Si algo tuvo en común el curso pasado de los Memphis Grizzlies fue la peculiaridad de todo lo ocurrido -una sucesión de acontecimientos extraños-; y, además, que la totalidad de lo que ocurrió salió mal, rematadamente mal. Fue una temporada, cuanto menos, curiosa.

Primeramente, la lesión en el pie sufrida por Pau Gasol en las Semifinales del Campeonato del Mundo frustró cualquier tipo de expectativa de éxito deportivo para los Grizzlies, un equipo totalmente dependiente de la figura del español. No es que la lesión fuese para toda la temporada, pero el ala-pívot estuvo fuera de las canchas el tiempo suficiente para que Memphis acumulase un bagaje patético y crease una espiral negativa sin frenos.

Además, Michael Heisley, propietario de la franquicia –que compró los Grizzlies por 160 millones de dólares en el año 2000-, quería desprenderse del equipo y llevar a cabo su venta. No resulta extraño sabiendo que la franquicia venía perdiendo en torno a 40 millones de dólares por temporada. Y eso, habiendo sido equipo asiduo al Playoff, y registrando balances magníficos durante la Regular Season. Pero la realidad era bien distinta: la afluencia al pabellón era de las más bajas de toda la Liga, el mercado de la franquicia es muy pequeño y limitado, con lo que el equipo se hacía realmente costoso para lo que podía ofrecer.

Las citadas pérdidas económicas ya obligaron con anterioridad a implantar una política salarial conservadora en la franquicia, restrictiva, con el propósito de limitar en la medida de lo posible el balance negativo de la economía.

No acabó ahí la cosa. Sería la última temporada de Jerry West como General Manager de Memphis, con lo que la incertidumbre se cernía sobre el futuro del equipo de Pau Gasol. La labor de West tiene puntos criticables, pero la evidencia muestra que cogió al hazmerreír de la Liga y creó un equipo asiduo de PO’s en pocos años, todo ello hasta que las citadas limitaciones salariales le permitieron un margen de maniobra de progreso.

Sin embargo, parecía que West podía dejar en herencia una figura deportiva, fruto principalmente del más que apetecible expiring (último año de contrato) de Eddie Jones, un auténtico as en la manga a la hora de negociar un traspaso por alguna estrella de la Liga descontenta. Pues tampoco. Las negociaciones para la venta de la franquicia maniataron por completo la capacidad de actuación de West, que vio como Allen Iverson estaba en el mercado, a tiro, y a él no le dejaban hacer nada. Que Iverson acabase en Memphis no era, ni mucho menos, una idea disparatada. Pero el factor suerte, una vez más, esquivó a los Grizzlies.

Al respecto de las famosas negociaciones… el grupo empresarial liderado por los ex jugadores Brian Davis y Christian Laettner no logró el dinero necesario para llevar a buen puerto la operación de compra de los Grizzlies, con lo que todo se canceló. El perro del hortelano…

Deportivamente la temporada fue, como se esperaba, un fracaso estrepitoso desde el inicio. El equipo sin Gasol, con un juego interior digno de película de terror y la peor defensa de la Liga se hundía sin remedio en la clasificación. Mike Fratello fue destituido, algo que West ya pretendió ejecutar antes del propio inicio de la temporada, y que se concretó tras la vuelta de Pau Gasol y su frasecita mágica ante semejante panorama (“El equipo necesita un cambio”). Lo tuvo de inmediato.

Tony Barone, interino, se puso al mando del equipo para acabar la temporada. Parece que sus objetivos eran, primeramente, perder para buscar la mejor opción posible en el Draft; segundo, dar minutos a los jóvenes; y tercero, imponer un ritmo de juego alto –que no es lo mismo que correr con conocimiento-. Cumplió los tres. Tampoco resultaba difícil, la verdad.

Por si fuera poco, vista la terrible situación deportiva, y en plena efervescencia de posibles traspasos de estrellas, se filtró a la prensa que Gasol estaba descontento, y pidió a West que le traspasase. Tras muchos rumores que situaban al español en mil y una ciudades –sobre todo en los Bulls, necesitados de una fuente de anotación al poste bajo-, nada se concretó. Gasol se quedaba en los Grizzlies. A cambio, abucheos del respetable por querer emigrar en una situación tan comprometida y desmotivación soberana del español sobre la cancha.

A estas alturas es posible que ustedes estén pensando que, bueno, algo saldría bien el curso pasado. El Draft, al menos, pintaba bien, ya que el peor balance (22-60) de la temporada había sido el de Memphis, con lo que la franquicia de Tennessee poseía las máximas opciones de acabar con un top 2, y reconstruir en base a Greg Oden o Kevin Durant, dos de los jugadores llamados a marcar una época en la Liga…

Tampoco. A los Grizzlies les tocó en suerte el número cuatro del Draft, el peor al que podían optar. Increíble pero cierto. Ni Oden ni Durant jugarían en Memphis. Tampoco Al Horford, que hubiera sido un mal menor.

El último acto oficial que hizo West en la franquicia fue seleccionar al joven base Mike Conley Jr con ese pick #4, una elección arriesgada, según muchos sobrevalorando al compañero de Oden en Ohio State, y que suponía la apertura definitiva de una nueva etapa para la franquicia.

El nuevo General Manager sería Chris Wallace, hasta entonces segundo de a bordo de Ainge en los Celtics, y con una trayectoria en la que conjugaba notables aciertos con grandes pifias.

Lógicamente, el equipo técnico también cambió. Se optó por Mike Iavaroni –al que West quiso ya el verano pasado para sustituir a Fratello-, que ejercía como asistente de Mike D’Antoni en los Suns, y que accedía al cargo de Head Coach por primera vez en su carrera. Un novato, aunque de prestigio, para hacer frente a la situación.

Cambios, más cambios. Tras la elección del Draft, los Grizzlies tenían ante si una situación sin precedentes, y que habían estado esperando durante años: moverse en el mercado de agentes libres. Lo hicieron, no les quedaba otra. El equipo necesitaba refuerzos con urgencia.

Darko Milicic – hay quien dice que sus posibilidades son inversamente proporcionales a su inteligencia y madurez- fue la apuesta. Arriesgada, de ahí el contrato de corta duración (21 millones de dólares por 3 años) para prevenir un posible fiasco deportivo, pero prácticamente la única disponible si no se quería sobrepagar en exceso a algún jugador dispuesto a abusar de la necesidad de los ositos –saludos, Varejao-.

Memphis también firmó a Casey Jacobsen –ex Tau Cerámica- para el fondo de su rotación, y consiguió los derechos de Juan Carlos Navarro mediante un traspaso con Washington a cambio de una primera ronda –protegida- del Draft. Qué mejor forma de retener a Gasol que llevar a su amigo del alma a la franquicia, ¿verdad?

Con este panorama afronta Memphis la nueva temporada. Ante la lógica desconfianza general, y con unas opciones de éxito condicionadas a que “todo salga bien”, algo que, como ya habrán podido comprobar, no suele ser muy habitual por Tennessee.

Deportivamente hablando, Iavaroni ya ha manifestado que su idea principal pasa por mejorar la defensa, ser un equipo duro, y poder correr. Dados los mimbres disponibles, tales objetivos se antojan grandes retos, la verdad.

Memphis cuenta con un equipo muy joven, con muchos jugadores nuevos, y una ausencia de estilo. Podríamos decir, en cierta manera, que estos Grizzlies parten de cero. Un equipo donde todo es nuevo, y donde la única garantía de rendimiento es la motivación de Pau Gasol. ¿Qué supone esto? Pues puede ocasionar dos cosas. Primera, si el comienzo de temporada es bueno, el equipo puede irse arriba, creer en sus opciones y ofrecer un rendimiento muy por encima de sus propias posibilidades. En cambio –segunda-, si comienzan mal… la historia del curso pasado puede repetirse, sembrando el caos en el seno de la franquicia. Y la ausencia de cimientos sólidos –no hay ‘veteranos pegamento’- en el vestuario podría acrecentar ese hundimiento.

Kyle Lowry y Mike Conley deberán llevar la manija desde el puesto de base. Ciertamente son una pareja de muchas posibilidades y gran proyección, pero su experiencia en la Liga es nula, y su rendimiento inmediato genera, por tanto, muchas dudas. Por su parte, Damon Stoudamire, será el otro base del que dispongan los Grizzlies –y titular al principio de temporada, según palabras del propio Iavaroni-, aunque sus días en la franquicia parecen contados, y posiblemente acabe siendo traspasado para otorgar plenos poderes a la joven pareja LowryConley.

En las alas, lo más esperado es la irrupción de Rudy Gay hacia el estrellato de la Liga. Posibilidades y minutos, todos los del mundo. ¿Mentalización? Veremos, pero el ex jugador de Connecticut debe ser uno de los jugadores que den un paso adelante este curso. Le acompañarán Mike Miller, auténtica referencia exterior de la plantilla, y que volverá a cobijarse bajo las dobles defensas que acapare el #16 en el poste bajo con lo que presumiblemente rendirá a su nivel habitual; Juan Carlos Navarro, cuyo rendimiento también es una cierta manera una incógnita –está por ver su adaptación defensiva-, aunque su talento esté fuera de toda duda; Tarence Kinsey, que mostró muy buenas maneras a finales del curso pasado (ahora bien, ¿eran reales o fruto del esperpento grizzlie?), y Casey Jacobsen, que se verá abocado al rol de especialista en el tiro.

Por dentro, en ataque mucha versatilidad, velocidad y posibilidades; y en defensa… hum, ¿he dicho ya el ataque? El principal aspecto a pulir que tendrá el equipo de Iavaroni será, en efecto, su defensa interior. Gasol, Milicic, Warrick y Swift se caracterizarán por muchas cosas, pero la defensa no está entre ellas.

Estamos, por tanto, ante el mayor enigma de rendimiento de la competición. Y es que, en situaciones como ésta, las previsiones valen de poco. Todo es cuestión de que esto comience y ver qué perfil ofrecen los Grizzlies a la cámara. Good or bad, that’s the question.