El Rey ya está un paso más cerca de su trono. LeBron James ya atisba en el horizonte el objetivo que tanto se le ha resistido a lo largo de su joven pero frenética carrera, prácticamente el único, y a la vez el más decisivo, reto que se interpone entre la absoluta gloria y un jugador especial.

El de Akron se unió el pasado verano con Chris Bosh, otra joya hambrienta, y ambos recalaron en la tierra presidida por Dwyane Wade, un superclase conocedor de la cima, con el único propósito de forjar una dinastía para la historia. Su compromiso, sacrificio y talento, todo ello a partes iguales, van camino de poner la primera piedra de la pirámide. Miami se encuentra a tan sólo un triunfo de las Finales de la NBA, tras superar en la prórroga (101-93) a los Chicago Bulls, dejando la eliminatoria 3-1 y prolongando el aura de inexpugnabilidad del American Airlines Arena, donde los Heat no han perdido en toda la fase final.

James (35 puntos, 6 rebotes y 6 asistencias) ejerce ya en Florida como director de operaciones de un brillante grupo que no rehuye la batalla, epicentro del triunfo. Porque los Bulls, paradigma de equipo correoso hasta la extenuación, venden caro cada corte, cada situación de tiro, cada canasta.

Chicago, que sabía que el cuarto encuentro de la serie era crucial, tanto por poder alimentar sus sueños como enterrarlos, dominó a su rival. Controló el ritmo, manejó la ‘pintura’, ahogó los espacios de Wade y Bosh, ofreció un nuevo clínic de cómo aprovechar la defensa para atacar. Pero perdió.

Y lo hizo porque no supo someter a un prodigio difícil de calificar. Por lo alto, rápido, ágil y fuerte, pero también por lo talentoso en el bote, eficiente en el tiro, imaginativo en la creación y letal a campo abierto. Un jugador especial. LeBron James redujo a cenizas cada amago de fuga de los Bulls. Se cargó al equipo a su espalda y devolvió cada golpe.

Lo hizo en el primer cuarto, cuando Chicago, con Joakim Noah dominando ambas zonas, provocó el primer cortocircuito (8-19). Porque que los Bulls sellaron la ‘pintura’, cerraron la fuente de anotación interior de Miami y pudieron finalizar transiciones tras la desesperación de los de Spoelstra. El plan de Thibodeau daba resultado.

No fue suficiente. Los Heat supieron adaptarse a la batalla por cada posesión, a una contínua guerra de guerrillas. Siempre con James al mando. Porque Dwyane Wade (14 puntos, con 5/16 en tiros de campo) estuvo desconocido, ausente, perdido. Hasta su irrupción, por puro carácter ganador, en el tiempo extra. A la postre decisiva. Y porque Chris Bosh (22 puntos), tan resolutivo en la anotación en el primer y tercer partido de la serie, esta vez brilló menos al estar amordazado por un defensor voraz, hiperactivo, un Noah tan poco brillante en la estadística como fundamental sobre la cancha.

Sin dos de las piezas de su tan proclamado ‘Big Three’, el puzzle no cuadraba. Pero James se multiplicó, en defensa sobre Derrick Rose y en ataque, a la hora de generar y definir. Y agradeció la inesperada ayuda de un Mike Miller (12 puntos) al que su reciente paternidad pareció haber despertado de su letargo. En el tercer período abortó otra escapada (57-65); en el último, directamente la impidió.

La poca fluidez de los Heat, que mantuvo equilibrado el duelo, fue mérito de los Bulls. Miami, al amparo absoluto del ‘6’, acabó el partido con menos asistencias (12) que pérdidas (15). Pero algo falló si controlando tantos aspectos Chicago no supo poner la rúbrica y nivelar la eliminatoria. Y los problemas vinieron en la parcela ofensiva. Rose advertía antes del duelo que sería más agresivo, intenso y vertical. No descansó en toda la segunda mitad ni el tiempo extra, anotó 23 puntos pero estuvo errático en el lanzamiento (8/27), pudo generar pocas ventajas para el resto y acabó asfixiado por la telaraña de los Heat.

Carlos Boozer (20 puntos y 11 rebotes) dejó mejores números que sensaciones reales y Luol Deng, muy activo, aportó 20 puntos más. Pero en los momentos decisivos, Rose estuvo solo. Y defendido por un James al que no pudo superar. El playmaker formado en Memphis falló, punteado por LeBron, el tiro decisivo en el tiempo reglamentario y nada pudo hacer en el extra.

Porque en él Wade resucitó, apareciendo como ogro defensivo, Miami adquirió un carácter ganador absoluto en defensa y LeBron les condujo a la luz en ataque. La tercera victoria que sentencia la eliminatoria, en el bolsillo; las esperanzas de campeonar, en el cielo. Los Heat asustan, los Bulls necesitarán algo más que una defensa superlativa para alargar la eliminatoria y continuar aspirando a derrocar al conjunto de Florida, que a día de hoy sólo tiene el techo que marca su imaginación.