En 2012, el combinado nacional se presentó en la capital del Imperio británico como el único aspirante con capacidad para batir a Estados Unidos. No era para menos. Un año antes, los de Sergio Scariolo habían azotado el viejo continente con una exhibición descomunal en el Eurobasket de Lituania. Con la plata de Pekín 2008 y el oro de Polonia 2009 también en el zurrón, la generación dorada de nuestro baloncesto se encaramaba ya al estatus de leyenda. Solo la antigua Unión Soviética y la extinta Yugoeslavia pueden presumir de una etapa tan brillante y longeva a este lado del “charco”.
El técnico transalpino, como no podía ser de otra forma, mantenía el bloque principal: José Manuel Calderón, Sergio Llull, Juan Carlos Navarro, Rudy Fernández, Felipe Reyes, Serge Ibaka y los hermanos Gasol. San Emeterio, Claver y Sada serían los encargados de aportar descanso y sumar fuelle defensivo a la rotación. De la lista de Lituania solo se caía Ricky Rubio, todavía en proceso de recuperación de aquel desafortunado choque con Kobe Bryant. Sergio Rodríguez, cada vez más asentado en el Real Madrid tras su primer paso por la NBA, era el encargado de sustituir al base catalán.
En el imaginario de aquel grupo solo cabía un objetivo: consumar la revancha olímpica y destronar a la todopoderosa selección norteamericana. Y es que, a pesar de la entidad del rival, la mentalidad de Pau y compañía solo conjugaba el verbo GANAR. “Ganar. Ganar, y volver a ganar”.
La hazaña sería, eso sí, de dimensiones épicas. Enfrente asomaba el único equipo comparable al Dream Team original, el de 1992. Un hecho más que justificado si repasamos el roster de Mike Krzyzewski: Kobe Bryant, LeBron James, Carmelo Anthony, Kevin Durant, Deron Williams, Chris Paul, Russell Westbrook, Andre Iguodala, Kevin Love o Tyson Chandler. Para que se hagan una idea, James Harden y Anthony Davis eran los responsables de agitar la toalla en el banquillo; solo disputaron los últimos segundos de la final, cuando todo había acabado ya.
De menos a más. La verdadera Ruta ÑBA
En Londres, España acuñó definitivamente la que ha sido una de sus señas de identidad en los últimos torneos: avanzar hacia el momento decisivo guardando todo lo posible. Un trayecto no exento de peligro, y en el que a menudo hay que tomar decisiones complejas. Aquel verano, los Juegos arrancaron con un claro triunfo ante la China de Yi Jianlian (97-81). En la segunda jornada, Australia, ya con Mills, Dellavedova o Baynes en la convocatoria, sucumbió sin rechistar ante la pegada de Pau Gasol y Rudy Fernández (82-70). Ni siquiera los problemas físicos de Juan Carlos Navarro hacían prever lo que vendría después.
Con la clasificación en el bolsillo, los nuestros se dejaron ir ante Gran Bretaña. Solo el acierto de Calderón en el tiro libre durante el tramo final evitó que el susto fuera a mayores (79-78). Nada grave. Había que ahorrar energía, y Pau seguía haciendo de las suyas en un campeonato en el que promedió más de 19 puntos y casi 8 rebotes.
Dos días más tarde, la Rusia de David Blatt hizo sonar todas las alarmas (77-74). La derrota no era lo que realmente dolía, al fin y al cabo, se trataba de un enemigo temible que ya nos había hecho morder el polvo en el Eurobasket de 2007. El propio Pau Gasol pudo enviar el choque a la prórroga en el último suspiro desde el 4.60. El problema real era que, a partir de ese momento, la ruta hacia la final pasaba por encontrar a USA en semifinales.
Quedaba, eso sí, una última bala con la que evitar al “monstruo”. No se dudó. La elección era clara, preferíamos acabar terceros en la fase de grupos y medirnos a Francia en cuartos si con eso evitábamos a Estados Unidos hasta la final. Dicho y hecho. La selección compitió durante algunos minutos frente a Brasil (82-88). En el último cuarto ya no compareció; el parcial fue de 16-31. Leandrinho Barbosa puso el resto. El país galo no podía sentir mayor humillación, se había convertido en moneda de cambio. Los cruces serían una cuestión de honor para ellos.
A vida o muerte
La sospecha de que el ataque español no pasaba por su mejor momento se confirmó en la eterna batalla de cuartos de final. Francia era básicamente el mismo equipo que había sido zarandeado en la final de Lituania 12 meses antes: Parker, Diaw, Batum De Colo, Turiaf o Gelabale. Sin embargo, el conjunto de Vincent Collet logró arrinconar nuestro talento llevando la contienda al límite de lo permitido. Al descanso (34-37), la mejor noticia era el resultado. El porcentaje de éxito en el 6.75 brillaba por ausencia: 20%.
Scariolo, probablemente en el encuentro en el que más errores ha cometido como seleccionador, mantuvo la zona que tanto estaba concediendo a Tony Parker o Boris Diaw. Incluso, un sorprendente Floren Piétrus sacó tajada de aquello. Ante el bache ofensivo, daba la sensación que el pase a la siguiente ronda requería apretar los dientes en cancha propia. Sergio estaba pensando en otra cosa.
Algunos de nosotros, con las entradas para semifinales y los billetes de avión ya pagados, tampoco soportamos el nivel de estrés que generaba aquel combate a vida o muerte y salimos a la calle a pasear mediado el tercer cuarto. No quisimos, no pudimos ver el desenlace. De hecho, nunca hasta hoy nos habíamos atrevido a hacerlo.
La sangre no llegaría al río. En la reanudación, Marc Gasol encontró una vía de agua que se tradujo en un parcial de 7-0. No era poco para los guarismos que se manejaban, la esperanza ya estaba ahí. El golpe en la mesa vendría desde el banco. Sergio Llull asestó la puntilla definitiva sobrevolando la pista de punta a punta para conquistar el aro. Rusia nos esperaba en semis (66-59). Batum hizo palpable la frustración gala asestando un puñetazo a Navarro en la última posesión. Un final tan triste como lamentable, pero que en ningún caso empaña la formidable historia que ambos bandos compartieron durante más de una década.
Metamorfosis
La dinámica errática de la selección le acompañaría también en la primera mitad de la semifinal. Sin duda, daños colaterales asociados a la estrategia "de menos a más". Blatt tejió una tela de araña capaz de desactivar a los hermanos Gasol. Sus torres, Mozgov y Kaun, habían cerrado a cal y canto la pintura, y la puntería seguía sin aparecer. El colapso nos envió 13 abajo. Rusia nos estaba barriendo del parqué. La defensa nos mantuvo con vida al paso por vestuarios, solo habíamos anotado 20 tantos (20-29).
Era el momento. El O2, renombrado para la ocasión como North Greenwich Arena, asistió a una nueva metamorfosis. España, a la estela de Rudy Fernández, prendió el motor de la pasión y firmó 26 puntos en el tercer cuarto. Con Calderón (14) amenazando por fin desde el perímetro, Marc se hizo hueco y conectó con el resto de compañeros desde el poste.
El último paso sería un regalo de la segunda unidad. Shved, Fridzon, Khryapa, Monya, Ponkrashov o Kirilenko. Todos ellos pasaron más de 6 minutos sin sumar una sola canasta en juego. San Emeterio, Reyes y Llull, siempre Llull, negaron la ofensiva rusa durante el último periodo. El escolta de Mahón merece mención aparte. Sergio no era todavía esa estrella a los mandos del Real Madrid, pero el rol en el combinado nacional era una oda al baloncesto total. Infranqueable atrás y letal al contrataque, desplegaba una intensidad irrepetible. Suyo fue aquel grito de guerra que unió a los españoles repartidos por la grada: Llull, Llull, Llull, Llull, Llull…
La leyenda, pasase lo que pasase, ya estaba escrita (67-59). España iba a pelear por el oro olímpico por segunda vez consecutiva. Rusia se colgaría el bronce tras superar a Argentina en la consolación. A las afueras del pabellón, aquel ambiente familiar de los Juegos nos hizo coincidir en un banco con Jordi Trías, Ricky Rubio y José Manuel Calderón. El extremeño confesó que en el descanso se miraban a los ojos y no encontraban explicación a lo que estaba ocurriendo. Algo cambió de repente, la selección había aterrizado en Londres. Justo a tiempo.
El último sueño
La final de Pekín permanece en nuestra memoria como la gran pugna entre España y Estados Unidos. Es indudable que el ritmo de 2008 es insuperable, imborrable. Sin embargo, fue en el escenario londinense donde los hombres de Scariolo más cerca estuvieron de la gesta. De principio a fin, exigieron la versión más comprometida y brillante del nuevo Dream Team.
Juan Carlos Navarro, hasta ese día intermitente por las molestias en el pie, despegó por fin. Lideró el ataque español desde el salto inicial; tan solo necesitó 3 minutos para anotar 12 de los 21 tantos que logró a lo largo del choque. Alrededor de La Bomba, Rudy (14) y Pau (24) crecieron para sostener la envestida del primer cuarto (35-27). La defensa en zona, recurso habitual ante el cuadro americano, no terminaba de cuajar.
A partir de ahí, quizá los mejores minutos de España. De la final. Del campeonato. Puede que de siempre. La magnitud del oponente impide la comparación con la final de Japón o la excelencia en Lituania. Lo cierto es que aquel ratito de baloncesto sigue siendo un tesoro por descifrar. Con la actitud por bandera, los nuestros intercambiaron golpes hasta ganar el segundo cuarto y empatar el tercero (83-82). El mayor de los Gasol, sublime, aportaría 15 puntos en ese tercer parcial.
En carrera o en estático. Por dentro con Pau y Marc, o por fuera con el Chacho y Calderón. El equilibrio ofensivo de la selección era poesía en movimiento. A la fiesta se unió Serge Ibaka, que con el corazón en la mano capturó 9 rechaces e igualó la faceta reboteadora. Ver para creer.
En mi caso, el desorbitado precio de la reventa y la creencia popular de que el encuentro se acabaría en un abrir y cerrar de ojos me invitaron a verlo en una de las cafeterías situadas en la base del O2. Llevaba horas insistiendo en que se iba a competir, que para esta generación solo había una fecha en el calendario, la del 12 de agosto de 2012. Nadie me creyó. Obviamente me quedé corto en la predicción. En ese momento, teníamos la sensación de que, si resistíamos 5 minutos más, los nervios, la precipitación y el individualismo podrían derretir el plan de Krzyzewski.
Nada de eso ocurrió. Las 4 faltas personales de Marc y el obligado descanso de Pau fue debidamente castigado por el físico NBA. Bastaron 3 o 4 minutos para abrir la brecha definitiva; pequeña, pero irrecuperable (107-100). Remamos hasta la extenuación, estuvimos 38 minutos cerca, muy cerca. El todopoderoso Dream Team se redujo al mejor LeBron (19), al deseo de Kobe (17) y a la exhibición de “Durantula” (30). Si uno de los tres hubiera faltado a la cita, la historia se habría escrito diferente. Ese fue el listón de la selección española en Londres. Cuesta escribirlo sin sentir la emoción a flor de piel.
La imagen icónica de todos los miembros del combinado estadounidense pasando por el banquillo español para presentar sus respetos a Pau Gasol va más allá de lo que sucedió aquel día. Recopila en cuestión de segundos la trayectoria del propio Pau, envuelto en lágrimas ante la oportunidad perdida. Y sobre todo, ejemplifica la mentalidad ganadora de una generación única. Aquel fue su último sueño, también el de muchos de nosotros. Cuatro años más tarde, el baloncesto nos daría en Río una nueva e inesperada revancha. Pero allí, y a pesar del parecido razonable, ya no estaba el verdadero Dream Team. El resultado nunca habría sido el que acariciamos en 2012.
¿Y tú? ¿Dónde viste aquella final?
SERIE COMPLETA: DE LISBOA A RÍO, RECUERDOS EN EL CAMINO
La polvareda de Pekín (1ª parte)
La polvareda de Pekín (2ª parte)