AQUELLA TARDE EN ESTOCOLMO
La dinámica del combinado nacional alcanzaría un estatus superior en el verano de 2003. Pau Gasol, consolidado en el salvaje oeste americano, era el faro mediático de un grupo capaz de situar a nuestro deporte en el centro del escenario. Pero había mucho más.
Juan Carlos Navarro asomaba con valentía en el poderoso FC Barcelona; los del Palau acababan de levantar su primer cetro europeo. Bodiroga, Jasikevicius y Fucka eran los referentes de una plantilla conformada para arrasar el continente. Más allá, Felipe Reyes asumía galones en el Ramiro y preparaba su viaje de ida al Real Madrid. José Manuel Calderón construía su propio futuro en Vitoria, derrotando una crítica trás otra y creciendo por zancadas.
Un paso más atrás, pero ya en el camino de la realidad, avanzaban los malagueños Berni Rodríguez y Carlos Cabezas. La generación dorada del baloncesto español estaba derribando la puerta de la élite. A martillazos. Ni siquiera las lágrimas por la rodilla de Raül López detuvieron una avalancha incontestable. El de Vic convirtió en realidad el sueño de la NBA unos meses más tarde: su cuerpo ya no era el de antes, el talento no le abandonaría jamás.
En ese escenario, la expectación por la selección despegaría para siempre. Todavía con el término ÑBA por acuñar, la gira de preparación se convirtió en una fiesta. El vacío habitual dio paso al furor en cada una de las sedes. Sin excepción. Un éxito que culminaría en clásico de la época estival. En el tiempo, la oportunidad se transformó en algo tan atractivo como provechoso.
Un pasado de altibajos
La esperanza del europeo sueco se apoyaba también en antecedentes colectivos. Agridulces, pero meritorios. Dos años antes, Turquía fue testigo de la primera incursión de Gasol en el torneo continental. Navarro, precoz, ya le esperaba en el parqué. Entre los dos colocaron 58 puntos en la batalla por el bronce. Los 41 de Nowitzki se diluyeron en la tormenta; eso sí, amenazaban con volver una y otra vez.
En 2002, Indianápolis acogería el Mundial con menos afluencia de público de la historia. España presentó credenciales firmando una primera fase formidable. Se permitiría el lujo incluso de castigar a la poderosa Yugoslavia (71-69). Unos días más tarde, la escuadra balcánica se haría con el título en una polémica final ante Argentina. Bodiroga, Divac, Stojakovic, Jaric, Gurovic, Tomasevic o Vujanic eran algunos de los estiletes de una plantilla de ensueño.
Cuando las medallas parecían más cerca que nunca, Alemania volvió a cruzarse en el camino. El modelo Imbroda colapsó de repente ante la encerrona teutona. Con Gasol en el laberinto, los destellos de la Bomba no fueron suficientes para traspasar la barrera de los cuartos de final (62-70). Demirel, Garris, Okulaja o Femerling abanderaron una guerra sin cuartel. Nombres propios de una rivalidad trabajada a lo largo de los años.
La desazón de aquel encuentro no encontró consuelo en la victoria por la quinta plaza frente a Estados Unidos, la primera de la historia ante el gigante americano. El premio era demasiado pobre para un equipo que estaba en plena transición. La paradoja resume el potencial de una generación de leyenda.
Los mimbres de la cesta
Moncho López sería el encargado de confeccionar la convocatoria de cara a la cita sueca. El técnico gallego, curtido en el ámbito de jugadores en formación, reunía todos los requisitos para dar rienda suelta al desembarco de los Juniors de Oro. Al menos a corto plazo, pues el cambio en la presidencia de la federación también se produciría de manera inminente. Con Gasol y Navarro como estrellas visibles, López apostó por dar la titularidad a José Manuel Calderón en el puesto de base. Además, Felipe Reyes se erigió en el sexto hombre de una rotación que completaba Antonio Bueno.
Los 5 estuvieron acompañados por otro de los pilares en los éxitos de la selección: Jorge Garbajosa. Por aquel entonces, el madrileño ya despuntaba en Italia como especialista ofensivo. Rodrigo de la Fuente y Carlos Jiménez asumían el rol de alero alto. La contundencia la proporcionaban Roger Grimau y Alfonso Reyes. Carles Marco era el encargado de ofrecer descanso en la dirección. Por último, y ya con protagonismo simbólico en pista, Alberto Herreros aceptaba con agrado la tarea de entregar el testigo definitivo a la nueva promoción.
El camino hacia las semifinales
No había duda. Los mimbres de la cesta tenían un empaque prometedor. Con la mente puesta en el cruce de cuartos de final, los de Moncho López aplastaron de arranque a Suecia (99-52) y Rusia (89-77). La primera fase del campeonato ya era historia. Gasol alzaría sus números de manera exponencial: 7.5 rebotes y 25.8 puntos por partido, cifra suficiente para alzarse con el título de máximo anotador del Eurobasket. Fue la primera piedra de una hazaña aún por igualar: el de Sant Boi sigue siendo el jugador con más puntos anotados en el torneo del viejo continente.
España tendría tiempo de sonrojar a la recién estrenada selección de Serbia y Montenegro (75-67). El mal perder del cuadro plavi desesperó a Pedro Barthe, narrador en la retransmisión de RTVE. En mitad de la trifulca llegó a insinuar el abandono serbio de cualquier cosa que tuviera relación con el baloncesto. Para muchos de nosotros, Yugoslavia y Barthe habían puesto corazón y voz al deporte que amábamos. Aquel bofetón de realidad era otro aviso del cambio que se nos venía. Dos leyendas que se marchaban de golpe.
Ya en Estocolmo, y con el primer puesto del grupo bajo el brazo, Israel sería el último escollo en el camino hacia las medallas. Tapiro, Sharp o Burstein eran algunos de los referentes del conjunto hebreo, a priori muy lejos de nuestra velocidad de crucero. No hubo miedos, solo algo de espera. El encuentro no se rompería hasta el último cuarto, momento en el que Pau irrumpió en la zona rival para fabricar otra actuación clarificadora (25 puntos y 7 rebotes). Estábamos en semifinales (78-64).
El exceso de relajación con el que se afrontó aquel partido sorprendió por igual a afición y medios de comunicación. Pepe Laso comentó en su columna de opinión que la selección le confundía por esa facilidad para aparecer y desaparecer en ambos lados de la pista. Con el paso del tiempo descubrimos que no era un defecto, sino una cualidad más del carácter ganador de los nuestros: escoger con frialdad el instante en el que descargar toda la energía.
Todo o nada ante Italia
Bulleri, Galanda y Basile encabezaban el relevo generacional en el combinado transalpino. Ya sin Carlton Myers y Gregor Fucka en el plantel, los italianos seguían siendo el equipo competitivo de toda la vida (véase la plata de Atenas 2004). Supieron rehacerse del primer manotazo de Gasol (10 puntos en el primer parcial), para desplegar después todo su entramado defensivo. Tras ajustar la marca sobre Pau, Navarro y Garbajosa quedaron también desactivados. Con Bulleri desatado, la renta azzurra creció hasta los 11 tantos poco antes del descanso. La zozobra sobrevoló más de una ilusión.
Moncho López recompuso la treta a base de esfuerzo. Primero sitúo a Felipe en la retaguardia de Garbajosa y tapió la pintura de arriba a abajo. Poco después ordenó a Carlos Jiménez (9 rebotes) que recorriera la cancha en busca de cualquier cosa que capturar, palmear o amenazar. Igualado el nivel de entrega, el partido entró en un ir y venir de pequeños detalles. Habíamos dado la vuelta al marcador y solo quedaba un cuarto por delante (62-60).
La alternancia de canastas la fulminó Jiménez tras un corte de manual sobre zona contraria. El banquillo en pie y las sensaciones a flor de piel (69-68). Era el momento.
Por un segundo tuvimos la sensación de que el intento se atascaría de nuevo cerca de la orilla. Pero la historia iba a caer de una vez por todas. Los gestos, la mirada y el instinto se incendiaron en Juan Carlos Navarro (23 puntos). Preso de una cólera infinita, atacó sin piedad cada posesión, cada defensor, cada espacio. Desde el 6.25, en carrera, en reverso. Un arsenal de recursos indómito y fulgurante. 6 puntos consecutivos de la Bomba desolaron la moral del rival. Basile, que más tarde se consagraría como clutch player, tuvo bola para forzar la prórroga. Calderón no le dio opción. La victoria, el pase a la final y el billete para los Juegos ya tenían dueño (81-79).
A lo largo de los años, Navarro ha protagonizado numerosas exhibiciones con la selección. Algunas de ellas de repercusión global, como la antológica actuación frente a Macedonia en Lituania o los primeros minutos en la final olímpica de Londres. Sin embargo, para algunos de nosotros, aquella tarde en Estocolmo sigue siendo el momento más especial, por ser el primero, por fraguarse en la nada, por escribirse sin miramientos y a una velocidad endiablada. Era además una cuestión de todo o nada, todavía desconocíamos el futuro. La Bomba dibujó un instante eterno en nuestro corazón.
La marea lituana en el Globen Arena
Los Juniors de Oro volvían a una final tan solo cuatro años después de la proeza en Lisboa. El proceso de adaptación a la categoría absoluta estaba más que superado; cualquier previsión quedaba en entredicho ante el fenómeno ÑBA. La expectación volvió a crecer de manera desmesurada. Hasta 4.5 millones de personas siguieron el partido por televisión, todo un hito en este país.
El escenario imponía. Forrado de terciopelo y engalanado para ocasión, el Globen Arena brillaba en la noche de la capital sueca. Una marea lituana invadió las calles de Estocolmo aquel domingo de septiembre. Kaunas al completo se había desplazado por ferry durante la noche. Un viaje tan rápido como divertido. La historia del Eurobasket le debía el oro a la antigua república soviética.
En lo deportivo, el despiadado talento báltico no dio apenas opción a los nuestros. Sarunas Jasikevicius ya comandaba un equipo que mezclaba versatilidad ofensiva con un físico imponente: Macijauskas (21 puntos), los hermanos Zukauskas, Stombergas, Siskauskas y Songaila. Impenetrables. No especularon, centraron su capacidad en tareas ofensivas y pulverizaron el choque en poco más de 20 minutos. Olvidaron las ayudas sobre Pau Gasol (36 puntos), no les importaba, sabían que el título dependía de su puntería. Lituania dominaba el continente 64 años después (93-84). Jasikevicius levantó el MVP y se citó con el futuro. Un espacio en el que ya solo chocarían contra un enemigo, España. Stombergas, Gasol, Parker y Kirilenko completaron el quinteto ideal del torneo.
En una época en la que internet era solo para privilegiados y en la que el low cost seguía siendo un concepto por desarrollar, me las arreglé para llegar a Estocolmo y disfrutar de la lucha por las medallas. Tuve incluso que abandonar un examen para poder conectar con mi vuelo. La presencia roja en la grada era simbólica, no más de 100 personas; obviamente fuimos engullidos por la marea lituana. El recuerdo sin embargo sigue vigente en mi memoria, tengo la sensación de que ocurrió ayer mismo. Una gran amiga hizo de anfitriona para que todo fuera más fácil, siempre con una sonrisa. La misma que me dedicó años más tarde cuando asalté mugriento la lujosa oficina de Santiago de Chile en la que trabajaba.
¿Y tú? ¿Dónde viste aquel torneo?
SERIE COMPLETA: DE LISBOA A RÍO, RECUERDOS EN EL CAMINO
La polvareda de Pekín (1ª parte)
La polvareda de Pekín (2ª parte)