En el otoño de 1995, mi compañero de habitación en Villanova , Howard Brown (con amplia experiencia en la LEB española) y yo compartimos risas.
Un chico delgadito y rapado de high school , que era una estrella en la high school más cercana, se sentó en nuestro vestuario y nos digo que probablemente no vendría a Villanova.
El chico chulo nos dijo que probablemente se saltaría la universidad y que en vez de eso iría directamente a la NBA.
Aquella noche nos reímos mucho cuando volvimos a nuestro dormitorio. Nos preguntábamos ¿Quién se piensa este chico que es? ¿Qué está fumando?
Incluso encendimos la televisión para ver al chico tener una actuación mediocre en el partido McDonalds All-American de aquel invierno.
Aquel chico era Kobe Bryant y ahora me pregunto de qué demonios nos estábamos riendo.
Quizá nos estábamos riendo de que jugara sus partidos de playoff en nuestro pabellón y se agotaran las entradas (cuando nosotros algunas veces no lo conseguíamos). Quizá nos reíamos de que apareciera por nuestro campus cuando organizábamos fiestas (y alguna gente pensaba que él era el anfitrión).
Una cosa es segura: Kobe Bryant se creía Superman. Creía que podía conseguir cualquier cosa. Esta es una creencia básica de muchos atletas profesionales que tienen éxito. Los más grandes parece que crean más profundamente en ellos mismos.
Una creencia que los puede propulsar a alturas que los de su alrededor nunca alcanzarán.
Me volvería a encontrar con el chico en 1999 cuando fui elegido en el draft por los Lakers con el número 30.
Había seguido a Kobe por la televisión los tres años anteriores a unirme al equipo.
Pero la televisión no podía ilustrar como Kobe trabajaba. Únicamente verlo en persona, en la pista de entrenamiento de El Segundo, permitía que una persona pudiera tener una idea precisa.
Había una razón para su grandeza. Había una razón para su chulería. Kobe se preparaba, trabajaba, se preparaba y volvía a trabajar otra vez.
Me avergüenza decir que el día después de su lesión yo estaba excitado porque sabía que no había manera de que el Número 8 (como Tirón Lue, antiguo base de los Lakers le llamaba) fuera esta vez el primero en entrenar. Incluso quizá ni aparecería por allí.
Tan buen punto entré en la pista de entrenamiento, me aterró sentir una pelota botar. No, no podía ser! Bueno, sí podía. Kobe ya estaba totalmente sudado con una escayola en su brazo derecho y botando y tirando con su izquierda.
Pasados unos días de entrenamiento, mientas Phil Jackson estaba hablando pude ver que Kobe estaba corriendo por el lateral a máxima velocidad con su izquierda. Estaba entrenando contra él mismo.
Tuvo que venir el trainer de los Lakers, Gary Viti, y decirle a Kobe que descansara. Pero cuando Viti se fue, Kobe volvió otra vez a hacerlo.
Un día, yo estaba tirando en una canasta lateral en la pista que Kobe había convertido en su propia pista. Y me desafió.
¡Cele, tiremos! ,me dijo. ¿Quieres jugar a H-O-R-S-E??
Me reí de él. Me sentí insultado de que me desafiara a mí, a un profesional, a jugar a horse con su mano izquierda. Después de que insistiera, imaginé que le ganaría fácilmente y le demostraría que no era Superman. No podía hacer nada.
Empezó a meter un tiro, y otro, y otro Empezaba a sentir más presión cada vez que recibía una letra más. Primero la H, luego la O, luego la R, luego la S. No podía permitir que me ganara con la mano de tiro rota. Dios mío, estaba tirando triples con la izquierda. Finalmente conseguí anotar un triple lejano y las estrellas se alinearon para que Kobe fallara. Había escapado al momento más embarazoso de mi vida deportiva. Cuando falló yo estaba hecho una furia.
Venga Cele, juguemos otra vez Kobe insistió.
Realmente pensó que podía ganar y casi lo hizo. Pensó realmente que era Superman. Creyó que me pondría en otra situación para perder toda mi dignidad. Me reí de él otra vez.
Quizá después le contesté.
Cuando la muñeca de Kobe se curó y volvió a jugar durante la temporada regular, otra vez me demostró que creía que podía hacer cualquier cosa.
Durante el primer partido después de su lesión, Kobe dribló hacia la izquierda y se elevó para tirar en suspensión. La pelota se le fue y no tocó ni aro. La había tirado con su izquierda. El resultado no importa. El hecho de que lo intentara me dejó estupefacto. En medio de un partido de la NBA, delante de miles de personas, Kobe tiró un lanzamiento en suspensión con su izquierda. Creía que iba a ir dentro. Realmente lo creía.
Hoy, cinco años después, nada de lo que pueda ver u oír sobre el número 8 me sorprende.
No me sorprendió que creyera que podía ganar sin Shaquille O´Neal.
No me sorprendió que no lo consiguiera.
No me sorprenderá si lo vuelve a intentar y lo consigue este año.
No me sorprendió que pudiera ir a Colorado, sentarse durante el juicio, volar a Denver y anotar el tiro de la victoria todo el mismo día.
No me sorprende que Kobe esté promediando 36,5 puntos por partido.
No me sorprenderá si acaba siendo el máximo anotador de la liga.
Llamé a mi viejo compañero de habitación, Howard Brown, que está jugando profesionalmente muy lejos, en España.
Hablamos sobre la vida y sobre los viejos tiempos.
Hablamos sobre Kobe liderando la liga en anotación.
Estuvimos de acuerdo en que la manera de jugar de Kobe no es ningún chiste, y ya no nos reiremos nunca más.
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