norteamericano, un personaje que marcó la diferencia en la época más dura de la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana.

Y lo hizo siendo la estrella de un equipo “de blancos” en una ciudad “blanca” donde las personas de color tenían fuertemente coartada su libertad para cualquier cosa. Russell se hizo con el mando de una franquicia con la que ganó 11 títulos en 13 temporadas, siendo los dos últimos como jugador-entrenador, para convertirse en el primer entrenador de color de las cuatro principales ligas deportivas de EEUU en ganar un campeonato.

Todo esto le ha permitido ser la única figura del baloncesto profesional que ha ingresado en el Basketball Hall of Fame como jugador y como entrenador.

Tras su muerte, la NBA ha decidido retirar el número 6 de todas las franquicias en su honor, el mayor reconocimiento que el mundo del baloncesto norteamericano puede hacer a una figura de su deporte.

Tras Russell han ido pasando figuras deportivas tan relevantes como Julius Erving, Karem-Abdul Jabbar, Magic Johnson, Michael Jordan, Kobe Bryant o más recientemente Lebron James, jugadores que han sido determinantes en la liga, que han sigo protagonistas de cambios, pero ninguna ha trascendido realmente más allá del juego, no como el bueno de Bill.

Su figura trascendió el deporte, Bill Russell marchó al lado de Martin Luther King Jr junto a otras grandes figuras del deporte de la época lo hicieron décadas atrás. Este activista comprometido con la comunidad negra, una vez retirado del deporte, siguió luchando por los derechos civiles en su amado país, trabajo que fuera reconocido por el presidente Barack Obama entregándole la Medalla Presidencial de la Libertad.

Bill Russell, junto al deportista de beisbol Jackie Robinson, coetáneos en dos deportes dominados por jugadores blancos, ayudaron a romper la barrera racial en una época donde la notoriedad no era ningún seguro para su integridad física, pero ambos deportistas fueron lo suficientemente inteligentes como para generar un cambio real en la sociedad desde el trabajo, la discreción y los “éxitos sin estridencias”, algo que las generaciones siguientes no han sabido respetar y de lo que se han aprovechado.

Ahora, tras su muerte, echando la mirada atrás, uno se da cuenta que no hace tanto tiempo a las personas de color se les negaba la entrada a los transportes públicos, la educación, los establecimientos de ocio… simplemente por el color de su piel, y que, por la notoriedad, el trabajo y el sufrimiento de miles de héroes anónimos y unos cuantos héroes notorios, ha sido posible ejecutar un cambio que a día de hoy nos hace a todos más libres.

Con esta editorial no quiero repasar la vida deportiva de una figura como Bill Russell, quiero que tú, querido lector, te des cuenta que la importancia de Bill Russell en el deporte de la canasta, va más allá del parque, sale de los pabellones y se expande por la calle, esas calles de un país tan lejano como EEUU, tan cercano para el imaginario colectivo por lo que representa y que fue espejo para el avance como sociedad global que se vivió en las décadas de los 70, 80 y 90 y que, por pura desidia colectiva, corremos peligro de perder.

Miremonos en el espejo que pulió Bill Russell y midamos nuestra talla moral con el reflejo de un tipo, de eterna sonrisa, para quien no existían las barreras porque con su sola presencia las derribaba, la verdadera encarnación del carisma, simplemente un pívot que dominó la NBA desde la zona de un equipo de blancos que acabaron venerando a un negro, aunque él, en la pista, nunca miró el color de la piel de sus compañeros o sus rivales, solo le importaba una cosa, ser el mejor.