Tiene cierta justicia poética que el mejor ejemplo de la influencia de la industria del hielo en el establecimiento del baloncesto sea un ruso que se vino huyendo de la nieve ucraniana. Al que nace para martillo del cielo le caen los clavos, supongo.
Mal que bien, todos conocemos los pormenores básicos de la vida de Maurice Podoloff, el que fuera primer presidente de la NBA; y digo bien, presidente, porque fue el único en no usar el título de comisionado que emplearían sus sucesores (el término le desagradaba porque, según él, le recordaba demasiado al de comisario soviético). Podoloff nació en Ucrania en 1890, concretamente el 18 de Agosto en Elisabethgrad (actualmente Kirovogrado); claro que según otras fuentes fue el 31 de Agosto, y en Odessa, y según el interesado en una aldea a 100 km de Kiev. Empezamos bien, ¿eh?
En busca de un mejor porvenir, sus padres se trasladaron a los Estados Unidos, primero a Nueva York y luego a New Haven, donde el padre empezó vendiendo queroseno y Maurice obtuvo una licenciatura en derecho por la prestigiosa universidad de Yale. Tras una breve experiencia como abogado ejerciente, se incorporó a la oficina de administración de fincas que llevaban su padre y su hermano: A. Podoloff and Sons, Inc., Real Estate and Insurance.
Pero la gran pregunta es: ¿Qué pinta un administrador de fincas como presidente de una liga profesional de hockey y además de una liga profesional de baloncesto? Afortunadamente, tenemos la respuesta del propio Maurice Podoloff, recogida en el fantástico libro NBA Vintage de Neil Isaacs.
Y la respuesta es, como diría el coronel Aureliano Buendía, el hielo. Aunque ahora nos pueda resultar difícil de imaginar, el hielo doméstico fue una de las grandes revoluciones en la vida de las ciudades del este de EEUU a principios del siglo XX debido al invento de la nevera. La nevera, que permitía el almacenamiento de alimentos frescos durante períodos hasta entonces insospechados, no se trataba de un frigorífico eléctrico como el actual, sino de una especie de armario hecho de metal aislante en el que se introducían barras de hielo que se vendían por las casas un poco a la manera de las bombonas de butano que aún hoy atronan nuestras calles.
El desarrollo de una maquinaria industrial capaz de producir hielo en cualquier lugar con indiferencia del clima convirtió a ese hielo en un producto de primera necesidad, y las empresas que los suministraban pasaron a manejar unas cantidades de dinero difíciles de imaginar. Tal era el volumen de este negocio que el primer alcalde de la Gran Nueva York (tras la fusión de los ayuntamientos de Manhattan, Brooklyn y Long Island) hubo de renunciar a presentarse a la reelección cuando se descubrió que recibió cientos de miles de dólares de la empresa proveedora de hielo a cambio de permitir que ésta aumentara sus tarifas indiscriminadamente.
En New Haven, el negocio estaba en manos del empresario Harry S. Walker de Bridgeport, apropiadamente conocido como the Ice King. Walker producía hielo a la manera tradicional, cortando bloques del lago Whitney durante las heladas y conservándolos en almacenes aislados. Era un sistema más barato que la fabricación industrial, pero que sólo se podía aplicar en áreas favorables. A principios de los años 20, el rey del hielo se encontró con que le había surgido competencia, al establecerse en la ciudad una empresa de fabricación industrial de hielo, la Center Ice Company.
Walker, un predador nato, percibió el punto débil de su rival: la industria del hielo precisaba de una fuerte inversión inicial en maquinaria que se debía amortizar cuanto antes. Así que Harry Walker bajó sus tarifas a precio de coste, muy inferior al coste de fabricación industrial, y aunque le costó perder los beneficios de todo el año peor le fue a su rival que hubo de declarar la quiebra. A Walker le faltó tiempo para devorar el cadáver de su enemigo, y adquirió los locales y maquinaria de su rival por cuatro duros (seguramente para evitar que un tercero los comprara e intentara un nuevo desembarco).
Sin embargo, Harry Walker no pudo disfrutar durante mucho tiempo de su victoria: aquejado de lo que los periódicos llamaron mala salud (seguramente una enfermedad terminal), el rey del hielo condujo su automóvil de Bridgeport a New Haven y se pegó un tiro el 11 de Julio de 1926.
Pocos días después, los hemanos Schnee, albaceas del monarca difunto, se presentaron en las oficinas de Podoloff e hijos y les propusieron venderles una cancha de hockey sobre hielo por un precio nominal. Resulta que debido a la fuerte inversión inicial que como recordaremos requería una empresa de fabricación de hielo, los empresarios del ramo se habían visto obligados a ingeniarse métodos alternativos para conseguir ingresos adicionales. Y uno de ellos consistía en aprovechar la maquinaria de la fábrica para una cancha de hockey sobre hielo, un deporte de moda con mucho tirón popular. Eso es lo que estaba intentando hacer la difunta empresa de Connecticut, y con los demás restos del naufragio Harry Walker se había hecho con una cancha a medio construir con la que ahora no sabían qué hacer sus herederos.
La oferta era casi demasiado buena para ser verdad: ya había un contrato de siete años con la universidad de Yale que pagaría $20000 al año por jugar sus partidos de hockey en el pabellón, y los Podoloff solamente tendrían que sufragar el resto de la construcción y pagar algunas facturillas pendientes de cobro, nada sustancial. Maurice Podoloff no había visto ni un partido de hockey en su vida, pero poseía la experiencia inmobiliaria requerida y acababa de adquirir los contactos necesarios al mediar entre el ayuntamiento y la Universidad para la adquisición del solar donde se alzaría el Yale-New Haven Hospital.
Era demasiado buena para ser verdad: el constructor se había desentendido de la obra al morir Walker, y no encontraron otro que se hiciera cargo. Tuvo que venir otro de los hermanos Podoloff, Nathan, para hacerse cargo de la obra y posteriormente continuar como gerente. En pocos meses completaron la construcción de la que se llamaría New Haven Arena, pero el auténtico desafío era sacarle rendimiento ya que el hockey universitario apenas cubría una noche a la semana y sólo durante unos meses.
Algo parecido les había ocurrido a muchos otros. Las fábricas de hielo que levantaron canchas de hockey como fuente adicional de ingresos se encontraron con que solamente habían conseguido trasladar el problema: ahora tenían que encontrar alternativas al hockey para conseguir fuentes adicionales de ingresos para el pabellón. Con el tiempo, alguien se daría cuenta de que una cancha de baloncesto era más pequeña que una de hockey, y que por tanto cubriendo el hielo con unas planchas de madera se podía jugar en el mismo pabellón. En 1945, un jovencito llamado Arnold Auerbach haría sus pinitos como entrenador de un equipo en la Uline Arena, propiedad de un tal Mike Uline, de profesión sus hielos. Meses después se creó la BAA (antecesora de la NBA), y Mike Uline contrató a Auerbach para sus Washington Capitols.
Pero esa idea aún no se le había ocurrido a nadie en 1926. Como el mayor de los cuatro hermanos, Maurice Podoloff se puso al frente de la empresa, y la primera idea fue simplemente más hockey. Gracias a sus contactos en el ayuntamiento, Podoloff logró la anulación de la ordenanza municipal que prohibía los deportes en domingo, y para ocupar esa fecha consiguió una franquicia de hockey profesional. La NHL estaba fuera de su alcance, pero existía una liga menor llamada la Canadian American Hockey League (posteriormente, American Hockey League) en la que prácticamente se regalaban las franquicias.
Podoloff no solamente consiguió una, sino que se convirtió en tesorero de la liga y en presidente en 1935, gracias sobre todo al apoyo de Al Sutphin, el propietario de la franquicia de Cleveland. Fue en esta época cuando Ned Irish demostró en el Madison Square Garden que se podía ganar dinero con el baloncesto, y los promotores del hockey tomaron buena nota: Nathan Podoloff informó a su hermano de que había comprobado que no se necesitaban más de 35 minutos para montar una cancha de baloncesto de madera sobre la pista de hielo.
Maurice Podoloff no acudió a la reunión de propietarios en Nueva York en la que se decidiría crear una liga de baloncesto profesional que se llamaría Basketball Association of America; la franquicia de New Haven no tenía suficiente trascendencia para ser invitada. Pero Al Sutphin sí acudió, y fue uno de los que se embarcó en el nuevo proyecto (aunque sus Cleveland Rebels solamente durarían una temporada). Sutphin consideraba vital la participación de Arthur Wirtz, representante de un grupo de promotores que gestionaban varios de los estadios más importantes del país, como por ejemplo el mítico Chicago Stadium. Éste condicionaba su apoyo a que la nueva liga estuviera gestionada por un directivo de probada confianza y capacidad.
A las preguntas de Wirtz, Sutphin le informó de que le habían ofrecido el puesto a Asa Bushnell, el prestigioso comisionado de la Eastern College Athletic Association de la NCAA. Pero Bushnell pedía $25000 anuales y un contrato garantizado, y los promotores se echaron las manos a la cabeza. ¿Qué tal lo está haciendo Maurice Podoloff en la AHL?, preguntó Wirtz. Quizás tan importante como el respaldo de Al Sutphin fue la información de que no costaría más de $9000 al año. Estaba contratado.
Maurice Podoloff, que hasta entonces sólo había visto un partido de baloncesto en su vida (de la Universidad de Yale, con el acordeonista Tony Lavelli como figura), era ya el presidente de la BAA y futura NBA. Hoy su nombre ennoblece el mayor trofeo individual de la NBA, igual que otros nombres como el de Eddie Gottlieb o Red Auerbach dan lustre al trofeo para el mejor rookie o el entrenador del año. Si alguna vez quieres saber de las personas que un día hubo tras esos nombres (y lo que dan de sí unos cubitos de hielo), el libro NBA Vintage de Neil Isaacs sería un gran comienzo. Debe de ser horrible no saber inglés.