Un corazón fue protagonista previo al segundo partido de las Finales (1-1). En concreto, el maltrecho dedo de la mano izquierda de Dirk Nowitzki, primera herida de guerra que vaticinaba un tortuoso camino hacia la gloria del anillo. Curiosamente otro corazón, este simbolizado en un superlativo espíritu ganador, decidió el encuentro (93-95), también a través del genio alemán.

Porque Dallas agarraba con fuerza la mano de la derrota a mediados del último período. Con quince puntos de desventaja (88-73) y los Heat disparados, los Mavericks parecían asumir su segundo traspiés en la serie y, con ello, la necesidad de hacer de su cancha un fortín que les devolviese la vida. La esperanza del título.

Pero no fue así. Se trataba de un espejismo. Y es que algo ha cambiado en la franquicia tejana, empecinada en enterrar su fama perdedora a base de proezas. Hace escasos diez días, los Oklahoma City Thunder acariciaban, ante su público, el 2-2 de su eliminatoria ante los Mavericks. También fue de 15 puntos su renta en el último período. Tampoco fue suficiente.

Como en aquella ocasión, el superhéroe de los Mavs no faltó a la cita. Pero antes, sus compañeros hicieron posible creer en conseguir un imposible. Porque de veras que el reto se vistió de utopía. Miami, imbatido en el American Airlines Arena durante todos los Playoffs, castigó duramente al conjunto de Rick Carlisle en la segunda mitad y volaba, con tanta velocidad como comodidad, hacia el triunfo.

No siempre fue así de placentero el viaje para los de Florida. Miami sufrió la primera mitad ante unos Mavs que sellaron mejor la ‘pintura’ –excelente, esta vez sí, Tyson Chandler— y que encontraron la forma de generar puntos mediante su circulación ofensiva. Los Heat, a fogonazos, impulsos voraces de los omnipresentes Dwyane Wade y LeBron James, y del inesperado invitado Mike Bibby, letal desde el perímetro (14 puntos, con 4 triples), sólo sobrevivían, añorando al Chris Bosh de las grandes ocasiones, que no apareció (12 puntos, con 4/16 en tiros de campo).
Llegaron vivos los de Spoelstra al tiempo de descanso (51-51) y ése fue su mayor premio. Pero tras la reanudación, el avión despegó. Dallas preparó la pista, en forma de poca clarividencia y precipitación, y Miami, ávido de emprender vuelo, cogió impulso.

Y lo hizo mediante dos proyectiles de apariencia supersónica. Tanto LeBron James (20 puntos, 8 rebotes, 4 asistencias y 4 robos) como especialmente Dwyane Wade (36 puntos, 6 asistencias y 5 rebotes) hicieron pagar a Dallas cada una de sus pérdidas, desatando un huracán de transiciones que hundió a los tejanos.
El déjà vu de Wade, aparentemente el mismo que condenó a los Mavericks en las Finales de hace cinco años, parecía pretender rememorar a los visitantes su sino perdedor. Pero otra hazaña, esta de magnitud histórica, se encargó de enterrarlo.

Un 17-2 de parcial levantó a Dallas de la lona. Jason Terry (la mitad de sus 16 puntos en el último cuarto), nublado hasta entonces, hizo acto de presencia. Shawn Marion, el factor constante de los Mavs (20 puntos) nunca dejó de creer y Jason Kidd encontró la forma de llegar a la mina justo a tiempo. El modo de nutrir a la fuente ganadora.

Porque Dirk Nowitzki (24 puntos y 11 rebotes) resolvió el encuentro. No importó que estuviese desacertado hasta entonces. En el momento de la verdad, como acostumbra, no falló. Nueve puntos consecutivos, los nueve últimos de su equipo, mataron a los Heat, incapaces de explicar qué estaba sucediendo. Los dos últimos, rubricados con una bandeja con la izquierda, la de su ‘tocado’ dedo corazón, a falta de tres segundos.

El corazón de los Mavericks, por tenue que llegase a ser su latido, nunca dejó de luchar. Dallas se encuentra, como la eliminatoria, muy vivo. Los Heat, convalecientes tras sufrir el primer golpe serio de su andadura en Playoffs. Sólo hay tiempo para reaccionar, Tejas ya espera, sin olvidar lo ocurrido hace cinco años, para tres partidos, el primero de ellos el próximo domingo.