El guión de los Dallas Mavericks durante estos Playoffs parece ligado, de modo inseparable, al apuro, la agonía, la épica. A convertir lo improbable en real, lo anhelado en hazaña. Así, con tanto sufrimiento como satisfacción, la franquicia tejana igualó (2-2) las Finales de la NBA tras superar (86-83) a los Heat de Miami, que tuvieron cerca el golpe mortal a una serie que ahora apunta a imprevisible.
No fueron escasos los obstáculos, las pruebas de fe, para los Mavs. La primera a través de un colosal Dwyane Wade (32 puntos), multiplicado en defensa y ataque. La segunda mediante una desventaja de siete puntos (65-72) en el último cuarto, con amago de colapso general.Pero quizás la más poderosa de las razones estuvo en su propio bando, donde más duele. Porque Dirk Nowitzki (21 puntos y 11 rebotes), febril, no fue el de siempre.
Mermado, no pudo ejercer de constante martillo de Miami, al menos no hasta el momento en el que el drama aumenta, las pulsaciones se disparan y las cámaras buscan sus héroes, para hacerlos eternos. El alemán, visiblemente fatigado, poco acertado todo el partido, explotó en el último cuarto y fue determinante. Una vez más. Sus diez puntos, canasta decisiva incluída, concedieron la victoria a Dallas. Pero no podría haberlo hecho sin sus socios, como avisaban, casi suplicaban, los propios Mavs días antes.
Jason Terry (17 puntos) acudió a la llamada del teutón. Especialmente en el período decisivo, donde cada uno de sus ocho puntos se convirtieron en bocanadas de aire que evitaban el desmayo. Y a Jet le siguió Tyson Chandler (13 puntos y 16 rebotes), empeñado en llamar a la zona con su nombre y con el rebote ofensivo por bandera (nueve rechaces en el aro de Miami).
Nowitzki tuvo, por fin, apoyo.
También con la aportación de Shawn Marion (16 puntos) en el tercer cuarto y Deshawn Stevenson (11) en el segundo, con los chispazos de José Juan Barea –titular, por movimiento táctico de Rick Carlisle–. Pudo contar con esas variantes que tanto reclamaba, curiosamente esas que tanto echaron en falta los Heat, que quedaron desnudos. Porque Wade, brillante, se vio solo. Su exhibición, sin premio. En la hora de la verdad, las otras dos columnas que sostienen el Big Three no soportaron el peso.
Chris Bosh (24 puntos) lo hizo durante los dos primeros períodos. Con 16 puntos e inmejorables sensaciones. Pero desapareció tras la reanudación (1/7 en tiros en la segunda mitad). Y LeBron James fue una sombra. Un handicap insuperable para unos Heat que pudieron sentenciar pero dejaron escapar viva a su presa, una concesión impropia de su voracidad.
Por primera vez en más de cuatro años, James (8 puntos, 9 rebotes y 7 asistencias) no llegó a la decena de puntos, firmando la peor anotación de su carrera en la fase final. Obcecado en ser motor, en generar, no supo ver la forma de pasar al primer plano cuando la situación lo exigía. Su naufragio fue el de su equipo, porque Wade no pudo ganar solo.
Miami se encontró, de golpe, con un giro inesperado. Algo desconocido. Supo sobrevivir (primer cuarto) a la sequía ofensiva con su rebote de ataque, gracias al trabajo de Joel Anthony; también aprovechar el descaro de Mario Chalmers, pero sorprendentemente, el equipo con mayor capacidad de cerrar partidos de toda la NBA, no encontró el camino al ‘jaque-mate’, a un 3-1 asesino.
Como en el segundo partido, no aprovechó una significativa renta en el último período. Como aquel día, perdió, dejando la eliminatoria igualada. Miami ha permitido a Dallas volver a creer, una licencia peligrosa para un equipo habituado a la proeza. El margen de error se va acabando y el jueves uno de los dos equipos acariciará la gloria, invitándola a su mano. Pero lo verdaderamente difícil parece ser cogerla.