Mahmoud Abdul-Rauf, nombre que adoptó cuando abrazó el Islám en 1991, nació como Chris Wayne Jackson el 9 de marzo de 1969 en Gulfport, Mississippi.

Ex jugador de baloncesto profesional, base aunque podía ejercer labores de escolta, 1.83m de altura, elegido en la primera ronda del Draft NBA de 1990 en el tercer puesto por Denver Nuggets, con una gran capacidad anotadora, pero sobre todo, un seguro de vida desde la línea de tiro libre.

En su etapa NBA jugó en Denver (6 temporadas), Sacramento (2 temporadas) y Vancouver Grizzlies (su último año NBA). Debido a sus problemas con la NBA, debido a su radicalización de posturas a medidados de los 90, dió el salto a Europa donde tuvo una nefasta experiencia en el Fenerbahce turco (que lo llevó a retirarse en el año 1999). Posteriormente jugaría en la Superliga Rusa (Urual Great, Unics Kazan), Italia (Roseto, Climamio Bolonia) y Grecia (Aris Salónica BC).

Su palmarés como jugador es más que notable:

  • Primer Equipo All-American NCAA (1989 y 1990).
  • Segundo equipo de novatos de la NBA (1991).
  • Jugador Más Mejorado de la NBA (1993).
  • Mejor porcentaje de tiros libre de la NBA en (1994 y 1996).
  • Ganador de la Copa de Rusia (2004).

Pero la intención de este artículo no es repasar sus logros en la pista, sino intentar saber cómo se forjó uno de los mejores bases NBA de los 90.

Abdul-Rauf fue criado por su madre, Jacqueline Jackson, trabajadora en la cafetería de un hospital, en el seno de una familia tradicional cristiana baptista, aunque nunca llegó a conocer a su padre.

En sus primeros años en la escuela se le diagnosticó Síndrome de Tourette, un trastorno neuropsiquiátrico heredado con inicio en la infancia, caracterizado por múltiples tics físicos (motores) y vocales (fónicos). Estos tics característicamente aumentan y disminuyen durante la vida del individuo que lo sufre. Abdul-Rauf no fue medicado hasta 1987, pero su madre fue muy consciente de que debía obligar a su hijo a seguir una serie de pautas rutinarias para que dichos tics no lo afectaran en su aprendizaje.  En palabras del ex jugaor, “mi madre fue muy severa con mis rutinas, yo aprendía lento, pero eso me ayudó a aprender muy bien lo que sé hoy en día, es una de mis características en la vida, soy lento pero seguro”.

Cuando comenzó el colegio (Elementary School), la importancia de  la realización de ejercicio físico para eliminar el estrés y desarrollar habilidades psicomotrices, llevó a Jaqueline Jackson a apuntar a su hijo en un deporte colectivo que no fuera de impacto, el baloncesto, lo que fue una bendición para el pequeño Chris, descubrió cual sería la meta en su vida, jugar al baloncesto.

En esta área, los médicos alertan que hay que tener cuidado al integrar bien al alumno en el equipo, ya que de no ser así, aumentarían el nerviosismo y los tics en el alumno. Ahí tuvo un papel muy importante su primer entrenador, del que sólo recuerda su apodo, “entrenador Johnson”, fue primordial. La paciencia de aquél hombre fue clave para el crecimiento del pequeño “chico raro”, al igual de la disciplina de equipo que ofrece el baloncesto. El juego pronto dejó de ser algo que tenía que hacer para convertirse en algo que “necesitaba hacer”, fue tal la pasión de aquel chaval por demostrar a su madre y hermanos que podía hacer algo muy bien que, cuando su madre se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a trabajar, el pequeño Chris se levantaba en la oscuridad y, sin hacer ruido, se dirigía a la canasta en la parte trasera de su casa y comenzaba a lanzar el balón hasta que sus hermanos lo llamaban para desayunar.

El baloncesto enseñó a aquel niño a entrenar cualquier aspecto de la vida, lo enseñó a estarse quieto, a concentrarse en una tarea, lo que lo llevó a conseguir cosas tan simples, pero importantes, como usar cubiertos de manera fluida o ser “invisible en una sala llena de gente”, algo muy complicado cuando eres un niño lleno de tics que llaman la atención.

Mientras crecía en Mississippi, toda la disciplina impuesta por familia y educadores, el no ser tratado como un ”retrasado” y plantearle metas a corto plazo lo hizo aprender una metodología de trabajo que le abrían todas las posibilidades del mundo.

Cada vez que llegaba a casa del colegio jugaba “un 21 con mis hermanos”, y cada vez que conseguía una canasta “soñaba con hacerlo mejor, con llegar a jugar en el equipo de un Instituto, con ser jugador de la NBA”, y la filosofía cristiana de trabajo y sacrificio que su madre le inculcó fue clave para entrenar, entrenar y entrenar un poco más. En palabras de Abdul-Rauf, “cuando tienes un sueño y pones toda tu energía y determinación en alcanzarlo, todas las puertas que te llevan a él se abren”.

A su llegada al instituto, Michael Jordan fue a dar una charla a los chicos de los diferentes equipos de baloncesto. En un momento llamó a Chris y le dijo “chico, sal a la pista”, le dio un balón y lo retó, “intenta superarme. Esto fue algo que dejó casi en shock a aquel chaval, tuvo ante sí la oportunidad de saber si todo el trabajo que había realizado desde niño había servido para algo, ante sí un mito como Michael Jordan, pero el verdadero reto era demostrarse a sí mismo que podía hacerlo. Así que cogió el balón y repitió los movimientos que tantas y tantas veces le habían servido para superar a su hermano, dribló a Jordan, corrió “como nunca lo había hecho, podía sentir el aliento del mejor jugador de la NBA en mi cogote”, pero aquél chico olvidó su miedo, saltó hacia la canasta, alargó el brazo, por el rabillo del ojo vio como el brazo de Jordan se estiraba para taponar su bandeja…. Pero anotó, para sorpresa de todo el instituto. Jordan volvió a retarlo una segunda vez y el resultado fue el mismo. Para sus adentros, aquel chaval de instituto pensó “pues no es tan difícil, si puedo superar al mejor, puedo superar a cualquiera, sólo tengo que seguir el mismo camino que llevo recorriendo”. Cuando llegó el momento de jugar su primer partido en la High School, anotó 14 puntos y pensó “bueno, ha sido el primer partido, estabas nervioso”, llegó el segundo, anotó 21 puntos y pensó “tío, sigues haciendo los mismos movimientos que en tu pequeña escuela de Mississippi, los mismo movimientos que en casa… y funciona, no tienes que cambiarlos, sólo ser más fuerte, más rápido, trabajar más”, esa fue su filosofía durante toda su carrera y  quizás la razón que hizo de él uno de los mejores jugadores NCAA, ser elegido en tercer puesto del Draft NBA y uno de los mejores tiradores de libres en la historia de la NBA, su “secreto” para conseguirlo: nunca abandonaba la pista de entrenamiento, tras las sesiones diarias de equipo, hasta haber encestado diez lanzamientos limpios seguidos.

El baloncesto se convirtió en la herramienta de Abdul-Rauf para encontrase a sí mismo, para verse tal y como se había imaginado cuando era niño, una persona capaz de hacer cosas importantes por sí mismo, pero en su carrera el Islam tuvo un papel determinante.

En su primer año en Denver, Chris James, en un partido en New York, le dio un libro que le cambió su vida. Cuando llegó a su casa en Denver y abrió aquél libro comenzó a leer, y con tan sólo tres páginas comprendió que había otro modo de ver las cosas. Comenzó a interesarse por el mundo musulmán, y fue Hakeem Olajuwon uno de los  que lo animó a convertirse, ser musulmán y jugador de baloncesto era relativamente fácil,” tienes lugares donde rezar antes y después de los partidos, no eres juzgado por tu religión en tu profesión… Pero amigo, intenta ser musulmán y hablar de política, ser un miembro activo de la sociedad, y sentirás la dificultad de tus convicciones religiosas”. Ese fue uno de los retos que convirtió a Chris Jackson en Mahmoud Abdul-Rauf . Ser musulmán le dio una nueva visión del mundo, el islam, según palabras actuales del propio jugador “es una herramienta llena de amor que has de usar para ser mejor persona, mi base católica siempre está ahí, sosteniendo la base del trabajo, me forjó tal y como soy, pero ser musulmán me ha hecho crecer como persona, ser mejor, valorar más lo que tengo y saber a qué quiero aspirar”, tal y como difunde en las charlas que suele dar contando su historia personal.

Ni qué decir tiene que cambiar de religión le causaría problemas con una madre de fuerte carácter religioso, pero cuando comprendió que ayudaría a su hijo a avanzar, tal y como lo había hecho ella de pequeño le dijo “adelante, se mejor persona, pero yo siempre te llamaré Chris”.

Problemas personales aparte, su camino por el islam no fue fácil, radicalizó su postura sobre el año 1995, su obsesión por mejorar lo llevó a centrarse demasiado en la lectura del Corán, exigía una habitación propia para rezar, no se duchaba con los compañeros para no contaminar su mente, intentaba no respetar los estrictos horarios de las franquicias NBA para leer y rezar, incluso se deterioró la relación con su esposa. Su vínculo personal con el país en el que nació se resquebrajó de tal manera que incluso evitaba la escucha del himno antes de los partidos quedándose en el vestuario o calentando en la bocana de vestuarios.

El 10 de marzo de 1996, en el McNichol's Arena de Denver, el ya Mahmoud Abdul-Rauf,  desoyó la directriz que marca la NBA ante el himno y la bandera de las barras y estrellas. Abdul-Rauf se manifestaba, sentándose sobre el parquet mientras sonaba el himno, contra una bandera que, según sus creencias, "violaba los derechos humanos" y que era un símbolo de tiranía. Esta desafortunada acción le costó un partido de sanción cuando era uno de los mejores bases de la liga (mejor jugador con promedio de puntos anotador por minuto). La sanción fue lo de menos, su imagen pública se vio muy mermada, a lo que Abdul-Rauf no ayudó demasiado, su sentimiento musulmán se sobreponía ante todo, perjudicando a familia, equipo y por supuesto su carrera. Según palabras del jugador “una noche mi esposa se sentó junto a mí en la cama y me preguntó qué me pasaba, yo le contesté que no me importaba nada, que no iba a consentir que me pisaran por ser musulmán, que me daba igual perder el trabajo, que no me doblaría. Ella me miró a los ojos y me preguntó qué haríamos si lo perdíamos todo, que pensara en nuestra familia, que no abracé el islam para ser más radical, sino mejor persona… eso me hizo pensar que debía enderezar el rumbo, que había perdido la perspectiva que se abrió ante mí cuando leí el Corán por primera vez, comprendí que el amor te hace grande, y eso lo había olvidado”.

En el video que ha servido de fuente para este artículo, y que pueden disfrutar , se ve a un Mahmoud Abdul-Rauf sereno en sus convicciones, con la clara idea que equivocó el camino, pero que esos errores lo han hecho crecer. No reniega de su base cristiana, no reniega de su etapa radical musulmana, pero tiene claro que el camino para ser grandes es el amor, la tolerancia y la constancia del trabajo diario. Así es como se forja una estrella.

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