Podríamos resumir lo que va de temporada en el club sevillano con una pregunta: ¿cuál es el nivel de exigencia? La respuesta, sin embargo, está llena de condicionantes y dificulta cualquier análisis, aunque la situación final parece clara: tras vivir la que parecía ser su temporada más oscura, Baloncesto Sevilla vuelve a verse sumido en una crisis deportiva y a largo plazo, si no la remedia, institucional. El ruido de sables que caracterizó a la campaña 2014-15 ha cedido ante la 2015-16, pero el equipo vuelve a mostrar un nivel competitivo muy preocupante que lo empuja hacia el abismo. Y mientras tanto, lo que hace un año encendía al aficionado frente a las caras visibles de Jefferson Capital Funding, esta vez no encuentra más respuesta que la desidia.
Sin ir más lejos, los sevillanos encajaron en la última jornada la mayor derrota de su historia. Una paliza que en situaciones normales habría indignado al respetable, precedida de una racha de seis derrotas que habría pesado sobre el banquillo de cualquier equipo ACB. A lo abultado de la diferencia habría que sumar que no se trataba de la primera paliza de la temporada. Tampoco de la segunda, ni la tercera, ni siquiera la quinta con media liga por disputar. Y todavía queda por reseñar un detalle: los sevillanos no llegaron a competir ni siquiera un cuarto, un dato en el que también reincidía y que no se debe únicamente al hecho de tener delante al FC Barcelona. Con todo, los movimientos han sido escasos, contados, previsibles y tardíos.
Si comparamos la situación actual con la temporada pasada, encontramos demasiados parecidos. El equipo ha caído a la parte baja de la tabla con un balance de 6-14, cuando hace un año se veía con un 5-15 tras varias semanas como colista, y para entonces Luis Casimiro ya ejercía de entrenador y revulsivo. Como hace un año, el equipo ha cargado con jugadores hasta terminar considerándolos -públicamente, incluso- por debajo del nivel que merece la categoría y relegarlos al fondo del banquillo durante varias jornadas. Y como hace un año, todo se explica con la planificación. La plantilla muestra claras deficiencias en tiro exterior, capacidad defensiva o rebote, pero sobre todo entrega. Y mientras tanto, la grada calla.
Una planificación amateur
Ni el fatídico verano de 2015, que vio la única manifestación celebrada por este deporte en esta ciudad, ni el contraste entre aquellos trabajadores que hablaban de incertidumbre mientras la ACB daba por sentado -y con los papeles presentados- que Baloncesto Sevilla disputaría la competición, ni un eslogan decepcionante como "Vuelve la Liga Endesa" para la que debería haber sido la campaña de abonos más importante de su historia. Hay que apuntar a la planificación. Una carrera a contrarreloj que arrancó a mediados de agosto, cuando el banco, previo amago de abandono total, concedió el auxilio en forma de presupuesto para un año.

Está más que confirmado que el diseño de la plantilla quedó al cargo de Fernando Moral y Luis Casimiro, presidente ejecutivo -al cargo de la dirección general y deportiva- y técnico, respectivamente. No había tiempo, se ha dicho, para encontrar a un director deportivo. Tampoco se contempla traerlo ahora. Había que resolver la papeleta y se resolvió, con un fichaje de José Luis Galilea por el camino, LaDontae Henton, para justificar su billete a la liga de verano de Las Vegas. Pero ya entonces, a principios de octubre, se veían venir algunos de los problemas que lastran actualmente el rendimiento del conjunto.
El primero, al timón. Con Nikola Radicevic lesionado, y todavía pendiente de fecha para volver a pisar el parqué -algún día, por cierto, se sabrá quién le permitió disputar aquellos amistosos estando de baja-, los fichajes de una promesa y un veterano del que sólo valía el precio hacían presagiar problemas en la dirección del equipo. El resultado: la llegada de Jermaine Anderson, uno de los jugadores de perfil más bajo que han pasado por Sevilla. Sin un director de juego experimentado y capaz de asumir las riendas durante una media de 20 o 25 minutos, era y ha sido imposible levantar un proyecto. Tampoco sorprendió la escasa concentración que desde el primer día ofreció Uros Slokar. También se avisó del bajo talento exterior.
Hubo que hacer cambios y, ante lo holgado del presupuesto y la decisión de la Caixa de no hacer más concesiones, los movimientos han llegado tarde. Primero, los cortes. Luego los recambios, entre la decisión de acudir a un jugador con contrato y ya cedido como es Ludde Hakason, con el lógico derecho a réplica del VEF Riga. El último espectáculo, la búsqueda de un interior para ocupar el hueco de Slokar. Tras no superar Cedric Simmons las pruebas físicas, y habiéndose anunciado su fichaje y la consecuente rescisión, hubo que esperar todavía otra semana hasta anunciarse la contratación de Jerome Jordan. Todavía habrá que verlo pasar (o no) el examen médico.
De Scott Roth a Luis Casimiro
Las ruedas de prensa inverosímiles, las que recogen el testigo que dejó Audie Norris, han vuelto a San Pablo. Veamos un ejemplo. Baloncesto Sevilla sale apaleado por una diferencia de 15, 20 o 30 puntos. El último o incluso desde el tercer cuarto se ha mostrado incapaz de discutir el marcador. La plantilla se ha permitido el lujo de bajar los brazos durante 10 y hasta 20 minutos. Luis Casimiro aparece, hace su valoración y destaca la diferencia estrecha o incluso favorable del primer o segundo periodo.

La realidad es ésta: el equipo no ha competido al nivel que merece la Liga Endesa durante buena parte de la competición. Veamos algunas de las diferencias más abultadas: la primera jornada contra Rio Natura Monbus por 35 puntos (88-53); la segunda contra el Barça por 39 (58-97), contra Movistar Estudiantes por 26 (102-76), ante el Real Madrid por 24 (107-83), Morabanc Andorra por 19 (92-73), un rival directo como Manresa de 17 (67-84) y la última, la mayor de su historia, por 54 puntos. Derrotas de magnitud, pero que se explican con el bajo talento individual y la incapacidad de tapar lagunas desde el juego en equipo, una defensa blanda hasta el sonrojo, absoluta falta de roles -¿Slokar tirando triples?-, falta de liderazgo y especialmente del orgullo de quien no quiere dejarse arrastrar durante cuartos enteros. Y derrotas que dejan sobre todo la misma incapacidad que ya se manifestó durante la 2014-15.
Lo lógico sería pedir explicaciones al entrenador, pero en Casimiro no se ha podido ver la más mínima muestra de autocrítica. Su mensaje además varía poco: lamentación por la derrota, señalar el cuarto que le ha sido favorable y prometer más trabajo para mejorar. Un mensaje que a los cajistas ya les sonará porque estuvo siempre en boca del equipo técnico del año pasado. Mientras públicamente no asume su responsabilidad, también es discutible el nivel de exigencia que transmite a la plantilla. Al menos de puertas para fuera, a juzgar por el tono de sus tiempos muertos con el partido entregado desde el tercer cuarto o antes del descanso; la intensidad con que apela a sus jugadores es muy distinta a la de hace un año, y muy diferente de quien sabe que se juega la continuidad de un club. Una actitud que nos devuelve a la pregunta: ¿cuál es el nivel de exigencia?
La decepción de Nachbar
Merece un capítulo aparte. Recaló en Sevilla por un caché muy inferior al que tenía en Barcelona y por ahora sólo ha estado al nivel de su reducción de sueldo. Tras dos notables excepciones al principio de la competición, ante Murcia (28+3) y Unicaja (30 puntos), el que estaba llamado a ser jugador estrella se ha convertido en uno más dentro de la rotación. No aporta el liderazgo ni los galones de una trayectoria de Euroliga. Su media en estos momentos está muy por debajo de la que cabría esperar por su currículum: 11.6 puntos, 2.3 rebotes y 0.4 asistencias para 8.5 puntos de valoración. Sorprende que un jugador de su talla promedie 22 minutos por encuentro. Y sorprende su ausencia en el quinteto durante los minutos más calientes de los partidos.
¿Cómo se explica este rendimiento? La pregunta ya se le ha planteado al cuerpo técnico. El jugador ha arrastrado problemas físicos en momentos puntuales de la temporada y Moral llegó a admitir que se encontraba muy por debajo de sus posibilidades. El caso es que el esloveno ha ido de más a menos, de una media aceptable de 15 puntos por partido durante las primeras diez jornadas a ocupar el cuarto puesto estadístico en la plantilla, por detrás de Bamforth, Balvin y Oriola.
Tenemos que volver al nivel de exigencia, porque ha sido el propio jugador el que ha encontrado su sitio junto a la línea de 6.75. A pesar de su trayectoria y su talento, Nachbar arriesga poco. Espera junto a la línea a que le lleguen los balones y prueba suerte. Más allá de esos tiros lejanos, no ofrece mucho. No asalta el aro y apenas busca el juego de espaldas. Tampoco se prodiga en el rebote. Sencillamente, aguarda para tirar como un cuatro abierto y tampoco le acompaña la puntería: un 46% en tiros de dos y un 36% en triples. Por momentos parece que se esconde. Motivos que, a la espera de alguna reacción, le colocan en la lista de aquellos jugadores de los que se esperaba más y, si no da el paso al frente, entre las grandes decepciones del Baloncesto Sevilla.
La pregunta que aguarda a final de temporada
Con todo esto, no conviene olvidar la situación: un año de presupuesto y de lo que vendrá después poco se sabe. Negociaciones con la Caixa y un club en venta con más de un interesado. No se sabe más, aunque cabe destacar que el nivel del equipo no ayuda a vender el proyecto. Baloncesto Sevilla quedará para siempre -esperemos al menos esto- como un club saneado, independientemente del nivel competitivo que ofrezca tras este tipo de planificaciones y campañas. La situación, como decíamos, es delicada, y cabría preguntarse qué habría ocurrido de contar con más tiempo y una figura bien conocedora del mercado. Un proyecto fraguado con la seriedad que exige o debería exigir la ACB.
¿Cuál es, entonces, el nivel de exigencia? Por lo que parece, es muy bajo. Lo suficiente como para mantener un entrenador que no reconoce su responsabilidad en derrotas sangrantes o a pesar de firmar una racha de seis tropiezos. Al menos de puertas para afuera, se vende la situación como buena a pesar de la incapacidad deportiva, y no faltan argumentos: dos equipos ocupan los dos últimos puestos de la tabla, a pesar de tener perdido ante ellos el average; sólo está asegurado un ascenso, y ha caído alguna victoria inesperada, como la de Joventut o las dos ante Fuenlabrada. Es decir, parece que se puede alcanzar la permanencia sin mayor esfuerzo. Queda una vuelta y el equipo tiene que sumar tres victorias. Lo que es mirar la tabla del revés desde principios de temporada, sin más objetivo que no terminar al fondo. No se contempla ni se espera más, y eso es todo: intentar que el año desfile rápido, alcanzar los nueve triunfos y que todo esto pase desapercibido.

Pero el mayor problema, como decíamos, es que la grada calla. No se trata, desgraciadamente, de que club y afición hayan estrechado un vínculo que pudieron sellar durante el verano. Unos días después de la derrota ante Barcelona -recordemos: la mayor de su historia-, Ondrej Balvin cargaba contra la afición. Le invitaba a tener como ejemplo a los seguidores incondicionales del Betis y su 'manque pierda', y decía: "Es duro que la gente sólo venga a San Pablo si juega un rival interesante o cuando el equipo gana. Cuando más necesitas a la afición es ante rivales como Obradoiro o Manresa. Esto es algo que debería cambiar". El aficionado sevillano, el mismo que salió a defender al checo hace un año, cuando Roth renegaba de él y el club lo puso en venta, lo escuchó. El mismo aficionado que pudo ver, hace un año, la notable diferencia en la entrada de público antes y después de que la Caixa asumiera el control de la situación, y mientras tanto él sigue pagando su abono.
Por la misma fecha, Fernando Moral decía en una entrevista: "No hay que caer en dramatismos". Pero el público sevillano, más que fustigarse, se encoge de hombros con resignación. No está en eso, en los "dramatismos", sino en asimilar que la situación, sin la completa profesionalización del club, no puede ser otra. Intentando digerir que el nivel de exigencia esté a un palmo del suelo. Y ahí encontramos precisamente la crisis, por poco ruido que haga, del Baloncesto Sevilla. En el aficionado que se va, más rendido que enfadado, quién sabe si para no volver.