No me pregunten por qué pero con 6 o 7 años veía jugar a la Argentina de Diego Armando ‘La armo’ Maradona y lloraba cuando perdían. Iba del televisor al comedor y simulaba que jugaba el partido. Papá tenía, siempre que podía, el deporte en la tele. Él, siempre sobrio, no se aceleraba demasiado. A mí sólo me atraía, a rachas, el fútbol pero prefería mil veces prácticarlo a verlo. Sin embargo, de fondo siempre había una melodía llamada Baloncesto. Y siempre había una persona en casa que la sintonizaba con más distinción y, sobre todo, con más cariño que nadie; mamá. “Carli, estos de verde son el Joventut de Badalona y tienen a un chaval de 18 años que lo tiene todo, es guapo y juega muy bien al baloncesto. Se llama como tu hermano Jordi. Jordi Villacampa. También está Margall que encesta muchas canasta, tiene mucha puntería. Por cierto, no está enfadado, pero siempre tiene esa cara”. Vale, la última frase me la acabo de inventar pero vuelvo a la realidad ya: “No paran de correr y lanzar a canasta todo el partido, fíjate. En el otro equipo está Epi que es una pasada, nunca falla”.
Fueron pasando los años y mi madre seguía con la misma canción, digo… melodía: “éste se llama Rafa Jofresa y pasa y tira a canasta muy bien”. Ella, evidentemente, era de la Penya. Muchas veces mi padre, seducido por el debate, dejaba de mirar por un momento la pantalla. Aquella Emerson de 24 pulgadas era la segunda tele que estrenábamos y la primera que tuvimos a color pero tenía más culo que Shaquille O’Neal. En aquella ocasión papá espetó: “para buenos tiradores Brabender y Szczerbiak, Nena, -como la llamaba él-, no compares”. Yo, como siempre, preguntaba y preguntaba: ”qué nombres más raros, papá. Esos… ¿de dónde vienen?”. Mi padre continuaba ilustrándome, “son americanos, vienen de los Estados Unidos, allí son muy buenos jugando al baloncesto”, entonces replicaba mi madre, ‘la Manoli’ tenía mucho carácter, “pero aquí también son buenos, un verano (1984) ganamos la medalla de plata en las Olimpiadas ¿no te acuerdas? Algún partido lo vimos repetido porque los daban muy tarde”. Esta vez mi padre asentía orgulloso.
Algo se iba gestando dentro de mí pero yo aún no era consciente. Sí que reconocía aquellas redes blancas y gruesas, en contraste con un parquet tan oscuro que permitía resaltar sobremanera los anuncios de Brandy Soberano y… la gente tan cerca del campo… un escenario atractivo. Luego aquel negro parándose en carrera para tirar desde muy lejos e… imposible, -pensaba yo- ¡entró! Igual que me imaginaba pegando patadas para meter un golazo a lo ‘Oliver y Benji’ en medio de un campo de fútbol profesional jamás pensé que yo fuera capaz de poder hacer lo que hacía Chicho Sibilio. Me parecía casi de ficción. Y aquel calvito pequeñajo mandando a cuatro tíos que le sacaban dos cabezas. Manejaba el balón como quería y sin mirarlo. “Se llama Corbalán y es el mejor base que hay en España”, apuntaba papá. “Nene, Solozábal es muy bueno también pero es más joven” añadía mamá. Para mí eran como los acróbatas y equilibristas del Cirque du Soleil.
Seguía sumando inviernos y empecé a jugar federado al fútbol un año. No obstante, me detengo en uno muy frío, el cual recuerdo especialmente. Diría que era sobre el 88. Era un viernes por la tarde. Mi madre, mientras planchaba y doblaba la ropa me decía, “Carli, pon la 1 que están dando baloncesto” a lo que yo respondía: “vale, pero luego quiero ver Superagente 86”. Más tarde supe que el programa se llamaba ‘Cerca de las estrellas‘ y un tipo con un tono suave y agradable me atrapaba con alguna jugada espectacular. Mamá seguía relatando “ese es Michael Jordan, aquel Larry Bird…”. Salté de semana en semana y yo ya tenía claro que los viernes tocaba una dosis de NBA. Yo mismo ya ponía el programa. Ella continuaba “ese es Robinson, el otro Patrick Ewing…¡los dos ponen muchos tapones, defienden muy bien!”, conocía a muchos y sabía cómo jugaban.
Para ser sincero, el baloncesto no es que fuera el eje de sus aficiones. El cine, la lectura y la música le apasionaban a pesar de que a los 12 años ya no iba, prácticamente, al colegio para cuidar de sus hermanos pequeños: “Carlis, te he grabado un episodio de Webster – que era una serie norteamericana que me hacía mucha gracia– en el que sale Michael Jackson”. Ella sabía que me gustaba mucho la música de M.J. y se partía cuando imitaba sus bailes. Sin embargo, también estaba claro que el deporte de la canasta era el deporte que más le entusiasmaba con diferencia y muchas veces lo tenía presente. “te grabé otro episodio de Webster, salía Patrick Ewing como invitado. Me meaba de la risa”.
Por esa misma época, mi hermano empezó a ir al instituto, El Margarida Xirgú en L’Hospitalet de Llobregat, Jordi decidió formar parte del equipo de baloncesto aunque sólo había jugado en la calle. Jugaba los sábados a las 9 y solía ir a verle jugar. Nunca metió una canasta y sólo le vi lanzar una vez. Un semi gancho.. ¡uff, casi entró! Pero él ya estaba contento por participar con el equipo. Mi madre ya había hecho un intento para que practicara baloncesto años anteriores, medía 1.84 con 14 años, pero era un equipo de un colegio privado llamado Santiago Apostol, en el que jugaban los chavales que formaban parte del centro. El coordinador también el explicó que la cuota era alta a pesar de que, seguramente, no iba a jugar nada y de que tenía que comprarse toda la equipación. Entonces Jordi amaba este juego y ahora lo sigue haciendo. También participó en los inicios de la web.
Otro recuerdo que me impactó fue ver por mi cuenta un Valvi Girona-Estudiantes Bose, donde un tal Rickie Winslow volaba por encima de todo el mundo, incluidos McDowell y Jimmy Wright, este último el papá de Devin Wright. Diría que llegó a hacer 5 o 6 mates en ese partido. Para mí, aquello tuvo un efecto totamente catártico. Winslow fue el factor determinante para que me volcara totalmente con el deporte de la canasta. Me había olvidado de Maradona por completo.
Poco después, con tanto imput baloncestero llegando de todos lados, decidí definitivamente cambiar el baloncesto por el fútbol en los recreos. Me alié con mi compañero de pupitre, Daniel Antonio Blanco, a quién le chiflaba el basket desde antes. “Carlos, tú eres ‘el Microondas’, Vinnie Johnson y yo, yo soy Robert Parish”. A lo que yo espetaba: “Hey, yo quiero ser Winslow, Dani“. La cara de mi compañero de pupitre era un drama: “Carlos, ese no es bueno. No juega en la NBA“. Recuerdo esa conversación como si fuera ayer y como dejaba escapar el aire Dani para acabar de pronunciar el apellido del pívot de los Celtics. Parecía querer hacer callar a una legión.
Yo, cada vez sumaba más nombres propios relacionados con el basket. Está claro quién era el alto aunque realmente no sabía quién carajo era aquel Vinnie yo lanzaba y lanzaba a ver si entraba alguna. Un mes más tarde ya conocía a muchos de los mejores jugadores de la NBA y monté en el recreo del cole una liguilla con 4 equipos, cada equipo estaba formado por dos alumnos de la clase. Las canastas del Cola Cao del campo del ‘Sepu’- antes habían aquellos extintos y grandes almacenes cerca- y el suelo de tierra eran nuestros pabellones NBA. Apuntaba en una pequeña carpeta los resultados. Yo jugaba en los Atlanta Hawks, mi equipo preferido de entonces, y era Spud Webb, mi compañero Dominique Wilkins.
Y a partir de ahí ya una locura, toqué techo. No podía concentrarme en los estudios. Ya en el instituto, me salté una clase de latín para comprarme mi primera revista de Gigantes, recuerdo que en la portada salía Corney Thompson, aún anda por ahí. No pude evitarlo. Nunca fallaba a la cita de programas como ‘Chócala’ de Pedro Barthe o ‘Basquetmania‘ de Lluis Canut y Jordi Robirosa -aluciné con aquel vídeo con Kenny Walker y Harold Pressley cantando aquel temazo de Prince “Get off”-. En la ACB mi equipo favorito era el Granollers de Chichi Creus, así que cuando llegó Walker, como se dice por Cataluña, “vaig al·lucinar mandunguilles” ¡Aquel tío había sido campeón del concurso de mates de la NBA! Oh, yeah!
En el instituto, encontré un ambiente de basket potente o tal vez lo busqué. Me hice un buen amigo compañero, y él jugaba a baloncesto en el Cornellà y no podíamos parar de hablar del tema. Empecé a jugar sin parar con él y otros amigos sin parar. Saltaba las vallas de los colegios con tal de encontrar una canasta disponible. Entre éstos, me colaba en el colegio de la Salle de la Bonanova donde había un sin fin de canastas de minibasket. Allí emulábamos a Jordan, Wilkins, Mike Smith, Kenny ‘Sky’ Walker y otros de mis jugadores preferidos que vivían colgados del aro ídolos en el 92.
Con 16 años, monté un torneo de baloncesto en verano en Malgrat de Mar en el que yo también participaba. Al volver de las vacaciones decidí apuntarme a jugar en el club de mi barrio de entonces, el Collblanc Torrassa. Recuerdo al entrenador de turno que calibraba si valías para jugar en el equipo federado o en el escolar acercarse y decirme “ahora todo igual pero con la izquierda”, lo hice y volvió a acercarse “¿has jugado alguna vez a baloncesto?”. Aquello me mató. Fui a parar al equipo escolar, claro pero no paré de practicar con mi ‘maldita’ mano izquierda hasta que mejoré en bote y, sobre todo, haciendo entradas para finalmente conseguir un par de años después jugar federado. A mis 37 años, soy más efectivo en la entrada con la izquierda que con la derecha. A tozudo no había quién me gane. Siempre estaba saltando, agarrándome al aro o intentando hacer el mate. A pesar de mi 1.75 hice mi primer mate con 17 o 18 años. Hasta que no lo logré no paré pero me costó una buena tendinitis en la rodilla que me impidió jugar durante más de un mes. ¡Me pareció el fin del mundo!
Hoy, 21 años después, sigo jugando a baloncesto con mis amigos en ligas de costillada y, gracias a Solobasket.com, desde 1998 también puedo disfrutar del baloncesto profesional desde dentro.
Así me fui volviendo loco por el baloncesto ¿y tú?