"Good, better, best. Never let it rest, until your good is better and your better is best." Iona Duncan a su hijo Tim.
Hugo comenzó la historia. Un nombre más entre tantos. Perspicaz, inteligente o brillante son algunos de los adjetivos que se relacionan con el nombre. En 1989 se añadió uno más: “devastador”. Así se presentó un huracán con ese nombre. Hugo. Quién iba a imaginar que marcaría la historia del baloncesto.
El huracán Hugo arrasó la única piscina olímpica que había en Islas Vírgenes. Allí donde un joven Tim Duncan batía récords brazada tras brazada. Allí donde ese joven de 13 años soñaba con nadar en Barcelona '92, un deseo que alimentaba su madre, Iona.
Los daños del Huracán Hugo fueron más que significativos. 56 víctimas directas y millones de dólares en infraestructuras. Puerto Rico, Jamaica e Islas Vírgenes fueron las islas del Caribe más afectadas. La casa de los Duncan se mantuvo en pie, mas el sueño olímpico se desvaneció. La destrucción de la piscina obligaba a Duncan y a sus compañeros a lanzarse a entrenar al Caribe, algo que el joven Tim no estaba dispuesto a hacer. Su miedo a los tiburones era algo superior a él, un miedo atroz que lo bloqueaba por completo. Duncan no podía seguir entrenando, y el que apuntaba a estrella de la natación tenía que buscar una alternativa.
Fue entonces cuando apareció el baloncesto. Su gran tamaño eran, desde luego, un punto a favor. Duncan comenzó a probar en su instituto, donde comenzaría a forjar su carrera. Un año después del huracán, cuando Tim iba a cumplir los 14 años, otro golpe cambió por completo su vida. Fue el día antes de su cumpleaños. Iona se marchaba, víctima de un cáncer de mama. Su apoyo, su guía. La figura que necesitaba a su lado.
La cancha se convirtió en su refugio. Entró y pisó el parqué en silencio, como ese niño que camina de puntillas la mañana de reyes. Creció bajo la atenta mirada de Rick Lowery, quien lo adentró en el baloncesto. Ahí creció y se hizo un nombre. De su pequeña St. Croix a Wake Forest, la universidad donde Duncan quiso crecer. Donde el niño creió para ser un hombre.
Cuatro años después de su entrada en la universidad, un25 de junio Tim Duncan pasó de hombre a héroe. A leyenda. Historia, con mayúsculas. Tim Duncan llegó, vio y venció. Se unió a unos Spurs que ya contaban con David Robinson, quien se había lesionado la anterior temporada, provocando que los Spurs realizaran una temporada desastrosa que llevó a los tejanos a tener el número uno del draft.
Porque Tim Duncan marcó el camino. No estuvo solo, tuvo su mentor. Inicio su camino del héroe, tal y como lo definió el mitógrafo Joseph Campbell, repartido en doce etapas. Duncan pasó de su mundo ordinario a su aventura: La NBA llamaba a su puerta.
El mito daba comienzo. Duncan llegaba a la NBA tras ser estrella universitaria en Wake Forest, donde acumuló récords y victorias. Era el equilibrio, una combinación impecable en ambos lados de la cancha, un complemento ideal para David Robinson, que ya comenzaba a notar el paso del tiempo. En el banquillo, un Gregg Popovich al que nadie valoraba. De hecho, su popularidad era casi inexistente y poseía más detractores que apoyos.
Pero todo cambió aquel año. Duncan encajó y puso sobre la cancha todo su potencial. Una exhibición tras otra, un control del baloncesto que prometía grandes noches. Inteligente, versátil, ágil. Un depredador con un único propósito: ganar.
Los Spurs pasaron del 20-62 al 56-26, acabando quintos en la Conferencia Este. Los Utah Jazz de Stockton y Malone pusieron fin a su primer año en Semifinales de Conferencia, pero no fue más que el comienzo. Duncan había llegado con un objetivo. Ganar.
Y ganó. Sólo tuvo que esperar una temporada. Su segundo año estuvo marcado por el cierre patronal y por su dominio. Volvió a firmar un doble doble de media, volvió a formar una pareja letal con David Robinson y firmó unos playoffs magníficos. Los Spurs sólo cedieron dos encuentros en toda la postemporada, logrando así su primer anillo.
Duncan tocó el cielo en su segundo año. Y esto no hizo más que aumentar su hambre. Tuvo que vérselas con los Lakers de O'Neal, que se encontraba en su mejor momento. Era, en resumidas cuentas, imparable. O'Neal dominó a su antojo y firmó tres anillos seguidos, desde el año 2000 al 2002. En ese 2002, Tim Duncan mostró su mejor versión sobre la pista, siendo nombrado MVP de la temporada gracias a sus 25.5 puntos, 12.9 rebotes, 3.9 asistencias y 2.9 tapones. Pero los Lakers volvieron a aparecer y superaron a San Antonio en una serie que terminó en 4 a 1.
Entonces llegó 2003. San Antonio y Duncan eran uno. Tim seguía contando con David Robinson a su lado, además de unos jóvenes Tony Parker y Manu Ginóbili. Duncan repetiría MVP y en playoff, los Lakers volvían a cruzarse en su camino. Esta vez el de los Spurs dominó. A su antojo. Superó a los Lakers y puso rumbo directo al anillo. El segundo. Con su segundo MVP de las Finales. Una temporada perfecta.
Nunca hubo repeat. Los Pistons fueron el escollo al año siguiente, aunque en 2005 se resarcirían. 2006 fue el año de Wade, tumbando a los Mavs. Y en 2007, volvió a ser de San Antonio, que frenaban a un LeBron James que ya hacía estragos. Desde entonces, San Antonio siempre estuvo ahí, sin hacer ruido. Pero dando miedo cuando llegaban los playoffs.
Duncan fue inteligente. Supo delegar en aquel 2007 en un Tony Parker que, junto a Ginobili, realizó unas series históricas. El Big Three con más victorias de toda la NBA. De toda su historia. Comandados por un Gregg Popovich que supo evolucionar a su equipo, que supo cambiar el ritmo del balón desde 1997 hasta el día de hoy. De la lentitud y la búsqueda de Duncan a la perfección a la hora de circular la bola.
Porque Duncan no se concibe como uno solo. Es la imagen perfecta de jugador franquicia, que siempre sabe en quién confiar. Su dupla con Popovich ha sido tan significativa como la que formaron Russell y Auerbach en los comienzos de la NBA. Una unión que iba más allá de lo que sucedía en la cancha.
Él siempre suupo reinventarse. Etiquetado como el mejor ala-pívot de la historia, pasó a ocupar el puesto de pívot durante la mayor parte de su carrera. Su tiro a tabla infalible, su juego de pies, su gancho forzado. Su capacidad taponadora, que le ha llevado a estar entre los cinco mejores de la historia de la NBA. Su carácter, su sangre fría y su silencio. Siempre su silencio. Ha sido parte de su magia. Un halo de misterio que ha sido un regalo para los aficionados al baloncesto, que veían la NBA entre fanfarronadas. No hacía falta decir que era el mejor. Sólo era cuestión de demostrarlo.
Tim Duncan pasó seis años sin volver a pisar unas finales. Pero allí estuvo. La resurrección del héroe. La vuelta de la leyenda. La máxima expresión del juego colectivo, una oda al pase extra que tenemos muy reciente como para valorar. El tiempo hablará. Aquel 2013 quedará en nuestras retinas. Aunque el tiempo también será cruel y congelará un instante: el de Ray Allen elevándose para anotar un espectacular triple que le daba su segundo anillo a LeBron James.
Aún quedaba cuerda. Para rato, además. 2014. Siete años después de su cuarto anillo. San Antonio volvió a bailar. Ginobili frotó la lámpara, Parker ejecutó y Duncan... Duncan fue Duncan. Cediendo el testigo, como solo el supo hacer. A su análogo, a aquel que ha bebido de su conocimiento.
Kawhi Leonard.
Duncan y Popovich crearon a la bestia. La cincelaron, dieron forma a un diamante en bruto con una ética de trabajo descomunal. Una rara avis en estos tiempos. Silencioso, tímido. Como Tim. Y con él, triunfó. Los méritos y los focos apuntaron a otro. Pero Duncan sonreía, junto a Parker y Ginóbili. Lo había logrado. E intentarían repetir éxito.
No ha podido ser. A pesar de los dos intentos seguidos, a pesar del brillo de los Spurs. Duncan ha sido eje de una maravilla baloncestística que ha nacido del baloncesto más duro, aquel que pusieron en práctica entre 2003 y 2007. Porque San Antonio no siempre fue la excelencia técnica. También fue Bruce Bowen, Oberto, Nesterovic. También fueron duros cuando tuvieron que serlo. Hasta que las piezas encajaron y crearon una obra sin igual.
2015 y 2016 hablan por sí solos. Lo intentaron pero los playoffs fueron demasiado. El primer año, por una cruel canasta de Chris Paul, probablemente firmando el mayor logro histórico de Los Ángeles Clippers. Probablemente el mayor que firmarán. El segundo, siendo superados por una dupla opuesta a la filosofía de estos Spurs. De la perfección táctica al descontrol de la bestia, de una bestia llamada Westbrook, que ha sido capaz de devorar a un jugador franquicia como Durant.
Atrás quedaron las cábalas para el récord de los Bulls. Las ansias de anillo. Formar pareja con Aldridge. El sueño del sexto anillo. Atrás quedan los récords, los números, sus partidos. Ahora nos toca vivir de su legado. De lo que ha significado Tim Duncan en estos 19 años.
Dos décadas de dominio que no tienen igual en la historia NBA. Dos décadas de competitividad, en un ejemplo de longevidad al alcance de muy pocos. Duncan ha sabido llevar su inteligencia a límites insospechados y ha sabido convivir con todos aquellos que pasaron por las filas de San Antonio, creando una dinastía difícil de superar.
Tim Duncan confirma que ahora es eterno. Trascendiendo más allá del parqué, dibujando un futuro distinto para la NBA, dejando claro que el baloncesto moderno es lo que es por él. El mejor cuatro de la historia, el hombre para todo. Más de 3000 tapones, más de 26000 puntos, más de 15000 rebotes. Cinco anillos, tres MVP de las Finales, dos MVP de la temporada. El jugador que más partidos ha ganado con una misma franquicia. El Big Three más fructífero de la historia.
De Saint Croix a San Antonio. De aquel niño que cumplió su sueño olímpico en una disciplina que no era la suya, aunque no pudo colgarse el oro. Que supo dominar sin levantar la voz. Y se va como llegó. Sin hacer ruido, como ese niño que camina de puntillas en la mañana de reyes. Sin levantar la voz. Sin grandes focos ni homenajes, más allá de la tinta que corra gracias a él. Eres historia, Tim Duncan. Eres un héroe. Con todas las letras. Con todas sus etapas. Con todos sus recuerdos.
Gracias por tu legado.