La epopeya es un canto épico o narrativo, escrito la mayor parte de las veces en verso largo o prosa, que consiste en la narración extensa de acciones transcendentales o dignas de memoria para un pueblo en torno a la figura de un héroe representativo de sus virtudes de más estima”.

No podía ser de otra manera. No había otro final posible para la historia de toda una vida. No existe cabeza capaz de no pensar en él como un héroe de otro tiempo capaz de superar escollos elevando su figura a la de leyenda, a la de divinidad. Una semana después de que los Cleveland Cavaliers se proclamaran campeones de la NBA, en el Oracle Arena aún resuenan los gritos del mito de LeBron James. Aún resuena el ‘Cleveland, this is for you’ con el que el villano había conseguido su redención más absoluta. Con el que ‘sólo un niño de Akron’ había vencido a los fantasmas y alcanzado aquel objetivo para el que nació.

Una historia que empezó un 26 de Junio de 2003 tuvo trece años más tarde el final que todo el mundo auguraba y que nunca llegaba. Un final con el que, por fin, LeBron James, pudo tirarse al suelo del pabellón más ruidoso de la NBA, y conseguir que sólo se oyera ese llanto de felicidad plena. Una historia marcada en rojo desde su época en el instituto. Un chico de Akron que consigue reventar el pabellón de la universidad del estado para que la televisión retransmita su encuentro a nivel nacional. Demasiada presión para alguien de 18 años dijeron algunos. Pero si hay algo que ha caracterizado la carrera de ese chico de Akron es que para él, la presión no existe. Es precisamente en esos momentos en los que todo el mundo, y efectivamente es todo el mundo, está pendiente de sus movimientos, de sus decisiones, de su juego, cuando él más disfruta. No obstante, esa imposición le ha acompañado a lo largo de su vida y la ha convertido en algo cabalmente familiar.

Se empeñó en cerrarles la boca a aquellos que dudaban de él. Le llamaban ‘El Elegido’ y se autoproclamó ‘King’ antes incluso de llegar a plebeyo. Para colmo, el equipo de su ciudad, uno de esos que nunca había conocido la gloria baloncestística, se encomendaba a él y lo elegía número uno del Draft. Para colmo, lo convirtieron en su mesías. El golpe podía ser colosal. Partido a partido, temporada a temporada, premio a premio, demostró que su historia amenazaba con convertirse en leyenda. En una de esas historias de ‘el sueño americano’ que tienen un final feliz, pero como en toda historia, hay villanos, y trabas que superar. Y poco a poco llegaba la presión, la obligación de ganar, de llevar a su ciudad a lo más alto. Estaba en el contrato que si quería ser finalmente ‘Rey’ tendría que ganar la guerra. A punto estuvo de conseguirlo, pero no pudo. 

Se llevó sus talentos a otro sitio. Necesitaba cobijo, ayuda, quitarse esa presión a la que tantas otras veces había sobrevivido. Pero entonces, con su decisión, pasó a ser el villano y no el héroe. Ya no era ‘aquel chico de Akron’ al que se le había reservado la gloria. Consiguió ganar, ser rey al final, gracias en parte a sus escuderos de lujo. No lo tuvo fácil, en absoluto. Demostró por activa y por pasiva ser uno de los más grandes, ser un superhéroe disfrazado de mortal. Pero con eso no bastaba. Había rehusado la misión que le había sido encomendado.  No era leyenda pues se había juntado con otros grandes compañeros para ganar, como si los más grandes de la literatura baloncestística no lo hubieran hecho. ‘Un jugador gana partidos, un equipo gana campeonatos’, esa máxima con él no servía. Tenía que volver a su casa para cerrar el círculo.

Y eso hizo. Como si de un largo viaje de madurez  se hubiera tratado su paso por las cálidas orillas del Atlántico. Volvía a casa sin la presión, ni la necesidad, de ganar un anillo. Ese preciado metal con los que todos sueñan y sólo unos pocos cuentan en su haber. Ahora le tocaba acabar lo que un día empezó. Da nada servían ya los dos anillos, los seis MVPs, las cinco finales consecutivas. Lo único que valía era llevar a la tierra prometida a un pueblo deseoso de gloria. El hijo pródigo había vuelto y las camisetas en llamas se convierton en vítores de alabanza. Prometió dejarse la piel, sudar hasta la última gota de su cuerpo con tal de acabar con más de ciencuenta años de maldición. Su tierra, Cleveland, no podía seguir siendo ‘El Error al lado del lago’, no mientras él viviera. Era su promesa. El camino a la gloria empezó mal. Tuvo que cambiar de ejército, pues el que tenía no le servía para ganar la guerra. Pero durante la batalla perdió a dos de sus más importantes caballeros. Tocó con los dedos el preciado anillo, y a pesar de su legendaria actuación en el campo de batalla, acabó claudicando contra el nuevo príncipe que ponía en riesgo su reinado. Más joven, más preparado, mejor acompañado. Todo el mundo admiraba a ese ‘asesino con cara de niño’. Había nacido en su misma ciudad, y le había privado de una gloria a la que él estaba destinado.

Volvió más fuerte. Recuperó a sus mejores hombres, convenció a otros para unirse a él. Parecía que de verdad este era el año de ganar la guerra. Pero la sombra de ese nuevo príncipe era demasiado larga. Los ‘Guerreros de la Bahía’, para colmo, consiguieron algo que nunca nadie había conseguido. Un 73-9 que les alzaba a la categoría de los mejores de la historia. Pero el Rey siguió a lo suyo. Necesitaba ganar dieciséis batallas para ganar la guerra y acabar con la sequía para su pueblo. Y cuando más cerca estaba de alcanzar la gloria, otra vez, ese ‘asesino con cara de niño’ que reventaba los envites desde la línea del siete veinticinco con una facilidad pasmosa, volvió a frenarle. Y entonces, ocurrió aquello que la historia le estaba reservando. Necesitaba elevarse a divinidad, dejar de ser rey, y volver a ser mesías. Para ganar tres batallas debía conquistar todos los terrenos inexpugnables, aquellos a los que nadie se había osado acercar jamás. Pero para emprender esas tres últimas batallas debía confiar en sus caballeros, y que ellos, a la vez, se dejaran hasta el último pedazo de su aliento. Y lo hicieron, y lo hizo.

Cumplió su promesa. La cumplió. Aquel grito desgarrado que reunía alivio, felicidad y emoción no era más que la confirmación de que la promesa se había cumplido. Por fin, la tierra, Cleveland, adquiría la categoría de prometida. Aquel 'Cleveland, this is for you' era el grito de sus entrañas. Expiró en aquel grito y consiguió su redención. La historia le tenía reservado un hueco al lado de los más grandes. Por encima de muchos de ellos incluso. Sus actuaciones en el campo de batalla en sus tres últimas misiones serán recordadas por los siglos de los siglos. Por fin, había llevado a su pueblo a la tierra prometida. Por fin ese canto épico tenía final. Por fin, el círculo se cerraba. Por fin, el Rey descansaba en su trono. Por fin, LeBron James acababa aquella misión para la que había nacido.

¿Y ahora? Ahora amenaza con extender su dominio por todo el reino, para que siga siendo, eso precisamente, Reino. Pero esa, esa es otra historia que habrá que contar en otro momento.