El final del segundo partido de las Finales fue una de esas cosas que quedan en la memoria por mucho tiempo. También una de ésas que suelen repetir sin parar los entrenadores en las sesiones de video. Y para quien no lo sepa, la carrera de Spoelstra en la NBA empezó hace 16 años como chico de AV para los Heat. Volvió a haber remontada. De nuevo Nowitzki tuvo la última palabra. Pero el resultado fue radicalmente distinto. Los Heat ganaron (86-88) y recuperaron el factor cancha en su primera oportunidad.
Miami se hizo con el control del partido tan pronto como su defensa empezó a funcionar. Dallas cayó en el peligroso juego de la goma, y estiró, estiró, hasta que acabó rompiéndose. Cerró con un parcial de 11-2 la primera parte para marcharse al descanso con sólo 5 de desventaja; permitió un parcial de 0-8 como comienzo del tercer periodo antes de anular a los Heat durante los siguientes 7 minutos (17-3); se apagó en el último cuarto… y el rescate de Dirk no fue suficiente.
El alemán acudió presto a su cita con el heroísmo y el orgasmo colectivo. Se sacudió de una mala primera parte anotando más de la mitad de los puntos de su equipo en la segunda, incluidos los 12 últimos, pero eligió un mal momento para demostrar que es humano. Primero se le atragantó el bloqueo de Haslem que acabó en canasta de Bosh. Después una gran defensa le obligó a un mal pase que acabó en la grada. Y en la última jugada, con Haslem encima y no con Bosh en algún lugar de Miami, su lanzamiento sobre la bocina no encontró la red. La alegría es así de efímera.
Nadie mejor que los Mavs para saberlo, aunque conocerlo no lo hace más llevadero. Algo así como lo que pasa con Dwyane Wade. Todos saben que por cualquier razón al escolta de Marquette le sientan bien las Finales, pero no hay quien le pare. Es un cuchillo entrando en la zona. Es una guillotina en cada pérdida de balón. En estos niveles suscita comparaciones prohibidas. ¿Y qué si va camino de su segundo MVP de las Finales en otros tantos intentos?
Porque si Miami gana el anillo, desde luego que la competencia por ese otro trofeo no va a estar en su equipo. No va a ser LeBron James, por decirlo claro. Primero, porque Shawn Marion le tiene a régimen con una excepcional defensa que ya empieza a hacer ruido entre quienes cubren el evento. Y segundo porque se está dedicando a un trabajo más oscuro, a dar gas al ataque lejos de los puntos y a ser clave en esa intensidad y movilidad defensiva que ha traído a los Heat hasta aquí. Puede que su actuación en las Finales esté otra vez lejos de lo que todos esperamos de él, pero no está siendo tan pobre como indican sus números.
Está haciendo de apoyo (¡hasta Chalmers!), algo de lo que no puede presumir Nowitzki. Es cierto que no está Caron Butler, pero es una baja con la que cuentan desde hace medio año. Terry aparece esporádicamente. Kidd, lo que le deja el cansancio. Barea no está. O está, pero muy mal, que viene a ser peor noticia. No hay alternativa en ataque cuando el alemán está bien defendido. No hay manera de mantener el caudal ofensivo. Y como consecuencia Dallas funciona a tirones.
Tirones que funcionan cuando llegan en el momento justo y con la intensidad adecuada. Tirones que se quedan cortos cuando no hay quien siga ayudando.
A estas alturas el lector estará harto de leer que con este formato, los equipos que se han llevado el tercer partido han ganado siempre las Finales. Se puede hacer caso a estadísticas sin sentido o se puede hacer caso a lo que ocurre en la cancha. En cualquiera de los dos casos, la flecha de favoritos indica Miami, carga que están aprendiendo a llevar. Nada más sonar la bocina final, el cuerpo técnico de los Heat saltó a la cancha para evitar cualquier expresión de euforia en sus jugadores. Todos se mantuvieron serios. El segundo partido les sirvió como llamada de atención: esto no es un juego. Son las Finales de la NBA.