El lector se remonta al 24 de febrero de 1994. En los mentideros de Philadelphia ya se había hablado de la posibilidad de prescindir de Jeff Hornacek, utilizado en la ciudad del cheese stake incluso como base para paliar las carencias del equipo, y aquella tarde de invierno el rumor tornó en realidad. Philadelphia 76ers decidía traspasar a Hornacek y al marginal Sean Green, con una segunda ronda de 1995 o 1996 como guarnición, con destino Salt Lake City a cambio de Jeff Malone y una primera ronda para el draft de ese año. En Pennsylvania la acogida del cambio no fue grata. Jeff Malone, cuesta abajo y sin frenos, había ofrecido sus mejores cursos en Washington años atrás y llegaba con merecida fama de alérgico a bajar las posaderas en defensa. La crítica al traspaso no tardó en aparecer, con más vehemencia tras la grave lesión de Malone que le hurtó casi por completo la campaña siguiente.
En Utah, la coyuntura se antojó bendita y opuesta. Aunque existieron dudas en los comienzos, más en la afición que en la dirección técnica, Hornacek pronto sintonizó con la tripleta Sloan-Stockton-Malone y conquistó el cariño mormón, razón por la cual su 14 luce en el cielo del actual Energy Solutions Arena. Llegarían después los éxitos, las finales NBA de manera consecutiva y su sempiterna caricia de amor familiar en la mejilla derecha desde la línea de caridad mientras su rostro dibujaba la amargura del aficionado rival.
Más de trece años después, tanto en Philly como en SLC están experimentando un dejavu. El traspaso de Kyle Korver a Utah escribe la segunda parte de esta historia con demasiadas semejanzas.
Iowa como escenario, donde Hornacek dio sus primeros botes bajo la tutela de su padre, prestigioso entrenador de instituto de Illinois. John Hornacek llegó a entrenar también a Isiah Thomas, aunque sin adiestrarle en humildad (se deduce por lo que hemos podido sufrir durante los últimos 20 años). Al mismo estado, Iowa, llegaría Korver para encumbrar al Pella High School y dejar su 25 en lo alto del gimnasio. KK pasaría después por Creighton y se fue modelando como jugador cuando Hornacek ya había rozado la gloria en la NBA con las mismas virtudes.
Ha llegado a Salt Lake City el complemento ideal para la pareja Williams-Boozer, de igual forma que Horny lo fue para el mejor dúo de la historia de la Liga. El listón está muy alto, pero en Utah aciertan al encontrar bajo ese flequillo descontrolado y esa sonrisa perfecta algo que les suena… a Jazz. Predestinado para ocupar un puesto de escolta que acabará convirtiendo en titular en la franquicia.
Las mecánicas no difieren demasiado. El lanzamiento de Korver recuerda al de Hornacek: puro en el movimiento del brazo ejecutor, extremadamente rápido, asesino en la selección, de bella y arqueada parábola y de puntería innata. Eso sí, la California natal de Korver nada tiene que ver con La Grange, en Iowa, donde Horny aprendió a dar arco a su tiro para superar el cable de alta tensión que pasaba por encima de la trasera de su casa. Sin embargo, la puntería es algo que no se entrena ni se adquiere. El ya llamado Kyle Korver Shot (que no es un fake, aunque pueda parecerlo) es una simple anécdota que da una idea de la facilidad del chico para apuntar, disparar y acertar. Niños, no lo intentéis en casa.
Aunque la afirmación pueda ser una temeridad, la mecánica del recién llegado mejora la del ya retirado escolta de los Jazz. Korver propulsa el esférico desde una posición más elevada con respecto a la cabeza y su mejor físico le proporciona un salto que utiliza en su apogeo para superar al defensor y reducir la distancia al aro.
Es cierto que la principal meta del traspaso era alejar a Gordan Giricek de la franquicia obteniendo contraprestación, pero los Jazz han encontrado oro en el río sin buscarlo. El impacto deportivo del jugador hará olvidar el embrollo económico en que Utah parece, y sólo parece, haberse metido. John Starks, Bryon Russell, Quincy Lewis, Deshawn Stevenson, Calbert Cheaney, Raja Bell, Sasha Pavlovic, Gordan Giricek, Kirk Snyder, C.J. Miles, Ronnie Brewer y el recién traspasado croata completan un balance de fracaso estrepitoso en la búsqueda de un escolta fiable desde que Hornacek se retiró en 2000. Kyle Korver devuelve la historia y la ilusión allí de donde nunca se debieron haber ido.
Ahora los Jazz cuentan de nuevo con un arma letal desde el perímetro, una nueva opción ofensiva para completar el bloqueo y continuación de Sloan que abre huecos en la pintura. Porque con Korver se fulmina la alternativa defensiva contraria de conceder la ayuda en lado fuerte, recurso habitual contra la carencia de exteriores de los Jazz en los últimos años. Agresivo en la finalización, busca contacto y no perdona desde el tiro libre, como tampoco lo hacía su legendario antecesor. Kyle no es Jeff leyendo defensas, moviendo y manejando el balón, pero su dimensión como jugador supera con creces la etiqueta de tirador. Su inteligencia en cancha, su visión de juego y la complejidad de su juego encuentran en los Jazz cobijo ideal. Además, Korver puede parecer el típico escolta blanco de los 80, pero se ha convertido en un atleta rápido, musculado, potente y de salida abierta letal. Como botón de muestra sirve el buzzer-beater ante Celtics hace un par de temporadas
La tremenda mejoría que ha experimentado en el tiro de media distancia desde que entró en la Liga demuestra una ética de trabajo que le hará un favorito de Sloan muy pronto. Llegó a la NBA como especialista tirador (45,2 por ciento de sus triples anotados en los 4 años en Creighton) y ahora es un jugador total. La afición mormona ya ha reservado un hueco en su corazón desde el primer día, ese debut ante Portland del que salió por la puerta grande. Seguro se jugaría la mano de apoyo a que pronto copará los principales anuncios de las interestatales de Utah como ya lo hizo en las autopistas de la periferia de Philadelphia.
Coloca el primer bloqueo, aprovecha una segunda pantalla y se escapa de la defensa para tirar, mas no recibe. Sus compañeros todavía no le encuentran demasiado, pero pronto lo harán. Mientras tanto, Kyle Korver sigue ganando confianza y trabajando duro, intentando acallar a los que le tachan de inerte en defensa. Y lo está consiguiendo. Uno parecía el repartidor de periódicos del barrio, el otro un modelo de pasarela. Bajo fachadas tan diferentes se esconden un maestro y su sucesor. Casi utópica es la misión, pero el tiempo dirá si se cumple aquel apotegma aristotélico de que el buen discípulo es el que supera al maestro.