Los que estuvieron allí, en la cancha número 2 del Rothman Center de la Universidad de Farleigh Dickinson, en julio de 2001 aseguran que fue en ese momento cuando la leyenda de The Chosen One acabó por explotar a nivel nacional, que fue en ese lugar donde LeBron James, el prometedor chaval de Akron, comenzó a hacer méritos para ganarse el apelativo de The King. Para ello tuvo que derrocar al jugador que por entonces reinaba en el baloncesto estadounidense de high school. Aquel día, mientras James empezaba a escuchar que para él no había más límite que el cielo, Lenny Cooke comenzaba su descenso hacia los infiernos.
Cooke había sido hasta ese momento una de las figuras sobre las que había pivotado el baloncesto de instituto estadounidense. Un portento físico de 2.01 que lo mismo fundía en el perímetro a Carmelo Anthony que ponía en problemas a Amar´e Stoudemire en la pintura, un jugador sin posición determinada que contaba además con el respaldo mediático y la maquinaria de hype que acostumbra a respaldar a las estrellas de high school de New York. Nacido en Bushwick, uno de los suburbios más pobres de Brooklyn Este, Lenny creció en un vecindario atestado de delincuencia, en una vivienda de madera con enormes grietas en las paredes y agujeros en el suelo en la que un horno abierto hacías las veces de calefacción en las noches frías. “Mi madre nos hacía tapar los agujeros más grandes con mantas cuando venían visitas por miedo a que cayeran al piso de abajo, donde vivían camellos y prostitutas”, recordaba años después al periodista estadounidense Bobby Bates en la web PremierBall.
En ese complicado ambiente creció Cooke, que no descubrió el baloncesto hasta los 15 años. Un entrenador local le vio sentado en un parque y le llamó la atención por su andamiaje, por lo que le invitó a jugar en su equipo. Lenny aceptó para tener algo en lo que invertir el tiempo, pero pronto descubrió que tenía talento a raudales para destacar en este deporte. En su año de sophomore todo el Estado de New York había oído hablar de un nuevo fenómeno de La Salle High School que había llevado a su equipo al título estatal. “Promedié 24 puntos por partido y pasé de ser considerado el décimo mejor jugador de la ciudad a ser el número uno. Metí 50 puntos en un partido y me di cuenta de que era mucho mejor que todos mis rivales. Rompía tableros, arrastraba gente allá donde jugaba”, rememoraba recientemente Cooke, que llegó a ser considerado el mejor sophomore de la ciudad desde Kareem Abdul-Jabbar. Palabras mayores.
Su fama no tardó en llegar a todos los rincones de Estados Unidos. En el verano previo a su año junior machacó a Carmelo Anthony en el Five Star Campus y fue elegido MVP, participó en el prestigioso ABCD Camp y fue elegido mejor jugador underclassmen… Su presente en las canchas era inmejorable, pero su rendimiento en las aulas no iba por el mismo camino. “Nadie hacía nada para penalizarme. Todo estaba perfecto mientras yo saltara a la cancha a defender la camiseta de mi instituto. Era lo único que importaba”, dijo años después.
Con el objetivo de conseguir los créditos necesarios para la universidad, Cooke dejó Brooklyn en su año junior y se marchó a Old Tappan (New Jersey), donde su fama alcanzó sus más altas cotas. Solo jugó nueve partidos (promedió 33 puntos, 16 rebotes y 4 tapones), pero Lenny ya era toda una celebridad nacional. Así, en sus entrevistas hablaba de escribir libros sobre su vida, de construir gimnasios y teatros en su viejo vecindario, al que regresaba todas las tardes para no perder contacto con su gente, del plan que tenían Omar Cook, Darius Miles, Marcus Hatten, Curtis Sumpter y él para ir juntos a la Universidad de St. John’s y devolver al centro neoyorkino la gloria de antaño. “Estaba en la cima del mundo, era como una estrella del rock”, recuerda. No le falta razón si se tiene en cuenta que en su primer partido allí se vendieron todas las entradas y el choque tuvo que empezar dos horas antes de lo previsto y con las puertas del gimnasio cerradas a cal y canto tal era la avalancha de aficionados, desde millonarios locales hasta jefes de bandas, que querían verle en acción. Semanas después, varios canales locales interrumpieron sus noticiarios para informar de que Cooke había firmado 52 puntos y 16 rebotes en los tres primeros cuartos de un choque, sentándose en el último en el banquillo para firmar autógrafos. Estaba en la cima del planeta y empezaba a frecuentar la compañía de grandes estrellas, desde Jay-Z a Foxy Brown.
El verano de 2001 parecía desarrollarse sin sobresaltos. Logró su primer triple doble (38 puntos, 13 rebotes y 10 asistencias) en el Campus de Bob Gibbons teniendo en frente a Amar´e Stoudemire, fue el MVP más joven de la historia del Torneo de Rucker Park… Todo era perfecto, hasta que regresó al ABCD Camp, allá donde deleitó a propios y extraños el año anterior. Y fue allí donde todo comenzó a torcerse. En uno de los encuentros, Cooke debía medirse a LeBron James, un joven de Ohio dos años menor que él y cuya fama comenzaba a extenderse de costa a costa. “Fue como un duelo de los del lejano Oeste, con el joven pistolero intentando hacerse un nombre”, dijo sobre aquel enfrentamiento Tom Konchalski, uno de los gurús del baloncesto de instituto estadounidense. Al principio, incluso sus propios compañeros boicotearon al fenómeno de Akron, haciendo que sus únicas acciones ofensivas llegaran tras rebotes ofensivos, pero poco a poco LeBron fue destapando el tarro de las esencias hasta oscurecer todo lo que le rodeaba, incluido a Lenny. James acabó el choque con 24 puntos y anotando un triple lejano en carrera para dar la victoria a su equipo en las mismas narices de Cooke, al que además dejó en nueve puntos. Dentro del magma que rodea a este tipo de partidos, aquello fue una humillación en toda regla, aunque el de Brooklyn no es de la misma opinión. “Lo que la gente no sabe es que justo antes de enfrentarme a LeBron jugué contra Carmelo Anthony, que acudió al campus en busca de revancha y al que volví a destrozar. Yo estaba cansado y LeBron totalmente fresco. Se dio tanto bombo a ese partido solo porque anotó el triple ganador. Estoy seguro de que si no se hubiese dado tanta trascendencia a aquel partido ni su carrera ni la mía habrían sido iguales”.
Lenny Cooke, una estrella en ciernes:
Lo cierto es que tras ese partido ya nada fue igual en la vida de Cooke. Se colocó un signo de interrogación sobre su futuro, sobre su rendimiento ante rivales de su misma exuberancia física, y lo peor de todo fue que perdió la elegibilidad para seguir jugando en high school por haber cumplido ya los 19 años. Siguió cursando estudios en Old Tappan para poder obtener las notas necesarias para ir a la universidad, pero su presencia en las aulas era cada vez más testimonial mientras aumentaban sus visitas a su antiguo barrio. Allí seguía siendo una gran estrella y sus vecinos no paraban de decirle que estaba preparado para la NBA, que cuando fuera profesional y una gran estrella se acordara de ellos. Tanto escuchó ese cuento de hadas Lenny que terminó creyéndoselo, hasta el punto de que en febrero de 2002 tomó una decisión que acabaría siendo fatal: abandonó Old Tappan, y con ello la posibilidad de jugar en la NCAA, para marcharse a Flint (Michigan) para entrenar en la Mott Adult School a las órdenes de un ex entrenador asistente de la Universidad de Michigan. Había decidido presentarse al draft de ese mismo año.
Las cosas no salieron bien. Lenny no obtuvo su diploma y, además, en la primera jornada del campus pre-draft de Chicago sufrió una lesión en su pie derecho, lo que le impidió participar. Ello, junto a la inactividad de más de un año, pudo más que sus anteriores logros y ninguna franquicia apostó por él en el draft, ni siquiera en segunda ronda. “Si fuera un siete pies, quizás habría merecido la pena arriesgar por él, pero escoltas físicos con problemas en el lanzamiento exterior hay muchísimos. Simplemente, no pensamos que sea lo suficientemente bueno. Debería haber jugado un par de años en la universidad como mínimo. Quien sea el que le aconsejara saltar directamente a la NBA le ha hecho un flaco favor”, dijo en la misma noche de la ceremonia un general manager de la Conferencia Este.
Decepcionado al considerarse a sí mismo una elección de lotería, Cooke firmó con los Seattle Supersonics para disputar las Summer Leagues, pero volvió a lesionarse su pie derecho y fue cortado antes del arranque de la temporada regular. Cuando se recuperó, ni siquiera encontró acomodo en la Liga de Desarrollo de la NBA, pues arrastraba ya la fama de jugador díscolo, de gran promesa venida a menos que solo busca su brillo por encima del juego del equipo. Probó en los Westchester Wildfire de la USBL, franquicia entrenada por John Starks, pero en un entrenamiento se cayó sobre su brazo tras hacer un mate y se fracturó el codo. Otra vez al dique seco.
Finalmente, Cooke fichó por los Brooklyn Kings de la USBL en mayo de 2003. Tenía 21 años recién cumplidos, pero llevaba más de dos sin disputar un partido oficial. En su debut, precisamente ante el equipo de Starks, firmó 45 puntos y 16 rebotes. No fue su única actuación portentosa en una competición que se le quedaba claramente pequeña, pero la NBA seguía sin tocar su puerta. Tras volver a destacar en Rucker Park, en septiembre de ese año fichó por un equipo de la Liga filipina, donde, evidentemente, no tuvo rival, promediando casi 40 puntos por partido. De todas maneras, su mentalidad seguía sin ser la propia de un jugador aspirante a militar en competiciones "serias". Así, en una ocasión en la que se le preguntó por su escasa aportación defensiva, Lenny respondió que “cuando estoy en cancha mi misión es meter más puntos que mi par. Es muy difícil que mi equipo pierda si yo anoto más de 45 puntos”.
Pese a que sus proezas de antaño le permitían seguir apareciendo de vez en cuando en el radar de la NBA, la carrera de Cooke sufrió un nuevo revés a comienzos de 2004, cuando tras jugar un partido de una Liga local en California sufrió un grave accidente de tráfico que a punto estuvo de costarle la amputación de ambas piernas. Regresó a las canchas a finales de ese año con los Shanghai Sharks de la Liga china, pero falto de condición física no destacó demasiado. Posteriormente pasó por la ABA y la CBA, donde el día de Año Nuevo de 2006 se rompió el tendón de Aquiles. En el largo periodo de inactividad subsiguiente ganó mucho peso y descuidó su físico. No ha vuelto a jugar a nivel profesional desde entonces. Tenía 24 años.
A día de hoy, Cooke, padre de tres hijos, reside en Brooklyn y se dedica a dar charlas motivacionales a niños para que no repitan sus errores. “El accidente de coche hizo que cambiara mi escala de valores. Me hizo mirar la vida de forma distinta y darme cuenta de que tenía que introducir a mejor gente en mi círculo de amistades. Doy charlas motivacionales a los niños porque quiero tener un impacto positivo en sus vidas. Si consigo ayudar a uno solo ya habré hecho más que mucha gente. Les digo constantemente que si tuviera la oportunidad de volver atrás, habría ido a la universidad sin duda”, reconoce, mientras advierte que un documental sobre su vida verá la luz a finales de año y que espera poner en marcha una ONG con su nombre.
¿Y qué hay del juego? Con la soberbia de los que una vez fueron grandes, Cooke sigue pensando que podía haber sido una gran estrella de la NBA si hubiera dado un par de pasos en la dirección correcta y advierte que tiene intención de volver a vestirse de corto y entrenar para darse una oportunidad más. La última. Y es que pese a todo lo vivido, Lenny Cooke tiene aún 29 años y una vez fue el rey del baloncesto de high school y una celebridad nacional hasta que LeBron James le arrebató su corona.