Las últimas imágenes que acompañaron a Andrea Bargnani (2.13m/1985) en el Baskonia fueron las de un jugador de segunda fila, aquella que ocupó en el banquillo desde febrero hasta su final, incluido siempre en el capítulo de bajas. El italiano volvió a frotar la lámpara ya casi en el epílogo de su carrera, pero el genio ya no apareció para concederle una segunda oportunidad; seguramente no la merecía tampoco. Sí que logró estar en boca de mucha gente, aunque la estela silenciosa que le rodeó invitó sin cortapisas a numerosas especulaciones. Las lesiones, que durante toda su carrera le persiguieron, volvieron para quedarse y así se gestó el ocaso. El interior, con la esperanza de encontrar el antídoto a esas continuas dolencias en la espalda decidió viajar a Alemania y a Estados Unidos para tratarse, a pesar de que se le ofreció la opción de verse en España pero la rechazó. Ya no hubo bálsamo redentor posible. Su cuerpo viene diciendo basta desde hace bastante tiempo, ya desde antes de recalar en la ACB.
El diagnóstico esta vez, según algunos de esos médicos que le trataron, fue que sufría una protusión discal en la espalda, una lesión que puede dar pie a una hernia en el caso de que se continúe con altas dosis de intenso ejercicio, especialmente cuando las cargas y los golpes están a la orden del día. Sin duda, la dolencia más grave de las que sufrió en la capital alavesa y la que le marcó. La del romano no se trata de una circunstancia incorregible; muchos jugadores alargan su carrera profesional con esa lesión a cuestas o deciden realizarse una operación que no entraña demasiada dificultad. Los primeros generalmente cuentan con el denominador común de que poseen una fuerte musculatura, en este caso en la espalda, lo que aminora y protege en gran medida el grado de molestia y el posible agravamiento. Claro está, cada uno tiene una tolerancia distinta al dolor y él es dueño de su cuerpo. Nadie está en su interior para medir el grado de molestia que soporta y el Baskonia no estaba en condiciones de obligarle mientras el problema estuviese ahí. La sonada lumbalgia puede ser uno de sus síntomas, pero en ese caso sería la consecuencia no la causa.
Por tanto, el interior es causante y víctima de este final prematuro. No es un secreto que siempre ha tenido una notable animadversión al gimnasio, tan necesario para poder paliar los constantes contactos como para prevenir lesiones, y más en la élite. Incluso en su etapa en la NBA, donde el mayor despliegue físico obliga a estar a la altura en ese aspecto, parecía tener numerosas excusas para evitar lo que no tuviera que ver con tener un balón en las manos, como el niño que solo quiere salir al patio a divertirse. Ya Phil Jackson dejó a un lado su filosofía 'zen' en los New York Knicks, argumentando que el transalpino no seguía las rutinas de recuperación. "Es y será una tomadura de pelo. Cuando estaba lesionado no hacía nada", declaró. Quizás entendió que con el talento sería suficiente, que ese don que le cayó del cielo o que el genio de la lámpara le concedió le bastaría para ser una de esas estrellas que nunca se apagan. Incluso los mejores magos deben entrenar sus trucos a solas para que en la puesta en escena no se les escape ningún detalle.
Salida tras el 'play off'
A buen seguro que se arrepiente, que ha maldecido en su foro interno esta caída al abismo, pero a veces ya es demasiado tarde para mirar atrás. Ya en sus últimos cinco años en la NBA se perdió algo más del 55% de los encuentros, con un parte de innumerables visitas al doctor, por lo que parecía claro que no se trataba de una pieza en perfecto estado de revista. Un caso que podría servir de ejemplo para que esos jóvenes que vislumbran el profesionalismo observen cómo sin trabajo externo las cosas pueden acabar torciéndose.
Por eso, esa cabeza, esa apatía y esa ausencia de espíritu de sacrificio han conformado uno de los casos más extraños de la historia del baloncesto. A buen seguro que solo en una hipotética autobiografía se conozca de verdad qué ha circulado por la mente de un 2,13 con alma de alero, cuya altura le obligó a jugar de falso interior y que demostraba estar tristón en los últimos tiempos cuando observaba la faena desde detrás de la valla. Dos o tres semanas como mínimo antes del abrupto final de los 'play offs' de la Euroliga ya se pactó que el final del Baskonia en la competición continental coincidiría con el punto de partida del italiano. Todo hace indicar que esta ha sido la triste recta de meta de una carrera marcada por sus propios obstáculos.