EN NÚMEROS Y DATOS, RICKIE WINSLOW
Rickie O'Neal Winslow, nació en 1964 en Houston (Texas), lugar donde sigue viviendo actualmente. Medía 2.01 y jugaba de alero. En 1984 es elegido por los Chicago Bulls con el nº28 de la segunda ronda del Draft. Se había formado en la universidad de Houston, siendo integrante de una época en la que formó parte de uno de los equipos más espectaculares de la historia de la NCAA y, claro está, de dicha universidad. Conocidos como los Phi Slama Jama por la gran cantidad de mates que realizaban en los partidos. Ejecutados, prácticamente, por todos los integrantes del equipo. Nunca ganaron ningún título.
TRAYECTORIA:
High School: Yates (Houston)
Universidad de Houston: 1983-87
Milwaukee Bucks: 7 partidos 1987-88
Cajacanarias: 1987-88
Estudiantes: 1988-93
Cantú (Italia): 1993
Pau Orthez (Francia): 1994-95
CAI Zaragoza: 1995-96
Turk Telekom BK (Turquía): 1996-98
Ulker (Turquía): 1998-99
Efes Pilsen (Turquía): 1999-2000
LA PERSONA, EL JUGADOR, LA HISTORIA: RICKIE WINSLOW
-¿Se sabe algo?-.
El vestuario del antiguo Palacio de Deportes era pequeño y estrecho. La tensión se palpaba. Normalmente, los menos privilegiados físicamente llegábamos con dos horas de adelanto. Se iba pasando del fisio al preparador físico, de la sala de musculación a la cancha para tirar un rato, y con 45 minutos tocaba la reunión previa con el entrenador. Pero Rickie Winslow aún no había llegado-.
Mis recuerdos, me llevan a uno de los partidos frente al Real Madrid a principios de los noventa. La sensación de un chico joven, sin una rebosante confianza en sí mismo, y con un afán mitómano incurable, es que no había otra cosa más importante en la vida que un partido así. Por lo visto para Rickie Winslow la impresión no era la misma. A menos de 40 minutos del inicio, seguía sin aparecer por el vestuario. La única llamada posible en la prehistoria sin smart phones, ya se había hecho. En su casa no estaba.
Juan Aísa, sentado a mi lado en la estrechez de aquel vestuario, me daba el parte, casi susurrando.
–No saben nada. Antes de que subieras de tirar, estaba Miguel Ángel hablando con John Pinone. Y el gordo sólo asentía; no abría la boca.
-Me lo imagino. Media directiva está en el pasillo con un cabreo de pelotas.
La charla pre-partido comenzaba sin Rickie. Las miradas de casi todos los jugadores se dirigían al suelo, mientras Miguel Ángel Martín, nuestro entrenador, iniciaba el speach.
-Bien. Atendemos todos. Rickie no está, y no sabemos dónde anda. Ya le he dicho a John que tomaré medidas serias, porque me parece una falta de profesionalidad acojonante. Pero ahora nos centramos… De repente, interrumpió su discurso. Al fondo oímos el sonido de la puerta de entrada; unos pasos se acercaban. Y los siguientes minutos confundieron la realidad con la mejor escena de ficción.
-Hey coach, what’s up!- Sin querer mirar del todo, observé claramente como Ricky le daba una palmada en la espalda al entrenador, mientras le dirigía una sonrisa y le pedía paso para llegar a su taquilla. Rápidamente dejaba las cosas, y sus siguientes palabras eran para John Pinone, sentado en el lado opuesto del vestuario.
–Got to pi, John. Be right back!
Y en uno de esos partidos que el aficionado -al menos de Estudiantes- prepara con la pastilla de la tensión a mano, los once jugadores y cuatro entrenadores del equipo tuvimos que esperar en absoluto silencio, bajo las miradas cómplices entre los más jóvenes –a punto de la carcajada-, a que Rickie volviera del baño.
-Sorry coach! The traffic, you know. – Y por supuesto, la sonrisa. Y por supuesto, la tensión.
-Dile, John, que lo que ha hecho es una falta de respeto, y que pienso tomar medidas. –Pinone optó por una traducción libre, algo más adaptada al reto del momento.
–John. Tell the coach again I’m sorry. Ok. Tell him not to worry. I’ll have more than 25 points tonight and we win, man. I promise.
Entre la entrada triunfal 60 minutos tarde al partido del año, la meada y su promesa, no pasaron más de 3 minutos. Pero jamás los olvidaré. Por supuesto recuerdo una victoria en aquel partido con Ricky por encima de los 25 puntos. Y como diría Gistau que decía Umbral, no tengo tiempo de levantarme a mirarlo. Si no lo hizo, para el chaval que vivió aquella escena en el privilegiado lugar de un actor secundario dentro de una píldora de alto rendimiento, sucedió exactamente así.
Esa perenne media sonrisa antes y después de los partidos; su incapacidad para cumplir los horarios y para aprender español; o el Suzuki Vitara que un año solicitó al club para poder aparcarlo en cualquier acera prohibida cerca de alguna de las discotecas de moda…, seguramente era el modo de expresarnos que, a la parte formal de la profesión de baloncestista, Ricky no podía dedicar su valioso tiempo. Sin embargo, su intensidad en los entrenamientos, su capacidad de escucha a los compañeros y al entrenador -con los conceptos de equipo como único lenguaje posible-, su responsabilidad, en definitiva, dentro de la pista, anotando y defendiendo siempre que se lo pedíamos, le otorgaba un porcentaje de baloncesto puro por kilo de jugador incomparable al de cualquiera de nosotros. Incluyendo, desde mi humilde punto de vista, al gordo Pinone, evidente favorito de crítica y público.
Rickie Winslow fue, por tanto, el jugador de baloncesto más impactante con el que jamás compartí vestuario. No fue ni mucho menos el más afamado (años después tuve la oportunidad de jugar en Italia con Michael Ray Richardson, por ejemplo, al que los más veteranos seguro que recuerdan; fue el primer jugador expulsado de la NBA por tomar drogas), ni quizá el más comprometido con La Causa… si por esa causa mayúscula entendemos una vida profesional a tiempo completo. Pero éste que les escribe no se apeará nunca del burro; jamás pasé el balón a un jugador con su capacidad para nuestro deporte.
Y ahora, con vuestro permiso, debo excusarme. Aunque a mí no hace falta que me esperéis en la salita hasta que vuelva del baño.
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