El descenso del Covirán Granada en la temporada 2024-2025 de la Liga Endesa ACB no se explica por un factor aislado. Fue la consecuencia de una cadena de decisiones, imprevistos, limitaciones estructurales y falta de acierto en momentos clave que arrastraron al club nazarí a perder la categoría. Desde el diseño de plantilla hasta el desenlace competitivo, todo estuvo marcado por un margen de error demasiado estrecho. Pablo Pin tenía una idea clara del juego, pero los recursos a su disposición no fueron suficientes. A continuación analizaremos con detalle, cronología en mano, por qué el proyecto no logró sostenerse.
Un plan de juego sin las piezas adecuadas
Desde la pretemporada, el mensaje del club era claro: consolidar la categoría y ser competitivos con una plantilla ajustada, equilibrada y trabajadora. Al inicio de la temporada el técnico habló abiertamente de una temporada sin margen para errores, centrada en competir desde el colectivo. El plan de juego pasaba por defender con agresividad, cambiar en los bloqueos directos y aprovechar la versatilidad de jugadores como Amine Noua y Elias Valtonen. Sin embargo, la confección del plantel no cumplió con los requisitos mínimos para que ese estilo se ejecutara con garantías.
El principal problema estuvo en el juego interior. Rubén Guerrero, el único cinco puro de inicio, no fue capaz de ofrecer un rendimiento consistente ni en defensa ni en ataque. La apuesta por Jacob Wiley como cinco reconvertido resultó fallida. Acostumbrado a jugar de cuatro, su adaptación nunca se completó. La rotación interior quedó mermada, y a pesar de los esfuerzos por reforzarla con Ousmane Ndiaye y Giorgi Bezhanishvili durante febrero y marzo, el daño ya estaba hecho.
Iván Aurrecoechea, un jugador que había llegado desde LEB Oro, fue relegado a un segundo plano durante buena parte de la primera vuelta. Su participación aumentó tras la salida de Wiley en marzo, cuando ya no había margen de error. En los partidos finales demostró que podía haber sido una pieza muy útil desde antes, especialmente por su capacidad de pelea bajo tableros y su implicación defensiva.
Las lesiones lo truncaron todo en el momento más frágil
El Covirán Granada logró algunas victorias importantes en la primera vuelta, como ante Tenerife, Bilbao, Leyma o Breogán. A mediados de diciembre, el equipo acumulaba cuatro victorias y daba señales de crecimiento. Pero a partir de la jornada 11, la situación comenzó a deteriorarse rápidamente por la aparición encadenada de lesiones.
Jacob Wiley, tras arrastrar molestias durante semanas, tuvo que pasar por el quirófano el 3 de febrero para operarse de una fractura en un dedo de la mano. Poco después se confirmó que también sufría una fascitis plantar, lo que retrasaba su regreso. Edgar Vicedo, uno de los jugadores más apreciados por Pablo Pin por su trabajo sin balón, también cayó por la misma dolencia. En ese momento, el equipo había encontrado cierta estabilidad y las sensaciones comenzaban a mejorar. La pérdida de ambos alteró totalmente la rotación interior.
La sobrecarga de minutos en jugadores clave derivó en una segunda ola de lesiones. Scott Bamforth se lesionó en plena remontada del calendario. Agustín Ubal, que venía creciendo como uno de los exteriores con más energía de la plantilla, también tuvo que parar. El golpe más duro llegó con Gian Clavell, que después de participar con Puerto Rico en la Ventana FIBA, regresó con dolores abdominales y acabó ingresado de urgencia con una peritonitis. Su vida corrió peligro y su baja trastocó por completo el plan de refuerzos, que se reorientó de urgencia.
El mercado de fichajes no fue la solución esperada
Durante marzo, el Covirán Granada se convirtió en uno de los equipos más activos del mercado. Llegaron jugadores como Omar Silverio, Sam Griffin y Riccardo Visconti. El objetivo era claro: reforzar el perímetro ante las bajas de Clavell, Bamforth y Ubal. Sin embargo, el mercado en esas fechas era caro y con pocas opciones realmente competitivas para un club con el presupuesto más bajo de la Liga Endesa.
Omar Silverio, que había tenido un paso breve por Bilbao Basket, no logró adaptarse. Su participación fue testimonial y nunca encontró su sitio en el sistema de Pablo Pin. Sam Griffin, procedente de la liga griega, mostró detalles de anotador explosivo, pero no tuvo regularidad ni impacto real por su falta de implicación defensiva. Riccardo Visconti aportó minutos y actitud, pero llegó demasiado tarde para marcar diferencias.
La salida de Jacob Wiley el 19 de marzo, por “motivos personales”, dejó al equipo sin uno de los salarios más altos de la plantilla y con una ficha libre que nunca se llegó a cubrir. La realidad es que la plantilla terminó la temporada muy lejos de la que comenzó, pero el problema fue que los refuerzos no ofrecieron una mejora real del rendimiento colectivo.
Una dirección táctica desbordada por las circunstancias
Pablo Pin ha sido el alma del proyecto del Covirán Granada durante más de una década. Su implicación y compromiso están fuera de toda duda, pero esta temporada quedó patente que el plan inicial no se adaptó bien a las limitaciones que fue mostrando la plantilla. El equipo mantuvo la defensa de cambios como seña de identidad durante buena parte del curso, pero sin un cinco móvil que pudiera contener, esa estrategia resultó frágil ante rivales con más talento interior.
El caso de Elias Valtonen es revelador. Durante varios meses jugó fuera de su posición habitual, lo que redujo su impacto en pista. En cuanto volvió al alero puro, coincidiendo con el tramo final, volvió a ser determinante en las tres últimas victorias del equipo. La lectura del cuerpo técnico llegó, pero tarde. También se confió demasiado poco en perfiles como Aurrecoechea, que podría haber ofrecido soluciones específicas en partidos que se decidieron por detalles.
Demasiados partidos que se escaparon por poco
La temporada del Covirán Granada estuvo marcada por la frustración de perder partidos igualados. Hasta diez encuentros terminaron con derrotas por cinco puntos o menos. Algunos fueron especialmente dolorosos: Baskonia en casa (73-75), la visita a Murcia (84-81), la derrota ante Lleida en casa (82-85) o la verdadera oportunidad perdida en Coruña (93-89).
Esa decena de partidos perdidos por pequeños detalles refleja una carencia clara: falta de experiencia en momentos calientes, falta de rotación y recursos físicos, y también falta de contundencia táctica para cerrar partidos. Un equipo que estuvo cerca muchas veces, pero que no logró transformarlo en resultados concretos.
Arbitrajes discutidos y una liga que penaliza al más pobre
El partido ante Hiopos Lleida, jugado el 21 de diciembre, fue uno de los más comentados por el entorno del club por su arbitraje. Las decisiones tomadas en los minutos finales despertaron una queja formal del club ante la ACB. Pablo Pin, en rueda de prensa, declaró: “Aquí han pasado cosas que no podemos controlar”. No lo usó como excusa, pero sí como parte de un relato de impotencia que se repitió en varios encuentros.
A todo esto hay que sumarle la evidencia económica. El Covirán Granada cerró el año con el presupuesto más bajo de toda la competición. Ni así fue el último clasificado. Terminó por encima del Leyma Coruña, y peleó hasta la última jornada por evitar el descenso. Compitió con dignidad, pero no le bastó.