La llegada de Ramón Díaz al Covirán Granada fue recibida con entusiasmo. Después de la etapa histórica de Pablo Pin, el club había decidido dar un giro conceptual y apostar por un estilo más dinámico, más abierto y más orientado al exterior. El propio técnico lo explicaba en entrevista: su idea era una identidad basada en la velocidad, la toma de decisiones y la generación desde el perímetro, un modelo moderno y alineado con las tendencias de la Euroliga y la NBA. El club había hecho una apuesta valiente: intentar evolucionar. Pero en el baloncesto profesional, como en la vida, los proyectos no se juzgan por sus intenciones sino por su capacidad real de ejecución, y ahí comenzó la dificultad.
El plan era bueno… y también realista. Pero necesitaba estabilidad
Las primeras jornadas demostraron que el cambio de estilo no terminaba de cuajar. Pero lejos de encastillarse, Ramón Díaz mostró algo que es oro para un entrenador: flexibilidad. Lo declaró y lo aplicó: si el equipo no podía correr, habría que jugar más pausado; si las ventajas no aparecían desde el triple, se activaría más el poste bajo; si el perímetro no fluía, habría que cargar más el rebote ofensivo y atacar desde ahí.
Ese “Plan B” apareció pronto, y la afición comenzó a reconocer que el equipo tenía alternativas. La estructura táctica no era el problema —al contrario, empezaba a consolidarse—, pero pronto quedó claro que lo que realmente faltaba era tiempo y continuidad. Y entonces llegó todo lo contrario.
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Tres salidas que marcan una temporada: Speight, Aurrecoechea y, sobre todo, Hankins
En una Liga Endesa cada vez más física y cada vez más competitiva, Granada vio cómo se evaporaban tres piezas clave:
1. Micah Speight, el base titular, nunca llegó a adaptarse al ritmo ACB. Un golpe duro para un proyecto que necesitaba liderazgo en el 1 para ejecutar el juego de Ramón Díaz.
2. Ivan Aurrecoechea, carácter intachable, encaje complicado. Su salida ha sido menos mediática, pero igualmente significativa: representaba esa lucha interna entre identidad anterior y nueva propuesta, y su perfil no terminaba de encajar con el modelo del nuevo entrenador.
3. Zach Hankins, el golpe que cambia el suelo del proyecto. Y aquí está el punto de inflexión real. Cuando Hankins comenzaba a convertirse en uno de los interiores más dominantes de toda la ACB, cuando por fin estaba sano, cuando había encontrado ritmo, explosividad y liderazgo… Maccabi Tel Aviv activó su cláusula de salida.
Granada perdió en un instante lo que más necesitaba: su referencia interior, su ancla defensiva y su generador de ventajas en ataque. Una salida legítima contractualmente, pero devastadora deportivamente. Un equipo que aspiraba a la salvación cómoda se quedaba de golpe sin su jugador interior franquicia.
Y cuando parecía que podía ir a mejor… llegó la ventana FIBA
Las ventanas internacionales suelen ser una oportunidad para recuperar energía, pero esta vez fueron un mazazo:
– Elias Valtonen, fractura del ligamento del hombro: temporada acabada. Era el alero titular, el jugador más completo en términos de físico, defensa y regularidad.
– Jovan Klajic, lesión de isquios: 2–4 meses de baja. Una pieza clave en la rotación exterior. Granada se queda sin su dinamismo y sin su lectura táctica en el 1 y el 2.
Si la salida de Hankins abrió un agujero central, estas dos lesiones abrieron grietas en las alas. El equipo ha quedado descuadrado, sin estructura natural, sin roles definidos al comienzo de la temporada, sin continuidad. Y lo peor: en la semana más decisiva de la primera vuelta.
Fichajes de emergencia, poco tiempo y necesidad absoluta: Howard y Brimah entran a contrarreloj
Con el mercado G-League bloqueado —todos esperan ofertas NBA hasta el último día— y con un presupuesto limitado pese al remanente dejado por Hankins, Granada se ha visto obligado a fichar rápido y con riesgo. Y con la necesidad de seguir buscado un dos que genere puntos y posiblemente un jugador interior ofensivo.
Han llegado por ahora William Howard y Amida Brimah, dos perfiles muy diferentes, con potencial claro, pero cero tiempo para integrarse. Debutaron ante Zaragoza con un solo entrenamiento. Era imposible pedir más. Ambos necesitan minutos, automatismos, química. Alicatar un equipo nuevo en diciembre no es sencillo. Pero la única vía para competir es acelerar su adaptación al máximo.
¿Y ahora qué? La respuesta tiene dos caminos… y uno de ellos requiere creer
Este Covirán Granada no es el que se diseñó en verano.
No tiene a su base titular, no tiene a su interior estrella, no tiene a su mejor alero y no tiene continuidad táctica.
Pero sí tiene:
- Un entrenador con cintura, convicción y capacidad para reinventarse.
- Una afición que aprieta como pocas en España.
- Un grupo que, incluso diezmado, compite.
- Dos fichajes con potencial real si entran rápido en dinámica.
- Oportunidades en el mercado, aunque limitadas.
- Jugadores como Munnings y Edu Durán ready para dar un paso adelante.
Y, sobre todo, tiene margen para crecer.
Porque la temporada no está perdida: está herida, que es distinto.
Granada no necesita un milagro; necesita un punto de apoyo
Si algo ha demostrado este inicio de temporada es que el baloncesto es frágil cuando se rompe la continuidad. El proyecto de Ramón Díaz no ha fracasado, simplemente ha tenido que enfrentarse a una cadena de acontecimientos que ningún equipo de su presupuesto habría soportado indemne.
La cuestión no es si Granada merece estar abajo. La cuestión es si puede salir.
Y la respuesta es clara: Sí, puede. Pero solo si reconstruye rápido, si acopla aún más rápido, y si el equipo —los que están y los que lleguen— son capaces de sostener emocionalmente un proyecto que se ha torcido, pero que sigue vivo.
La lucha por la permanencia ha comenzado antes de tiempo.
Y Granada, como ciudad y como club, sabe bien lo que es luchar cuando otros bajan los brazos.