Hace unos días se conocía la noticia del fallecimiento de Pete Carril, uno de los grandes entrenadores de baloncesto de la historia a los 92 años, dejando para la historia y la memoria sus décadas al frente de la universidad de Princeton, sus apariciones en el March Madness con una universidad que no era lo habitual y creando equipos que practicaban un baloncesto desconcertante y formidable a la vez.
Carril es miembro del Hall of Fame, elegido para su ingreso en 1997 junto Joan Crawford, Denise Curry, Antonio Díaz-Miguel, Alex English, Don Haskins y Bailey Howell, con una ofensiva que era sinónimo de paciencia, inteligencia, movimiento constantes con y sin balón, pases rápidos, anticipaciones y cortes sin parar. Tras abandonar su larga estancia en la universidad localizada en New Jersey, se unió a los Sacramento Kings de Rick Adelman como entrenador asistente.

Veintinueve temporadas estuvo como entrenador jefe de los Tigers de Princeton, con un sistema que funcionaba a la perfección, renovando elementos con el paso del tiempo, pero si perder su esencia ofensiva que tanto le caracterizó. Sus plantillas ganaron trece títulos de la Ivy League, una división diferente de la NCAA, registrando un récord de 514 victorias y 271 derrotas. La universidad neoyorkina lideró en muchas ocasiones la parcela ofensiva y defensiva, llegando al momento culminante en sus últimas ocho temporadas como head coach. Una de las gestas que también quedarán para la historia del baloncesto fue en 1996 cuando derrotaron en primera ronda al campeón defensor, UCLA, uno de los máximos favoritos al título de nuevo, siendo una de las mayores sorpresas de la historia del torneo final de NCAA.
“David 43 – Goliat 41” (The Daily Princetorian titulaba así la victoria del equipo de Carril)
El entrenador comentó que no se hacía ilusiones. “Si jugáramos 100 veces ante UCLA, nos ganarían en 99“. Los Tigers fueron derrotas, 63-41, en segunda ronda ante la estatal de Mississippi.
Uno de sus grandes amigos, Gary Walters (exdirector deportivo de Princeton), comentó, “su adaptabilidad como entrenador y ser capaza de juntar piezas de una manera constructiva, fue muy importante. También entendió muy bien el juego fundamentalmente. Muy pocos entrenadores tenían su capacidad para enseñar fundamentos“.
Pedro José Carrillo, más tarde Peter Josep Carril, nació un 10 de julio de 1930 en Bethlehem, Pennsylvania, hijo de una pareja de migrantes españoles, el padre de Riaño en León, la madre de Salamanca. La pareja, como muchas otras, emprendieron un viaje de no retorno a los Estados Unidos, embarcándose en la aventura laboral para trabajar en los hornos de acero del estado de Pennsylvania, uno de los grandes motores del siglo XX industriales del país estadounidense. Pese a su baja estatura, fue un jugador destacado en baloncesto estudiantil, sobre todo en Lafayette College, para pasar a ser entrenador de escuelas secundarias de la zona y ser entrenador jefe posteriormente en Lehigh. Tras esta primera experiencia llegaría el momento de aterrizar en Princeton, una universidad que pertenece a la Ivy League, una división que engloba instituciones como Harvard, Yale o Columbia, siendo universidades sin becas deportivas, ya que los estudiantes son brillantes en sus estudios.
Como entrenador buscaba la perfección, muy en relación con los valores de la universidad. Carril era inteligente, filosófico, honesto y cariñoso con sus jugadores. Le importaba el oficio, el proceso, la acción y posterior acción en el juego, todo sin darle mucha importancia al resultado final del marcador. El éxito en la pista nunca cambió a Carril, siempre asociado a un puro, encontrándolo en muchas ocasiones tomando un café y charlando en Andy’s Tavern de Princeton o llevando reuniones en Conte’s Pizza.
Cada año, en su primera sesión de práctica, Carril pronunció el mismo discurso a sus jugadores.
“Conozco tu carga académica“, dijo. “Sé lo difícil que es renunciar al tiempo para jugar aquí, pero aclaremos una cosa. En mi libro, no existe un jugador de la Ivy League. Cuando sales de ese vestuario y cruzas esa línea blanca, sois jugadores de baloncesto, punto“.
Pero también dijo a sus jugadores: “Princeton es un lugar especial con algunos profesores muy especiales. Es algo especial que debe enseñar uno de ellos. Pero no eres especial solo porque vayas aquí“.
Tras dejar el baloncesto universitario y su largo periplo en Princeton, entró en un terreno desconocido para él hasta ese momento: la NBA. Su ataque Princeton aterrizaría en los Sacramento Kings de Rick Adelman. Geoff Petrie, general manager de Kings y ex jugador en su momento de Princeton, pensó en él para aportar todos sus conocimientos e inteligencia al equipo de la capital de California. Carril sería el encargado de la parcela ofensiva con uno de los equipos más recordados del final de los noventa e inicio del nuevo milenio, sobresaliendo dos figuras que con Adelman y Carril cogieron un peso clave, Chris Webber y Vlade Divac, que eran los encargados de comenzar el ataque gracias a su visión de juego.
Y la huella sigue vigente a día de hoy en la liga. Steve Kerr y sus Golden State Warriors, campeones en cuatro ocasiones de la NBA, cogen muchas influencias del repertorio Carril, con el juego sin balón, la circulación, las inversiones del lado fuerte al lado débil, encontrando siempre a un destinatario, sin olvidar la gran tarea de distribución de un interior como es Draymond Green.
En Sacramento Kings pasó diez temporadas, ganando dos títulos de la División del Pacífico y jugar la final de Conferencia Oeste de 2002, cuando Kings lo tuvo cerca de plantarse en la final, pero los Lakers de O’Neal, Bryant y Phil Jackson se interpusieron en el camino de Stojakovic, Christie, Webber, Divac y compañía. Tras el largo periplo por California, se unió a Washington Wizards para retirarse de los banquillos en 2009, de nuevo en los Kings. Sobre su final como asistente comentó, “ser asistente no me molestaba en absoluto. El agravamiento y el dolor de estómago y los dolores de cabeza que tienes cuando ves que se hacen mal las cosas o cuando pierdes, o todos esos problemas que tienes cuando eres entrenador jefe, ya había tenido suficiente“.
Pete Carril deja una huella imborrable en el mundo del baloncesto. Se fue con trece títulos de la Ivy League, once apariciones en el March Madness, siendo una figura venerada y admirada en todos los lados, pero más alrededor del campus de Princeton, siempre vistiendo un suéter bien utilizado que se dejaba entrever por el color, o si vestía formalmente se colocaba su pajarita. Un colega lo describió: “un liliputiense arrugado que se vería tan fuera de lugar con un traje Armani como lo haría con un vestido de Vera Wang“.
Bill Penningham, periodista deportivo del New York Times escribió en su día, “el fanático del baloncesto más poco sofisticado podía admirar y entender a un equipo de Pete Carril a primera vista. El adicto a los aros más devoto podía ser hechizado por un equipo de Carril en movimiento. Era baloncesto, no de talento, sino de equipo. Puede que no sea la forma en que todo el mundo debería jugar, pero era la forma en que todo el mundo solía intentar jugar“. Jim Valvano, entrenador de la estatal de North Carolina que falleció en 1993, comentó en su día, “jugar en Princeton es como ir al dentista. Sabes que en el futuro puede hacerte mejor, pero mientras sucede puede ser muy, muy doloroso“.
Se va una figura del baloncesto, que cambió la mentalidad y la manera de entrenar y de ver este deporte. Lo hizo sin ser entrenador jefe de la NBA y sin ganar ningún campeonato de la NCAA, pero siempre tendrá un puesto destacado entre todos los amantes, y él mismo lo dijo: “Ganar un campeonato nacional no es algo que no vayas a ver hacer en Princeton. Me resigné a eso hace años. ¿Qué significa de todos modos? Cuando esté muerto, tal vez dos tipos pasen por delante de mi tumba, y uno le diga al otro: “Pobre chico. Nunca ganó un campeonato nacional”. Y no escucharé ni una palabra de lo que digan“.
