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Las voces interiores que tumbaron a Clifford Rozier

  • Jon Larrauri nos presenta a un nuevo miembro de su particular "Salón del Drama". Otro jugador que iba para estrella y que acabó estrellado

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Clifford Rozier en Lousville
Clifford Rozier en Lousville
Con 21 años, Clifford Rozier daba los primeros pasos en lo que parecía ser una carrera con destino al estrellato. Elegido en el número 16 del draft de 1994 por los Golden State Warriors, este pívot de 2,11 y 111 kilos había sobresalido en las filas de la Universidad de Louisville y la NBA le recibía con los brazos abiertos. Sin embargo, las luces de su baloncesto no tardaron en apagarse mientras comenzaban sus problemas personales. En 1998, tras una errante trayectoria que incluyó dos partidos en el Pamesa Valencia, el deporte era ya historia para él. Tenía solo 26 años. En 2001 estaba ya totalmente arruinado, pasó varios meses en la cárcel y sus problemas mentales eran ya imposibles de esconder. En 2010, tras muchos años viviendo en la calle, volvió a salir a la luz merced a un extraordinario reportaje de Chris Anderson en el Herald Tribune. A Clifford Rozier le habían diagnosticado esquizofrenia y trastorno bipolar, había dejado atrás su adicción al crack y vivía en un hogar de reinserción en su Bradenton natal, en el Estado de Florida. “Desde los 20 años aproximadamente escucho voces dentro de mi cabeza, pero el baloncesto me liberaba. Sin embargo, a los 25 ya no podía soportarlo”, reconocía en el mencionado reportaje. Esas voces, según él, le ordenaban que se dejara atropellar por los coches, que se enfrentara a la Policía o que se arrojara desde lo alto de un edificio, señalándole que Dios acudiría a su rescate. Clifford Rozier, un miembro de honor del 'Salón del Drama'.

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Clifford Rozier en un cromo que inmortaliza su paso por la NBA
Clifford Rozier en un cromo que inmortaliza su paso por la NBA
Clifford Glen Rozier II vino al mundo el 31 de octubre de 1972 en Bradenton (Florida). Su infancia estuvo repleta de privaciones y el baloncesto fue su válvula de escape. A los 10 años, pasaba horas y horas en una cancha de su barrio imitando a su héroe, el gran Julius Erving, y al llegar al instituto, el Southest High, era ya una celebridad local que se levantaba todos los días a las 4.00 de la mañana para ayudar a su madre a limpiar oficinas para así poder entrenar cuando terminaban las clases. “Al llegar a casa, pasaba horas y horas jugando solo incluso sin luz. Amaba el baloncesto por encima de todas las cosas”, llegó a declarar. Como junior, con un físico ya sobresaliente y mucho más formado que el de sus rivales, su fama llegó a todos los puntos cardinales de Florida. Terry Green, compañero de equipo, recuerda una anécdota según la cual “camino de un partido, Cliff se enfadó con otro compañero por no poder sentarse donde quería en el autobús y se negó a hablar toda la noche. Ello no impidió que en aquel partido anotara 49 puntos. Ese día me di cuenta de que era un jugador especial, posiblemente el mejor de todo el Estado”. En 1990, como senior, promedió 35 puntos, 16 rebotes y 5 tapones y fue elegido Mr. Basketball de Florida y All American. “En mi opinión fue el mejor jugador de todo el país. Le encantaba trabajar y siempre se marcaba objetivos. No era raro que después de los partidos se quedara a entrenar los lanzamientos que había fallado, sin importar que hubiéramos ganado el partido”, recuerda Bob Carroll, su entrenador de instituto.

Con su físico, su rapidez de movimientos y sus deseos por mejorar, Rozier se convirtió en objeto de deseo de las mejores universidades del país, decantándose finalmente por North Carolina debido a que el mítico Dean Smith viajó en persona hasta su casa para reclutarle. En ese curso 1990/91, Clifford formó parte de una de las mejores camadas de 'freshmen' jamás reclutada hasta entonces por los Tar Heels (Eric Montross, Derrick Phelps, Brian Reese, Pat Sullivan y él mismo) y acabó jugando la Final Four, pero el verano siguiente decidió cambiar de universidad, insatisfecho por los pocos minutos que Smith le había concedido (promedió 4,9 puntos y 3 rebotes en nueve minutos). Se decantó por la Universidad de Louisville y, tras el curso que debió permanecer sin jugar, regresó por sus fueros. En la campaña 1992/93 fue elegido mejor jugador de la Metro Conference y un curso después repitió distinción, siendo elegido además en el primer equipo All American merced a sus 18,1 puntos y 11,1 rebotes por partido. Denny Crum, su técnico en Louisville, aseguró que nunca tuvo problemas con él y le calificó como “uno de los mejores reboteadores que he visto en mi carrera”.

Rozier en Lousville:

Rozier decidió no regresar para su temporada senior y se presentó al draft, siendo seleccionado por los Warriors. Tenía 21 años y una prometedora carrera por delante aunque, según confesó después, los primeros síntomas de la esquizofrenia ya aparecían en su cerebro. Su primer curso en la NBA fue bastante prometedor. Promedió 6,8 puntos y 7,4 rebotes en solo 22 minutos de juego, fue elegido para el partido de novatos del All Star y la vida parecía sonreírle. Adquirió por 1,2 millones de dólares una mansión de seis habitaciones y casita para invitados junto a la piscina, un Mercedes último módelo, vestía trajes de los mejores diseñadores, donó 500.000 dólares a la Iglesia de su madre y sus compañeros aún recuerdan que no era extraño que obsequiara con un billete de 100 dólares a los indigentes que se encontraba. Pero las cosas no tardaron en torcerse. Jamás se sabrá si fue su enfermedad o una palpable dejadez física, pero el rendimiento de Rozier bajó muchos enteros en su segundo curso en la élite. Terry Green, su compañero de instituto que vivía con él, recuerda que “estaba claro que algo le pasaba, pero se lo guardaba todo dentro”. Tras el primer partido de su tercer curso en la NBA, fue traspasado a los Orlando Magic, equipo que le cortó antes de que pudiera debutar. En enero de 1997 llegó al Pamesa Valencia como sustituto temporal de Martin Keane y solo disputó dos partidos antes de regresar a la NBA para acabar la campaña como jugador residual de los Toronto Raptors. En la temporada 1997/98 fue contratado por los Minnesota Timberwolves, pero solo jugó seis partidos. Con 25 años la NBA se acabó para él. Tras breves e infructuosos periplos por la CBA y la USBL, el baloncesto también.

Rozier en el Rookie Challenge del All Star de 1995:

Sin el baloncesto, deporte que había sido toda su vida, Rozier regresó a Bradenton, pero ya nada era igual. Clifford se mostraba distante con todo el mundo, esquivo incluso con la mujer con la que acababa de casarse y con la que no tardó en divorciarse. Tras la insistencia de su entorno, buscó ayuda médica y los especialistas no dudaron. Algo marchaba mal en su cerebro, aunque la esquizofrenia no fue diagnosticada de inmediato, debido a que se negó a acudir regularmente a las consultas con su psicólogo y a tomar la medicación recetada. Como consecuencia, su hundimiento comenzó a ser más y más profundo. Se declaró en bancarrota, fue detenido hasta en cinco ocasiones y en 2001 robó la tarjeta de crédito de un sheriff local y estuvo 35 días en paradero desconocido, siendo finalmente detenido en Orlando y encarcelado en la prisión de Manatee County. Su entorno rechazó que Clifford tuviera por aquel entonces problemas con el alcohol o las drogas, incluso los responsables de la Universidad de Louisville se mostraban atónitos por su deriva, calificándole de tipo “sociable y afable, muy del agrado de los periodistas porque era muy sencillo hablar con él”, pero el testimonio de aquella época de su madre, Diane, es desgarrador: “Creo que enfermó en los años que fue jugador profesional. Cuando regresó a casa le rodeaba gente pero él actuaba como si estuviera solo. De él únicamente salía silencio. Hay días en los que parecía no reconocer a nadie, ni siquiera a mí. Parecía un autista: estaba físicamente delante nuestro, pero su cabeza estaba en otro sitio, en su propio mundo”.

De hecho, así era. Esas voces que posteriormente reconoció que le hablaban en su interior se habían apoderado de él y la cosa no mejoró después de cumplir su periplo entre rejas. Clifford, apartado por él mismo de su entorno, pasó a ser un sin techo más, un vagabundo de 2,11 metros de altura que deambulaba por las calles de Bradenton, muchas veces armado, buscando dinero para comprar crack, droga de la que se volvió adicto. Así fue su vida durante más de seis años. A veces visitaba la barbería de su buen amigo Terry Green, otro día se presentó por sorpresa para jugar un partidillo benéfico con sus excompañeros de promoción y, pese a estar sobradísimo de peso, puso en pie, merced a un recital de movimientos, tiros y pases por la espalda, a una grada que minutos antes se había reído sonoramente de él por lo extraordinariamente pequeño que le quedaba su antiguo pantalón de juego. En su día a día solo había dos constantes: la droga y esas voces interiores que no se callaban nunca. “Me decían que me enfrentara a la Policía o que me dejara atropellar por los coches, que Dios me salvaría. Hubo un tiempo en el que incluso empecé a ver serpientes, serpientes por todas partes. Una de ellas me obligó una noche a saltar desde un edificio de dos pisos de altura. Me dijo que no me preocupara, que iba a volar”. Evidentemente, no voló, pero al menos salió ileso.

En 2006, con 34 años, mientras muchos de sus compañeros de promoción apuraban sus últimos años en la NBA, Rozier fue detenido por un intento de atraco y, para su fortuna, en lugar de ser enviado a la cárcel fue ingresado en un hospital psiquiátrico en el que recibió un tratamiento adecuado para su esquizofrenia. Los síntomas de su enfermedad comenzaron a remitir y un año después pasó a vivir en el centro de reinserción que, por lo menos hasta 2010, ha sido su último hogar conocido. Las voces ya no eran tan constantes y tan amenazadoras y su vida recuperó algo de la normalidad perdida. Su adicción a las drogas quedó atrás –era sometido a tests antidroga tres veces por semana– y su esquizofrenia y su trastorno bipolar estaban controladas con una fortísima medicación que incluía seis pastillas diarias y dos inyecciones semanales. Compartía la vivienda con otros nueve hombres y era el único que tenía habitación única, en la que poseía una cama acorde a sus dimensiones y apilaba fotos de sus cinco hijos (de distintas madres). No había ningún recuerdo de su pasado NBA, ya que el único que conservaba, una foto suya haciendo un mate sobre Charles Barkley, lo utilizó como regalo para un amigo.

“Sé que nadie ha oído hablar de mí en los últimos diez años, pero esta es mi vida ahora y aquí es donde quiero estar”, aseguraba en el Herald Tribune en 2010. En ese reportaje, destaca que, paradójicamente, es más feliz con su nueva vida que con la que disfrutó en la NBA. “Cuando has tenido cinco millones de dólares en tu cuenta corriente tienes la posibilidad de disfrutar a lo grande de la vida. Yo lo hice. Viví la vida. Tuve coches, mujeres y compré todo aquello que quise. Luego vinieron los malos tiempos pero nunca miro hacia atrás. Esto es el paraíso en comparación con mis últimos años”, asegura, al tiempo que reconoce que su vida podría haber sido muy distinta de no mediar su enfermedad. “Lo que más recuerdo de aquella época es preguntarme a mí mismo: ¿Cómo puedes tener 25 años y empezar a escuchar a gente que te habla en tu cabeza?”.

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