Es francamente difícil escribir algo que no se haya dicho ya acerca de este monstruo del baloncesto así que intentaré hacerlo desde una perspectiva más personal, de lo que pude vivir como compañero suyo.

En torno al final del verano de 1990, con 18 añitos, tuve que enfrentarme a la aparentemente sencilla tarea de tener que entrar a un vestuario especial por primera vez, el del F.C. Barcelona.

La única diferencia respecto a cualquier otro vestuario era que éste, prácticamente, era una supuesta sala del “Hall of Fame” español: Solozábal, Jiménez, Juanito De la Cruz

Un equipo que había ganado las últimas 4 ligas de manera consecutiva desbancando la hegemonía absoluta, que hasta entonces ejercía el Real Madrid.

Todos eran auténticas leyendas vivientes del baloncesto español, sin embargo había alguien que, sin duda, lideraba ese grupo por encima de todos. Este no era otro que Juan Antonio San Epifanio, “Epi”.

El fue uno de los causantes de que el baloncesto abandonara su condición de amateur por la de profesional. Fue también uno de los responsables de quitarnos horas de sueño/descanso a cambio de horas de sueño/ilusión durante las Olimpiadas de Los Angeles 84 con la consecución de la Medalla de Plata frente al USA de Jordan.

Tras ser elegido por el prestigioso diario deportivo francés “L´Equipe” mejor jugador europeo de la década de los 80 sus declaraciones fueron las siguientes: “el galardón es un reconocimiento a la regularidad y trabajo diario”.
Lejos de ser una respuesta políticamente correcta. Los que tuvimos la inmensa suerte de trabajar con él a diario, sabemos que estas dos características fueron, sin duda, las bases sobre las que se cimentó un jugador inolvidable.

A menudo compartíamos habitación. A lo largo de las interminables horas que uno pasa en las habitaciones de los hoteles teníamos charlas de todo tipo, pero sobretodo de baloncesto.

En cuanto a las de baloncesto había dos cosas en las que constantemente me insistía, aunque con el tiempo me he dado cuenta de que esto es también aplicable a la vida en general. Siempre las he intentado tener presente y nunca las olvidaré:

-Una era que lo más importante era trabajar al máximo de las posibilidades de cada uno, ese era el objetivo. No quedarse nunca con la sensación de… y si hubiese hecho un poco más… Si uno daba el máximo de si mismo podría sentirse orgulloso y satisfecho. No todo el mundo puede ser el mejor, está claro que a todos nos gustaría, pero eso no es lo más importante.

La otra era que en el deporte de élite, de competición, lo que marcaba la diferencia en un porcentaje altísimo era la fortaleza mental, el seguir luchando, el no buscar excusas aunque las haya. El volverlo a intentar cuando algo sale mal…

Seguramente ha habido grandes jugadores a lo largo de la historia del baloncesto europeo, pero muy pocos con la mentalidad y la capacidad de superación de Epi. Explotaba al máximo sus recursos y sobretodo estaba muy por encima del resto mentalmente.

Recuerdo un partido que tras ser operado de la rodilla, en el partido de su reaparición contra el Caja San Fernando de Sevilla, que se supone era de toma de contacto, se destapó con… ¡¡¡¡8 triples !!!! Lo que os decía, no había excusas…

En cuanto a las conversaciones personales, de las que se pueden contar, por ejemplo, recuerdo cuando me contó la primera vez que participó en unas Olimpiadas. Fue en Moscú en 1980. Me dijo que se emocionó muchísimo durante la Ceremonia de Inauguración al ver a Sergey Belov, mítico jugador de baloncesto ruso como último portador de la antorcha. Y decía: “¡¡Lo que es la vida!! Quién me iba a decir que años más tarde yo sería el último antorchista y encima en Barcelona”. Personalmente me cuesta trabajo imaginar que haya algo más bonito en la carrera de un deportista.

Me quedaba embobado escuchándole, la verdad, para mí era todo un lujo poderlo hacer y nunca le podré agradecer suficientemente lo que me ayudó y aprendí de él.

Ha sido un ejemplo para muchas de las generaciones posteriores. Las características son difíciles de igualar son probablemente factores más personales e intransferibles, pero los valores sí se pueden alcanzar, y él nos mostró durante muchos años qué es lo realmente importante, qué marca diferencias.

Hace menos de dos años tuve el placer de poder entrenar a su hijo Edgar, que por cierto, gracias a Dios tiene más flexibilidad que el padre además de una muy buena capacidad atlética y técnica…. Super, espero que no te moleste el comentario… ¡¡¡pero es verdad!!!

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Tiene el mismo afán de superación y capacidad de trabajo que su padre, ya se ha hecho un hueco en la ACB en el Lagun Aro de Donosti. De puntillas, sin hacer ruido y trabajando a tope, como lo hizo su padre en su día al llegar a Barcelona. 

Allá por los 80, un reconocido periodista de basket, Joan Cerdá, se anticipó al futuro bautizando a San Epifanio como “SuperEpi”, probablemente la leyenda se comenzó a forjar entonces. Después un palmarés de ensueño, unas Olimpiadas inolvidables y su número 15 colgando en lo alto del Palau se encargaron de escribir el resto de la historia.

TODOS LOS ARTÍCULOS DE LA SERIE:

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¿Por qué era tan bueno Mahmoud Abdul Rauf (Chris Jackson)? Por Mike Hansen

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¿Por qué era tan bueno Brian Jackson? Por Iván Pardo

¿Por qué era tan bueno Mike Schlegel? Por Anicet Lavodrama

¿Por qué era tan bueno Granger Hall? Por Iván Pardo

¿Por qué era tan bueno Audie Norris? Por José Luis Galilea

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¿Por qué era tan bueno Juan Antonio Corbalán? Por Quique Ruiz Paz

Zeljko Pavlicevic, cuéntame ¿Por qué era tan bueno Toni Kukoc?

Juan Méndez, cuéntame ¿Por qué era tan bueno Carmelo Cabrera?

Zeljko Pavlicevic, cuéntame ¿Por qué era tan bueno Drazen Petrovic?

¿Por qué era tan bueno Nacho Suárez? Un guiño al jugador total