Robert Swift (1985/2.17/Bakersfield), tras 5 años sin pisar las canchas y envuelto en numerosos escándalos, se encuentra ante el que puede ser su último tren para salir del infierno de la calle, donde llegó a ser un verdadero vagabundo.

Los billetes con destino a la NBA hace tiempo que se agotaron, al menos para él. Queda alguno para la D-League, aunque quizás llegue demasiado tarde. Pero me gusta pensar que las segundas oportunidades existen. A lo mejor tiene suerte y llega justo antes de que parta el tren.

El domingo le pudimos ver entrenar con los Santa Cruz Warriors, filial de los Golden State y donde deberá luchar por un puesto en el roster. Un equipo dirigido por Casey Hill, con el que coincidió en su paso por los Tokyo Apache de la liga japonesa. Pero no es la primera vez que se cruza con el apellido Hill, ya lo hizo antes en Seattle. En aquella ocasión fue Bob Hill, el padre de Casey, quien apostó por aquel tímido pelirrojo de pelo rapado, al que apodaban “Napoleón Dynamite”.

Pero va a ser verdad eso de que en Seattle siempre llueve.  Por lo menos ha llovido mucho desde que los Supersonics le escogieran en 12º posición del draft del 2004. Bien lo sabe Bob Mayers, hoy General Manager de los Warriors y en su día representante del pívot.

Robert destacó muy pronto, quizas demasiado pronto. Tras llamar la atención de todos en el basket escolar, donde promedió 18.8 puntos, 15.9 rebotes y 6.2 tapones en su año senior, dio el salto a la NBA directamente desde el Instituto. A la liga llegaba un pívot con grandes condiciones, pero falto de madurez.

Fue en 2006 cuando todo empezó a torcerse. Una rotura del ligamento anterior en su rodilla izquierda, le dejo fuera toda la temporada 2006-2007. Cuando volvió, ya nada era igual. Sin Bob Hill en los banquillos, nadie iba a apostar por él. 34 partidos en 2 temporadas, eran un balance desolador. Pero por si fuera poco, una nueva lesión, esta vez la rotura del menisco de su rodilla derecha, le acabaría rematando. Con tan solo 23 años, su tren había pasado, dejándole a mitad de camino.

Probó en la D-League con los Bakersfield Jam, la franquicia de su ciudad natal, pero apenas unos partidos después de su debut, abandonó el equipo por motivos personales. Fue entonces cuando Bob Hill descolgó el teléfono y lo metió en un avión rumbo a Japón, donde iba a conocer al que hoy puede ser su último maquinista. En aquella aventura, Casey era el asistente de su padre. Aunque esta vez, tampoco le esperaba un final feliz. Cuando parecía que estaba centrado y todo empezaba a marchar, un terremoto sacudió el país, suspendiendo la liga japonesa y obligando a Swift a hacer las maletas antes de tiempo.

Pero lo peor estaba por llegar. Después de un tiempo sin saber nada de él, reaparecía en los medios, debido a los graves problemas económicos por los que atravesaba. A pesar de haber ganado más de 11 millones de dólares en su carrera deportiva, el jugador era desahuciado de su mansión en Seattle. Una mansión en la que se encontraron armas, basura, heces y todo tipo de excrementos.

Cuando parecía que la cosa no podía marchar peor, el jugador volvía a los noticieros, esta vez tras ser arrestado por posesión ilegal de armas, entre ellas un lanzagranadas. Una investigación que dejó a la luz sus problemas con las drogas, adicto a la heroína, las metanfetaminas y la marihuana. Pero esta no iba a ser su última detención, ya que posteriormente volvería a ser arrestado, esta vez tras asaltar una casa con un arma de fuego.

Una vida que se descarriló. No sabemos, si por la mala fortuna, la mala cabeza, la inmadurez o por una mezcla de todas ellas. Lo que parece claro, es que el californiano quiere volver a coger el control de su vida y encauzarla hacia el buen camino. Ese del que nunca debió salir. Ahora tiene una última oportunidad, ya no para triunfar en el baloncesto, pero sí, para empezar una nueva historia. Esperemos que esta tenga final feliz.