El baloncesto formativo afronta con la llegada de la nueva política de gestión de derechos de la NCAA un reto mayúsculo. Mientras muchos se rasgan las vestiduras con ello en este momento, la realidad es que la estructura deportiva de base ya hace tiempo que se encuentra en una encrucijada. Los desafíos no son pocos y la verdadera pregunta es qué es competición y qué es formación.
Un modelo que no permite sacar los pies del tiesto
Cuándo se abordan las diferentes problemáticas del baloncesto de formación, lo primero que se trata de hacer es buscar culpables. Directivas, secretarías técnicas, entrenadores, jugadores, padres… cada uno tiene su responsable particular. La realidad es que todos estos entes no son más que piezas de una rueda difícil de parar ¿Quién será el primero en romper el molde?
La escala de valores de los actores y profesionales que componen el basket de cantera se mide sobre la competición, que sirve de examen para valorar las aptitudes deportivas de los mismos. Una de las cuestiones que comentaba Albert Torelló, psicólogo deportivo que trabajó en cantera en Joventut de Badalona, en una entrevista realizada para Solobasket, es que una de las grandes preocupaciones que le trasladaban los jugadores en momentos de mal rendimiento es “me van a echar”. Más allá de percepción o realidad, constata un sentir real.
Por muy manida que sea la frase, se aprende a base de prueba y error ¿Cuánto de libre es un jugador para atreverse a confundirse con ese pensamiento rondando su cabeza? Si en el ámbito profesional, en ocasiones, la salud mental se resiente, en formación la cosa se agrava. Al margen de lo que el propio joven pueda percibir, hay otra arista: si su entrenador en cuestión va a ‘dejarle’ fallar.
La labor del entrenador de formación en canteras élite
El término ‘formador’ es uno de los más usados dentro del contexto de baloncesto de cantera. Sin embargo, la verdadera pregunta es hasta qué punto se materializa. Los diferentes entrenadores, habitualmente, responden por los resultados cosechados ante su dirección deportiva. Si ‘X’ equipo no queda en ‘Y’ posición en el campeonato ‘Z’ su silla comienza a temblar.
Es cierto que no siempre el puesto está en juego y hay honrosas excepciones, pero, al final, más allá de la opinión de sus superiores, un entrenador acaba valiendo lo que vale su caché. Ganar pone en el mapa, ganar da prestigio de puertas hacia fuera. Al margen del trato que el propio club pueda dar, todos son conscientes de que la victoria les acerca a dar un paso en su carrera. Esta circunstancia puede chocar con poner a un chico menos desarrollado, pero con potencial; o con permitir a sus jugadores ser creativos; obligar a jugadores a realizar acciones que no dominan en pro de formarse, etc.
Esta rueda no acaba aquí, escala por las estructuras deportivas de forma acuciante. Los fichajes tienen que rendir, habitualmente, con números; si no se destituye a tal profesional puede entenderse como inoperancia y un largo etcétera que dificulta poner el foco en lo importante, desarrollar jugadores. Un metabolismo difícil de eludir dentro de los entornos más exigentes a nivel competitivo. Nadie va a negar que la competición es también una formación, pero por el camino pueden perderse muchos perfiles.
Los jugadores damnificados de esta dinámica
Si algo ha tenido históricamente España son jugadores creativos. Tanto en la manija, con jugadores como Chacho, Ricky o Raúl López… como en otras posiciones, con Marc y Pau Gasol, el vergel de talento parecía inagotable. Los perfiles actuales, sin juzgar sus capacidades o su nivel, está claro que son otro molde de jugador, con Saint Supery como gran rara avis. Relacionar lo anteriormente comentado con esto podría ser tramposo, ya que antes, en mayor o menor medida, ya existía la competitividad en el baloncesto base. Sin embargo, se tenía ‘más calle’.
Numerosos estudios certifican el descenso del juego libre en la calle en pro de pantallas y otros entretenimientos. Evidentemente, la causalidad no está probada, pero para muchos jugadores, el entrenamiento reglado es el único baloncesto de sus vidas. El entorno de la ‘academia’ es el que es y no se escapa de esas lógicas competitivas imperantes. Por este motivo, la preocupación por que los jóvenes tengan un espacio para ampliar su creatividad con la pelota existe. Quizás las consecuencias se estén viendo.
El desarrollo físico y su impacto en la carrera de un jugador
Las cuestiones relativas a la creatividad no son las únicas en jaque con este modelo de competitividad feroz en el baloncesto de cantera. A nivel físico, cada jugador tiene unos tiempos. El encorsetamiento en categorías, en connivencia con la dinámica de rendimiento inmediato, lleva a que jugadores con un gran potencial se vean opacados por perfiles con menos techo, pero más presente. Los estudios en diferentes sectores del deporte profesional son bastante concluyentes y, en un volumen de datos tan elevado, no hay casualidades.
La globalización del mercado de fichajes también tiene un impacto en este sentido. En primer lugar, tener acceso a talento de todos los lugares del mundo, desplaza la formación nacional, pero más allá de esa lógica evidente, también da lugar a poder incorporar piezas con percentiles de desarrollo más precoces en otros lugares del territorio, sin entrar a polemizar en materia de la edad de los jugadores en cuestión. Esto ha ido en detrimento de muchas piezas, pero especialmente ha afectado negativamente a los pívots, cuya madurez física y competitiva en el baloncesto es más tardía.
La formación de interiores no es de extrañar que se haya resentido en países como España. Los jugadores de gran talla, en un margen grande de los casos, suelen tener mayores problemas para destacar en categorías de formación. Sus hechuras físicas suelen requerir más paciencia, ya sea coordinativamente, como de fuerza.
Por un lado, perfiles más físicos de otras nacionalidades van desplazándolos a roles más secundarios. Por otro, los ‘falsos cincos’, que no dejan de ser pan para hoy y hambre para mañana, en la base, son la moneda corriente. Tanto la progresión de esos jugadores en esa posición, como la falta de minutos de los que sí la van a ocupar en el futuro, en nada favorecen la formación. Suele compensar más un jugador de 1.95 físicamente desarrollado, que un cadete de 2.08 que aún no domina su cuerpo. Las oportunidades de uno y otro son dispares debido a la competición.
El nuevo modelo y la NCAA: ¿Apocalipsis o una oportunidad para repensar el baloncesto de base?
Un tema recurrente en el baloncesto formativo es la reciente inversión de la NCAA en los proyectos más interesantes del baloncesto mundial. Esta dinámica ha puesto en jaque a las principales canteras del país. Si bien no deja de ser una dificultad en el corto plazo, podría convertirse en una oportunidad de repensar el modelo de enseñanza de las canteras en España. Muchas veces un sistema quiebra cuando se enfrenta a las propias contradicciones internas que produce y aquí podría ser justo así.
En primer lugar, una de las formas de rentabilizar la inversión puesta en los jugadores es que en algún momento aporten en el primer equipo. Si tradicionalmente ha sido como siguiente paso a las categorías base, ahora, podría ser tras su periplo por EEUU. Muchos jugadores no lograrán un hueco en la NBA y ser su opción preferida en Europa es crucial para que se revierta el dinero y el tiempo empleados en ellos.
Si bien la competitividad en cantera va a seguir existiendo, la apuesta económica por perfiles de superélite, de un lado al otro del mundo, puede cambiarse por proyectos con una cierta afinidad por la tierra. Además, en el caso de fichajes internacionales, el club deberá aportar una perspectiva más amigable para que, en un futuro, la opción de regresar sea interesante para el joven en cuestión.
Las prisas para competir seguirán presentes, pero la falta de perspectiva en el corto plazo, ya que se marcharán, puede hacer que los clubes se planteen el proceder. En este sentido, en un modelo que buscará frutos a muy largo plazo, podría dar lugar a una reflexión sobre las prisas que a día de hoy hay con los jugadores. Consolidar unos cimientos, hacer sentir al jugador que su formación aquí tiene un valor y que, cuando sea un deportista ya hecho tras un paso por NCAA, regrese. Esta perspectiva puede ser un planteamiento más humano para los talentos de un club.