Tú decides si quieres jugar contra los mejores del mundo o quedarte como un héroe en Alemania”, le dijo Holger Geschwindner. Por aquel entonces Dirk Nowitzki era un imberbe muchacho de 16 años que apenas llevaba un tiempo en el baloncesto tras probar fortuna en el tenis. No obstante, nadie podía evitar que en unos años fuera el mejor jugador de Alemania. Lo que Geschwindner buscaba en su aprendiz era un paso adelante. Hizo una carrera.

Hace apenas unas semanas Dirk Nowitzki se convertía en el máximo anotador no estadounidense de la NBA. Nacido en Wuzburgo (Alemania), hoy acumula en su casillero la cifra de 27101 puntos. En el recuento de cada uno de ellos hay una trayectoria. Una historia de un futuro nombre para el Salón de la Fama.

Boston se va de vacío. Destino Dallas

Tras dominar la segunda división alemana con el DJK Wüzburg, el equipo de su ciudad natal, cruzar el charco se convirtió en una meta inmediata. Estrellas de la NBA otorgaron bendición a su llegada tras comprobar in situ sus habilidades. “El chico es un genio. Si quiere entrar en la NBA, puede llamarme”, concluyó Charles Barkley. En Estados Unidos había una persona que anhelaba su llegada, Rick Pitino, flamante entrenador de los Boston Celtics. La metáfora de compararle siempre con Larry Bird le ha acompañado durante su carrera, pero nunca se vistió de verde. Ni tampoco fue maldición, sino un orgullo. Una elección antes, la número 9, Dallas Mavericks aprovechó el pick que disponía de los Milwaukee Bucks para seleccionar a Dirk Nowitzki en el draft de 1998. Una argucia soberbia años escritos. Pitino y los brazos abiertos de Boston recibieron en el número 10 a Paul Pierce, santo y seña una década después, en vez de al larguirucho alemán.

La apuesta por Nowitzki tuvo su principal valedor en Don Nelson, reconocido como un buen explotador de talentos. Los Mavericks llevaban una prolongada sequía de Playoffs (desde 1990) y el regreso a la élite era el fin de las adquisiciones de Dirk y de su, a la postre, gran amigo Steve Nash, procedente de Phoenix Suns (gracias al traspaso a tres bandas que incluía a Nowitzki). Este reportaje no es un cuento de rosas, aunque desprenda un aroma a épica. Al menos, versan sobre él líneas con espinas. El primer año de Nowitzkilockout incluido, lo que aprovechó para jugar unos meses más con el DJK Wüzburg – fue realmente duro, sin terminar de adaptarse y con la mente puesta en un posible regreso a Alemania. Sus promedios de 8’2 puntos y 3’4 rebotes por choque se antojaron insatisfechos para quien debía construir un rascacielos.

Todo redentor llama a la salvación propia y la de los suyos. Tan importante fue en la cancha Dirk Nowitzki como jugador franquicia como Mark Cuban como propietario. La llegada del multimillonario, que compró el equipo al año siguiente, cambió los designios de los texanos. El aspecto desangelado de una franquicia que iba y venía a la deriva de la falta de ambición se transformó en una base llamada a mojarse entre papelitos caídos de cañones protocolarios de celebración. Como sophomore Nowitzki creció hasta recuperar el terreno perdido de su primer año (17’5 puntos y 6’5 rebotes para un 37’9% en tiros de tres).

All-Star y un estilo

El baloncesto tenía que dar aún una pequeña modificación para entenderse como el contemporáneo. Jugadores como Nowitzki eran la antítesis del ‘4’ tradicional, no más allá de un buen lanzador de 4 ó 5 metros. Dirk ocupó un rol fundamental en esa transición hacia un nuevo sistema  de juego, más versátil y dificultoso de defender. La estatura del alemán y su excelso lanzamiento se convirtieron en su carnet de identidad, casi implacable para sus defensores. Un arma arrojadiza en ataque, pero con demasiadas carencias en defensa. Éste siempre fue el punto flaco del de Wuzburgo. Pionero en ese nuevo baloncesto, Dirk Nowitzki fue mentor indirecto de muchos futuros jugadores europeos que dieron el salto a la NBA e incluso de prospectos estadounidenses que se forjaron en la universidad. Amplió el rango. Hoy que agonizan sus últimos fadeaways – lanzamiento característico de Dirk consistente en lanzar en suspensión a la media vuelta – el raciocinio se une a lo emocional para darle a entender que se le echará de menos desde el primer segundo en que anuncie lo que entre líneas puede leerse.

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Alcanzó estatus de All-Star en apenas su cuarta temporada y lideró a Dallas Mavericks a sus primeros Playoffs en once años en otra racha, ésta positiva, que duró doce (con 50 victorias o más en once ocasiones). Una barbarie que consagró a Dallas como uno de los más longevos en la élite. Un clásico. No obstante, pese a que Dirk Nowitzki se convirtió en un top-10 de la NBA y su equipo aparecía como aspirante al anillo con más fuerza unos años que otros, al alemán le persiguió el estigma de perdedor e incapaz de campeonar. Las élites no condecoradas, a veces, resultan más dura que la mediocridad indiferente.

Dirk nunca le perdió la cara a sus opciones. Realizó auténticas exhibiciones patrocinadas por su talento. En 2001 firmó en el quinto encuentro de la segunda ronda ante San Antonio Spurs 42 puntos y 18 rebotes; en 2002 promedió en primera ronda frente a los Minnesota Timberwolves de Kevin Garnett 33’3 puntos por partido; en 2003 sumó 30 puntos y 19 rebotes en el séptimo partido de segunda ronda ante Sacramento Kings para, posteriormente, en las Finales de Conferencia, anotar 38 tantos. Ése fue el tope.

Lo más que alcanzó fueron esas Finales de Conferencia en 2003 en el que San Antonio Spurs, vecinos y rivales, les apeó de batirse el cobre en el Monte Olimpo. Probó de todo, hasta una metamorfosis en su cuerpo para actuar de pívot puro cuando en las manos de Don Nelson se juntó un equipo espectacular (Antawn Jamison, Antoine Walker, Michael Finley y los amigos Steve Nash y Dirk Nowitzki). La conclusión de la ecuación siempre era la misma. Fracaso.

El MVP del eterno aspirante

Viga de un solar cada vez más desierto, Dirk vio cómo Steve Nash y Michael Finley partían de Dallas hacia otros destinos, junto con los últimos llegados. El baloncesto del alemán soportó mayores cargas y los Mavericks no se resintieron. Con Avery Johnson a los mandos, Nowitzki conoció una nueva dimensión en su juego para convertirse a fuego lento en historia de la liga. Más decisivo que nunca y en una madurez asombrosa, el ala-pívot alcanzó las anheladas Finales de la NBA tras exhibirse en Regular Season y Playoffs. “Dirk está jugando a un nivel que ningún alero había mostrado desde Larry Bird”, zanjó Bill Simmons, de ESPN. La comparación, ocho años más tarde, proseguía como legado latente. Triples decisivos que forzaron prórrogas en las dos primeras rondas ante Memphis Grizzlies y San Antonio Spurs; 50 puntos en el marcador que les enfrentaba a los Phoenix Suns en el quinto partido. El destino de Dirk Nowitzki y Dallas Mavericks no podía ser otro que llegar al último paso en la conquista del título. Jamás había estado tan cerca.

Aunque, a decir verdad, lo estuvo. Las Finales aparentaban una escritura de estilo gótico nacido en Alemania. Una tipografía emanada de cada lanzamiento, movimiento de pies y celebración a puño cerrado de Nowitzki. Mas con los dos primeros envites ganados (2-0), emergió un ‘Flash’ sobre la alfombra roja que cambió el transcurso de lo vaticinado. Dwyane Wade, de Miami Heat, se hizo amo y señor de aquella producción cinematográfica. Los Mavericks se dejaron remontar 15 puntos de ventaja en el tercer capítulo, y el resto fue mazazo tras mazazo. Los siguientes cuatro encuentros llevaron la firma de Miami Heat y de aquel joven escolta que fue capaz de sobreponerse a la figura de Shaquille O’Neal. El frío rostro de Dirk Nowitzki contempló impasible el cerrar de una puerta cuando apenas le separaban 96 minutos del dintel.

Los tópicos son típicos, y esta expresión, manida. De la derrota Nowitzki se hizo más fuerte y cuajó una temporada que le consagró como el mejor jugador de la NBA. Dallas estableció una marca casi absurda de 67 victorias y 15 derrotas, con Dirk Nowitzki viviendo en las nubes. Sus promedios de 24’6 puntos, 8’9 rebotes y 3’4 asistencias además de entrar en el selecto club del 50-40-90 (tan sólo seis jugadores acabaron la temporada con esas cifras en porcentajes de tiros de campo, tiros de tres y tiros libres) le avalaron para ser nombrado el MVP de la temporada 2006-07. El 41 de los Mavericks se convertía así en el primer y único jugador europeo en lograrlo. Argumento para ser considerado el mejor jugador del viejo continente de todos los tiempos. Más allá de galardones individuales, Dallas Mavericks iba lanzado a por el título de campeón.

Una canción triste a piano de fondo resuena mientras se esboza el recuerdo de un descalabro sin parangón en décadas de historia. Golden State Warriors, rebotado en Playoffs tras la llegada de Baron Davis campaña y media antes y a los mandos del viejo amigo Don Nelson, hundió la espina del año anterior con una daga venenosa. Por suerte, fue casi mortal. Los anárquicos Warriors, de correcalles por nombre y de improvisación por apellido acabaron, con un golpe seco, con cualquier aspiración. En seis partidos, Dallas se convirtió en el primer primero de conferencia en ser eliminado por la última plaza de Playoffs en series de siete encuentros. Si lo que el año pasado se creía lluvia, a éste le derivó la tempestad. Las críticas arreciaron sobre Dirk Nowitzki y su nombramiento como MVP. Ésta sí fue la mayor de sus derrotas. Desde entonces, Dallas perdió todo el crédito para ser contender al anillo. ¿Game over?

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La leyenda de ‘Robin Hood’

Llegó la primavera de 2011. Tras años de eterna promesa incumplida, los Mavericks ya no contaban en ningún cartel. En un jardín con flores tan atractivas, Dirk Nowitzki era el tallo de un arbusto de ramas oscuras ya desfasadas por tanta erosión. Máximo anotador de la franquicia en toda su existencia, había un fuerte vacío en la vida deportiva del alemán. Esa pequeña barra atravesada en el bienestar de que todo encaja.  Por sorpresa, pese a los refuerzos de Jason Kidd, Shawn Marion y Tyson Chandler, Dallas Mavericks se aupó hasta la tercera posición de la Conferencia Oeste. Ni eso bastó para que hubiera quien apostara por ellos. Tras deshacerse de Portland Trail Blazers esperaban los vigentes campeones, Los Angeles Lakers. El techo se situaba aquí. No obstante, con los angelinos sin el norte como punto cardinal se estamparon con unos crecientes y crecidos Dallas Mavericks que por la vía rápida despacharon a su rival. A la llamada del reto de los pronósticos, los texanos se metieron en donde no tenían cabida. Dirk Nowitzki olió que era la oportunidad. La última. Y quizás la primera desde 2006. En el primer partido de las Finales de Conferencia ante Oklahoma City Thunder marcó un terreno que nunca más se le expropió. Una serie de 12 de 15 en tiros de campo y 24 de 24 en tiros libres para un total de 48 puntos. Apenas cinco partidos, Dallas Mavericks sobre los hombros de su abanderado alemán regresaba a unas Finales de la NBA. El destino, jugoso, les deparó un guiño. Su rival eran los Miami Heat.

El contexto fue radicalmente opuesto. Aquellos Heat venían con un trío incomparable en el resto de la NBA: LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh. El destino estaba en sus manos. A falta de siete minutos para la conclusión del segundo partido (con 1-0 a favor ya de los Miami Heat), Nowitzki decidió que el destino le debía una cita. Lideró la remontada de una desventaja de 15 puntos – ¿les suena de algo aquel  tercer partido de 2006? – para, con una canasta sobre la bocina, ganar el encuentro e igualar la serie. Miami podía ganar aquellas Finales. No sin llevarse por delante el alma de ‘Robin Hood’. Tras ponerse por delante el ‘big three’ de nuevo en el tercer encuentro, Dirk Nowitzki ejerció de héroe, leyenda y mito para devolver el cuento del guardián de los pobres a la realidad para aquellos empobrecidos Mavericks. El lujoso proyecto de Miami Heat sucumbió en los próximos tres partidos. Dallas y Dirk subieron al trono. El arquero de ‘Robin Hood’ acertó en la diana de los más grandes.  Culminó su leyenda.

El hielo se resquebrajó en el rostro del germano. Apenas quedaban segundos para que el sexto y definitivo partido terminara, pero Dirk no aguantó más. En un instinto natural, de animal, de especie como lo que somos, se marchó corriendo al túnel de vestuarios. Quiso llorar solo. Lágrimas que corrían desde los ojos hasta cada una de las heridas de tantas caídas, derrotas y fracasos de antaño. El pasado abrazó a Dirk, esta vez con una sonrisa. Todo quedó en un pañuelo. Como si la historia de años se redujese apenas en unos momentos. Como si todo un reportaje se redujese apenas en una frase. Alzó el trofeo Larry O’Brien como el que presenta al futuro heredero a la corona. Y entre tantos flashes, los ojos de Holger Geschwindner – sí, ése al que nombramos en el primer párrafo – veía realizada la hazaña de su discípulo.

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Vista la bandera subir al techo del American Airlines Center grabando en tela la hazaña de 2011 y engalanado el dedo con los diamantes del majestuoso amarillo, se desmanteló por completo al vigente campeón. Consecuencia de esa falta de competitividad hasta el límite a la que siempre acostumbró el alemán, el declive se apoderó de un Dirk Nowitzki que aún ruge como perro viejo y nos deleita con lanzamientos en suspensión, movimiento de pies y la frialdad del que suele acertar en el momento clave. La última meta estaba señalada en el horizonte. Desapercibida, era cuestión de tiempo.

El balón llegó a sus manos. Nada más recibir desafió a la gravedad e impulsado ligeramente hacia atrás soltó el balón de sus delicadas manos, que tanto le han dado. Él, ellas y la bola ya sabían su destino: fundirse con la red tras acariciar el aro. No podía ser de otra forma. Como una canasta cualquiera, de ésas tantas que miles de ojos y personas de diferentes generaciones han visto, dos puntos subieron al marcador. Una canasta que, consciente o inconsciente, aupaba a Dirk Nowitzki como el máximo anotador internacional de la NBA con 26947 puntos. El imberbe de 15 años que decidió pelear con los mejores del mundo para convertirse, más allá de las fronteras, en el héroe alemán.