La NBA vive una segunda edad de oro, tras la época marcada por la santísima trinidad del baloncesto y sus brillantes escuderos, que ha traído consigo la expansión definitiva de un producto que roza la perfección en términos tanto deportivos como financieros. Un producto global a la vanguardia del deporte que, lejos de alcanzar su cima con un contrato millonario de televisión que ha facilitado la exageración del límite salarial convirtiendo al jugador medio de la liga, en términos económicos, en, otrora, estrella, ha dado el pistoletazo de salida a un marco todavía sin explorar. Una NBA, que sin miedo a nada, no deja de evolucionar y de probar. Y precisamente, uno de los cambios que definen la competición en nuestros días es el tema a tratar en estas líneas. Muchas han sido las permutas morfológicas que han dado un vuelco a la NBA tal y como la conocíamos, el más apreciable e importante no es otro que la constante sobreexplotación de manera abusiva de los formatos pequeños y del tiro exterior. Pero hay uno, en el que no se ha profundizado del todo y que, quizás viene explicado por la dictadura de un equipo que ha cambiado para siempre las leyes del juego del baloncesto.
La tiranía de Golden State Warriors ha cocinado un cambio de paradigma en las conferencias que ya se intuía con el regreso del hijo pródigo a Cleveland. Con el Este convertido en el coto privado de LeBron James, el Oeste aparecía como la única vía posible para aquellos hombres destinados a ser leyendas que deseaban con todas sus ansias tocar la gloria con las manos. Sin embargo, un movimiento, aparentemente insignificante modificaría la idiosincrasia de la liga. Steve Kerr se debatía entre entrenar a los Knicks junto a su admirado maestro Phil Jackson, o entrenar ‘al lado de casa’ a unos Warriors con más posibilidades de futuro. El otrora base de los Bulls eligió la segunda opción y cambió para siempre el ‘basketball’. Esa misma temporada los Warriors se alzaban con el anillo superando al ‘Rey’, que por quinta vez consecutiva llegaba a la final de la NBA. El cambio de paradigma había empezado. Como un patrón infinitamente repetido, la conferencia Oeste se había caracterizado, en los últimos quince años, por su alto nivel, ocasionando que más de un equipo, con un récord más que decente se quedara fuera de las eliminatorias por el título mientras que sus vecinos de la costa atlántica entraban a playoffs con récords negativos, casi dignos de la suerte de la lotería. No obstante, durante esa época, los equipos dominantes, a excepción de Detroit Pistons y Boston Celtics, y ya en la última etapa de esta jerarquía, Miami Heat, se asentaban en el Oeste: San Antonio Spurs, Los Angeles Lakers, Dallas Mavericks o incluso, dignos de mención en esta ecuación, Sacramento Kings, Phoenix Suns, Denver Nuggets, Utah Jazz o los últimos Oklahoma City Thunder, equipos que de haber existido en el Este, habrían tenido opciones serias de llegar a la batalla final.
Sin embargo, el nacimiento de los Splash Brothers como cabeza visible del equipo que a la postre se ha convertido en el más dominante de la historia, nadie en tres campañas ha ganado más que ellos, ha provocado el cambio hegemónico, y es ahora la Conferencia Este la que da lugar a una lucha encarnizada por entrar en playoffs. Diversas variables, además de la existencia de los Warriors explican un hecho que apunta a larga duración. Quizás no quince o veinte años, pero sí más de lo que nadie hubiera imaginado. La muerte de los proyectos dominantes como los Lakers, los Mavs, los Suns o más recientemente los Thunder, ha propiciado una súper élite en el Oeste a la que, por números en temporada regular, sólo el equipo del viejo Popovich puede convivir con los pupilos de Kerr. Entre paréntesis habría que meter a los Clippers, el gran proyecto siempre lleno de dudas, capaz durante rachas de igualar el poder de los otros dos tiranos y a la vez, habitualmente con lesiones de por medio, perder el norte y detonar (se) la temporada. Ese nivel supino se ha transformado en un nivel pobre que permite a los buenos equipos ser mejores, creando un caldo de cultivo de cinco equipos, en la actualidad, catalogados como aristocracia, aunque sin llegar a ser realmente contenders. Los llamados outsiders. Rockets, Thunder, Jazz y Grizzlies se han aprovechado de dicha situación y su aparición en postemporada parece un hecho salvo catástrofe. Ahora bien, ninguno, poniendo el asterisco en la locura de los de D’Antoni, parece capaz de vencer en siete partidos a Spurs o Warriors. Un hecho al que hay que sumar el adiós de los grandes dominadores, en el aspecto individual, de la escena pacífica. El ocaso de Steve Nash, Kobe Bryant, Tim Duncan o el de Dirk Nowitzki, aún en dinámica de partidos pero lejos de su gran nivel, han coincidido en tiempo y espacio, y no por mera casualidad del destino, con el final de la hegemonía, en términos absolutos, de la Conferencia Oeste.

Las tornas han cambiado, y aunque la identidad de ambas conferencias, la Oeste más cercana a la opulencia numérica y la Este, sinónimo de barro y pelea, se ha mantenido intacta, es la esta última la que presenta un aspecto más igualado. Algo que no se escapa a la paradoja, cuando desde hace seis años, tener a LeBron James entre los generales del equipo significa, por inercia, ser uno de los dos candidatos a pelearse el glorioso anillo de campeón. Algo que ha definido el presente de su conferencia. Desde que fichara por Miami Heat, allá por 2010, el equipo que ha liderado El Elegido siempre ha reinado en la conferencia atlántica. Sin embargo, son muchos los candidatos a terminar con su legado. Desde hace un par de temporadas, la conferencia Este ha congregado a un grupo de unos diez equipos enfrentados por ser el mejor de los mortales, el aspirante a destronar al Rey. Indiana Pacers, Boston Celtics, Chicago Bulls, Toronto Raptors o Atlanta Hawks lo han intentado sin éxito. Sin embargo, lejos de abandonar en el intento, no sin numerosos cambios estructurales en el seno de los diversos proyectos, la lista de outsiders ha aumentado, sumándose más interesados a la causa. Actualmente, Boston Celtics es segundo por detrás de Cleveland Cavaliers, a tres partidos y medio de los vigentes campeones. Sin embargo, entre el equipo del metódico Stevens y el decimosegundo clasificado, Orlando Magic, hay diez partidos de diferencia. Una igualdad que se acentúa todavía más si miramos las diferencias entre Indiana, sexto clasificado y los mismos Magic. Seis partidos de diferencia entre los dos extremos de un grupo formado por seis equipos. Cuando en el Oeste, esa diferencia es la existente entre Memphis Grizzlies, séptimo clasificado y Denver, octavo. Unos Nuggets, que no estarían en playoffs en el Este. La temporada pasada, el décimo clasificado del Este, Washington Wizards, habría entrado en las eliminatorias del Oeste, empatado en récord con Houston, a la postre último clasificado.
El estallido del nivel de los modestos en el Este es una consecuencia directa de las variables anteriormente citadas. Mientras que jugadores como LaMarcus Aldridge o Kevin Durant, líderes de dos proyectos como Portland Traiblazers y Oklahoma City Thunder ficharon por las dos superpotencias del ‘salvaje Oeste’, Spurs y Warriors; en el Este, los proyectos se han ido intercambiando las piezas (Horford, Rose, Jefferson, Carroll, Noah, Wade,…) o han adquirido los restos de los equipos de la conferencia vecina para apuntalar sus ejércitos (Howard, Markieff Morris, Ibaka, Batum, Robin López, Rondo, …). Mientras en el Oeste, las siete primera plazas parecen adjudicadas a falta de saber quien ocupará cada una, en el Este hasta los mismos Sixers han llegado a creer que existían posibilidades reales de estar en la postemporada. Obviamente, la élite existe en la conferencia hasta ahora, pobre, sin embargo, cuesta más delimitarla. Una élite en la que no se debería encuadrar a los Cavaliers, definidos como súper élite junto a Warriors y Spurs, muy superiores, hasta que demuestren lo contrario, a cualquiera que ose retarles. Boston Celtics o Toronto Raptors han opositado a ella, y actualmente son líderes de la resistencia, pero tal y como han demostrado en otras ocasiones franquicias como Indiana Pacers, Chicago Bulls o Atlanta Hawks, las oportunidades hay que aprovecharlas, a riesgo de que el castillo se desvanezca, como así les pasó a ellos. Una morfología, la del Este, que permite a las franquicias enderezar el rumbo a costa de tan sólo un par de años fuera de la postemporada, como Indiana, Bucks o Charlotte, o incluso hacerlo sin dejar de acudir a la cita anual con las eliminatorias, como Atlanta. Ese caprichoso nivel permite volver a intentarlo, sin embargo, es eso precisamente, lo que ha proyectado el levantamiento de la clase media en el Este. Devolviendo el esplendor a una conferencia ferozmente castigada en los últimos años.
En resumen se trata de identificar la West como una conferencia de extremos. Donde los ‘buenos son muy buenos y los malos son muy malos’, mientras que en la East, esos extremos, esos límites, desaparecen, y amenazan con hacerlo todavía más en los próximos años. Con el paso de un tiempo al que los Cavaliers no son inmunes, ni ellos ni nadie salvo los Spurs, y que favorecerá a aquellos proyectos como los Bucks, ya realidad, y Sixers, condenados a un futuro prometedor. Un cambio de paradigma que no ha hecho sino beneficiar a una liga, la NBA, que cada día muestra más fortalezas y menos debilidades, y que, al igual que sus conferencias, promete seguir cambiando, pero sin olvidar todos los matices de su identidad propia.