Jacinto Benavente, excepcional dramaturgo español, premiado con el Nobel de Literatura en 1922, se mantenía siempre fiel a una idea, muy cercana al trabajo, la constancia y lo que esos aspectos acababan, tarde o temprano, provocando. Recalcaba que muchas personas creían que tener talento era toda una suerte pero que ninguna, en cambio, se paraba a pensar que quizás la suerte pudiera ser cuestión de tener talento.

Para alcanzar no ya la cima sino el éxito es necesario ser talentoso. Pero sobre todo ser constante. Porque el camino a la gloria no tiene una única vía, lujosa y confortable, sino que también existen sendas, menos llamativas y seductoras, que acaban llegando al mismo destino. Porque, sí, todos prefieren la autopista. Sin valorar, quizás, que también se puede llegar al objetivo por otros caminos. También es posible lograr la notoriedad circulando a través de carreteras secundarias. A Kyle Lowry, nuestro protagonista, le resultan familiares. 

Houston (Texas), febrero de 2009. En las oficinas de los Rockets se observaba más tenso de lo habitual a Daryl Morey, General Manager de la franquicia. No se conocía la causa aunque, dada la cercanía del trade deadline, indudablemente podía intuirse. El rendimiento del conjunto entonces dirigido por Rick Adelman era bastante esperanzador. Yao Ming, Ron Artest, Aaron Brooks e incluso el sophomore Luis Scola exhibían un buen nivel. Las cosas iban por el buen camino pero Morey, inquieto, no podía sacar una idea de su mente.

Había estado en contacto últimamente con Jay Wright, técnico de la Universidad de Villanova. Y el motivo tenía nombre: Kyle Lowry. El base de los Grizzlies, que cumplía su tercera temporada en la NBA, no parecía tener excesivo margen de progresión en Memphis con otro gran base de talento y apuesta importante de la franquicia como Mike Conley Jr a su lado. Morey, que también mantuvo conversaciones con Mark Heimerdinger, técnico de Lowry en High School, buscaba informes, de primera mano, del que creía podía convertirse en un base de primer nivel. Y quién mejor que su preparador universitario para ayudar a elaborarlos.

El entrenador de los Wildcats fue sincero. Habló sin rodeos. Había tenido a su disposición al chico durante dos años y sabía bien su potencial. "Mira, Daryl, he dirigido muchos bases durante mi carrera, muchos. Pero Kyle es el más inteligente de todos, tiene verdadero instinto". Cantos de sirena para un Morey más que predispuesto.

Wright, al que le corre el baloncesto por las venas, no había olvidado a un jugador que, sin apuntar a ello, resultó ser clave en su equipo pocos años antes. En 2005, siendo freshman, Lowry ya ofreció destellos de su talento en un equipo en el que Randy Foye, Allan Ray y Curtis Sumpter acaparaban todos los focos. Sólo la North Carolina de Sean May, Raymond Felton o Marvin Williams, posterior campeona, pudo acabar con los correosos Wildcats en la Semifinal Regional del ‘Gran Baile’, tras un final de infarto (66-67).

Al año siguiente (2006), su rendimiento fue aún mejor. Villanova impresionó. Randy Foye y Allan Ray (ambos en su cuarto y último año del ciclo universitario) seguían siendo letales en ataque pero Lowry, sophomore, se erigía ya capital. Bajo la sombra, claro. Únicamente Florida, que ganó aquel torneo universitario con un juego interior donde dominaban Al Horford y Joachim Noah, pudo apartar al conjunto de Jay Wright de la anhelada Final Four, derrotándolo en la Final Regional. Pero Lowry, en sólo dos años, ya había dejado huella. La NBA le esperaba.

Su compañero Randy Foye, considerado actor protagonista en el éxito de Villanova, fue número siete de aquel Draft mientras Lowry (número 24) fue el tercer base de la promoción, sólo por detrás de Rajon Rondo (Kentucky) y Marcus Williams (Connecticut). Las conversaciones con Wright, en definitiva, no hicieron más que convencer a Morey de que Lowry era, sin duda, un buen objetivo y un gran reto. Más aún considerando la clara apuesta de su franquicia por otro base, Mike Conley Jr.

El General Manager acudió también a Rick Adelman, técnico de Houston, para preguntarle opinión. El veterano técnico no ocultó tener dudas físicas sobre él, había estado lesionado prácticamente todo el curso dos años atrás, en su temporada rookie, tras romperse la muñeca izquierda. Morey insistió, quería saber qué potencial le veía, si realmente podría aportar a un equipo en el que Aaron Brooks iba a más cada día. Adelman, pensativo, no tardó demasiado en hallar una solución y abrir las puertas a Lowry. "Bueno, seguramente nos diese más intensidad defensiva, tiene manos rápidas. Y desde luego mayor tranquilidad que Rafer Alston, así que podría ser buen complemento para Aaron, sí".

Morey tenía lo que quería, aprobación unánime y no solo la suya propia. Únicamente hacía falta conseguirlo en los despachos. Tenía una semana, antes de que el 19 de febrero se cerrase el mercado de traspasos. Sin embargo, y para su sorpresa, no sería tan sencillo. Memphis estimaba más de lo esperado al jugador nacido en Philadelphia y se negó a realizar un traspaso directo con Houston. Las constantes negativas de Chris Wallace, General Manager de los Grizzlies, obligaron a Morey a buscar un tercer equipo. Pero lo encontró justo a tiempo. Sobre la bocina.

Orlando, que tenía a Jameer Nelson lesionado, no veía con malos ojos a Rafer Alston y podía, además, satisfacer mejor a Memphis. Apenas unos minutos antes del cierre del mercado, Morey pudo aflojarse una corbata que cada vez le apretaba más y, por fin, respirar tranquilo. Kyle Lowry sería jugador de los Rockets.

LA OPORTUNIDAD.

No tardó en adaptarse a Houston el jugador formado en Villanova, tal y como apuntó, por deseo y casi convencimiento, el propio Morey en su presentación. Era un niño con un juguete nuevo, de esos que no poseen elevado precio pero sabes que enganchan. Gracias a su buena ética de trabajo y predispoción colectiva, Lowry rápidamente se ganó la confianza de Rick Adelman y aprovechó sus minutos. Defensivamente, los Rockets agradecieron su presencia desde el principio.

Sin embargo, para su consagración habría que esperar. Su compañero de posición, Aaron Brooks, explotaría el curso siguiente, confirmando ser un anotador letal y ganando incluso el premio al Jugador de Mayor Progresión. Mientras, Lowry mantenía su buen hacer en la sombra. El segundo plano, sí, una situación conocida.

Pero, contra pronóstico, sería la siguiente campaña (2009-2010) la que supondría un verdadero punto de inflexión en su carrera. Prácticamente a inicios de temporada, Brooks caía lesionado y se mantendría apartado de las canchas más de un mes, con lo que el hasta entonces inmaculado base suplente irrumpió en escena. Era su oportunidad y no la desaprovechó. Lowry asumió el mando y demostró que estaba sobradamente preparado para el reto de llevar las riendas de una franquicia. Y lo hizo hasta el punto de que cuando Brooks volvió a la acción, a finales de diciembre, ya había perdido su sitio.

Con Lowry los Rockets eran mejores, sencillamente. Adelman no tardó en entenderlo así y delegó por completo en él. En muy poco tiempo, el ex-Wildcat abandonó su hasta entonces secundario rol y se convirtió en un líder sobre el parqué. Brooks sería traspasado ese mismo curso (llegaría Goran Dragic) y lo que hasta ese momento había sido un constante trayecto por carretera secundaria para Kyle Lowry, pasó a ser una verdadera autopista. Toda una autopista para mostrar su talento.

El discípulo de Jay Wright realizó un final de temporada sensacional, mostrando muchas más cualidades de las que (casi) nadie había podido imaginar. Ya no se trataba sólo de un buen especialista defensivo, Lowry se mostraba también como un gran director e incluso como un buen anotador.

DE LA CONSAGRACIÓN AL ESTRELLATO. PASOS CORTOS PERO FIRMES.

Ya con plenos galones desde el inicio, el curso pasado Lowry experimentó un crecimiento reseñable. Fundamentalmente, un progreso emocional, de confianza. Los focos, por fin, apuntaban a ese menudo base de apenas 1.83 que ejercía una gran influencia sobre los partidos.

Houston, que buscaba algo de agua con la que calmar su sed en el desierto, había encontrado algo mucho más valioso, un auténtico líder. Un director capaz de prestar atención a cada instrumento de la banda con el fin de afinarlo, con el propósito de generar un sonido completamente armónico. Los últimos dos años, los Rockets se quedaron a las puertas de los PlayOffs y buena parte del exitoso rendimiento provino de la confianza depositada por Rick Adelman sobre Kyle Lowry.

Pero, ¿qué hace de Lowry un jugador influyente? Porque no se trata de un anotador, ni un jugador espectacular, ni siquiera transmite sensaciones dominantes como puedan hacer otros.

Pues bien, posiblemente el principal secreto es que entiende muy bien el baloncesto. Parece simple o común pero no lo es. En cierto modo recuerda, y no sólo físicamente, a la forma de ver el juego de Chris Paul, este sí indiscutiblemente establecido en la super élite de su posición. Lowry es un radar que siempre da preferencia al colectivo y toma buenas decisiones. Tiene buena visión de cancha y es un gran pasador. Interpreta bien el pick&roll, sabe cuándo buscar su tiro y, más importante aún, cuándo no hacerlo. El trabajo –qué si no– le llevó a mejorar su rango de lanzamiento y también amenaza desde el perímetro. Un recurso más para un jugador en contínua evolución.

Defensivamente siempre ha sido un excelente jugador. A pesar de su corta estatura nunca ha sido presa fácil, ya que es muy rápido de manos e inteligente a la hora de defender. Un centro de gravedad muy bajo le permite, además, tener una lateralidad fantástica. Individualmente es fiable pero mejora aún más en la defensa de ayudas y de anticipación. Lowry es un gran recuperador y también ofrece garantías defensivas en una faceta poco común para alguien de su altura, el rebote. Y es que hay muy pocos bases con el instinto reboteador del base de Houston.

Junto a sus condiciones y su indudable talento físico –es muy rápido y explosivo– hay una cosa que destaca especialmente en el jugador formado en Villanova: su carácter competitivo. Posee una enorme determinación, una gran capacidad para buscar la victoria, ignorando la dificultad que ésta tenga.

Esta temporada Kyle Lowry ha subido aún más sus prestaciones. No sólo se ha convertido en una pieza indispensable en Houston, también ha traspasado la frontera, con su nombre sonando como el de uno de los bases más resolutivos de la NBA. Con el All-Star como posible recompensa y su figura ganando en reconocimiento, Morey sonríe desde las alturas. La apuesta no pudo salir mejor. Y la apuesta apenas cumple, este próximo mes de marzo, 26 años.

Asentado en el top 10 de asistencias y robos de balón, y consolidado como el base más reboteador de la Liga, Lowry no deja de progresar y facilitar la evolución de su equipo. Lo hace partiendo de un prisma colectivo, como le enseñaron desde abajo. Y es que desde las carreteras secundarias también se llega al destino.